No sólo se heredan tierras


Anoche me peleaba con mi hija en plena batalla por los deberes que debía entregar hoy. A ella no le parecía bien el planteamiento que yo le ofrecía y a mí poco sus formas de hablarme. Los dos estábamos cansados y nos enfurruñamos más por agotamiento que por otra cosa. Hoy de camino al colegio se ha disculpado y hemos pasado página. Los enfrentamientos en la familia son normales y creo que hasta forman parte de nuestro aprendizaje del mundo y sus relaciones. Cuando a un hijo se le pone freno a su actitud se le recuerdan las normas, cuando se es indolente se refuerza su conducta. A veces hay que ceder y otras tirar. Así deberían de funcionar las cosas.
La genética juega incuestionablemente un papel en la personalidad independientemente de la educación. El que tiene varios hijos sabe de las particularidades de cada uno más allá de las diferencias de edad y circunstancias en los que se desarrollan. Las condiciones educativas pueden ser similares, pero al final hay multitud de factores que escapan al control paterno y finalmente cada hijo recibe un tipo de educación parcialmente igual y parcialmente diferente al de sus hermanos. No es menor el papel que desarrollan los abuelos en todo este proceso. Liberados de su papel de controlador y escultor del carácter, desempeñan el importante papel de adultos cómplices que pueden estar como adultos cerca del niño sin la obligación de tener que ser estrictos. Dicho sea de paso, esta sociedad demasiado ocupada en el pago del día a día, ha dejado el grueso del control a personas que ya no tienen la edad, las fuerzas ni el criterio para batallar con hueso duro de siete años.
Las nuevas generaciones se han criado en un ambiente donde la democracia se ha extendido a ámbitos donde el criterio paterno debe imponerse. Un padre es por ley el tutor del menor, por lo tanto ha de imponerle por ley su comportamiento hasta la mayoría de edad. Hay una minoría de niños en los institutos caprichosos, violentos, sin control. Cuando se habla con los padres se manifiestan impotentes de ponerles frenos. Tal vez ellos mismos fueron educados en la violencia, en el dejar hacer e igual y han reproducido en sus hijos el único modelo que conocen.
La cultura familiar se hereda en multitud de pequeños detalles que a veces ni llegamos a percibir. En mi casa jamás se comieron lentejas. Parece que a mi abuela materna le desagradaban y jamás las cocinó. Mi madre no tenía en el repertorio de platos comunes este tipo de legumbres ya que jamás había aprendido ningún guiso con ellas como ingredientes. Fue en Valencia de estudiante que tuve que aprender a cocinar con el libro de Simone Ortega y entre sus recetas estaban las lentejas. Curiosamente mi madre aprendió de mí y empecé a ver por casa lentejas cocinadas por mi ella. Así es cómo de generación en generación la cultura y los hábitos de la familia se van trasladando. Veces en las que nos duchamos a la semana, orden en la casa, sentido del decoro, tolerancia, permisividad, religión, educación, lenguaje. Todo forma parte de esa cultura que se traslada a los hijos.
Para cosas tan diversas como conducir un automóvil o manipular alimentos se nos exige una formación que nos autorice a realizar estos actos. En cambio engendrar un hijo y educarlo se hace al libre albedrío de la cultura familiar y las circunstancias ambientales en que nos hemos criado. No pretendo una escuela que otorgue el carnet de padres, pero sí valorar el hecho de que hacer un hijo está al alcance de cualquiera tenga o no la sensibilidad necesaria para educarlo.
Nadie nos ha enseñado, pero lo cierto es que el valor que le damos a determinados factores no es el mismo según las familias. Imagino que determinados comportamientos viciosos, violencia familiar, ausencia de valoración por los estudios, tendencias al alcoholismo, mala educación, delincuencia o cualquier otra barbaridad se replican en la siguiente generación y de ahí en la otra sin que los frenos sociales puedan muchas veces pararlos.
De tanto en tanto un error en la genética o en las circunstancias rompe la cadena y de unos patanes sale un hijo sensible que ama la cultura y el estudio. Pero por mi experiencia de profesor se que estos casos son los menos. Se percibe inmediatamente el niño que está motivado por sus padres y el que está abandonado a su suerte. Si nada lo remedia estos niños crecen en sabiduría sólo si superan por si solos una colección de tareas que necesitarían de la dirección, ayuda y consejo de adultos medianamente conscientes e intelectualmente aptos.
Sólo nos queda pues la escuela, es el único espacio en la etapa de formación de los niños en el que se puede variar esa maldición generacional que se suele arrastrar a veces durante siglos. Es aquí donde se puede, algunas escasas veces, conseguir variar estas inercias terribles que si no se remedian pasarán a la siguiente generación.

Comentarios

Entradas populares de este blog

No era el dia, no era la millor ruta. Penya Roja de la Serra de Corbera.

Animaladas

Andrés Mayordomo, desaparecido un día como el de hoy