Las carga el diablo

Ayer a mediodía lucía un hermoso sol de noviembre. Desde abajo del río las siluetas casi negras de los naranjos y los edificios contrastados por la luz limpia se recortaban frente al degradado en azules del cielo sin neblina. Como siempre Troy correteaba olfateando aquí y allá mientras me traía cañas para que jugara con él. En eso estábamos cuando las campanas del Real de Gandía empezaron su pausado toque de difuntos. Cuando ascendíamos por el camino de vuelta a casa la megafonía del pueblo anunciaba entre ecos rebotados la hora del entierro del niño de trece años que había fallecido el día anterior de un disparo de escopeta en circunstancias que no quedan claras.



Hace unas semanas en la clase de Comunicación Audiovisual estuvimos viendo la película de Michael Moore "Bowling for Columbine" y parecía que hablábamos de un planeta diferente al nuestro. Aquello parecía cosas de aquello americanos locos y en nada nos afectaba. Hace una semana llegó la noticia de la pacífica Finlandia. Un estudiante había enloquecido y tras su amenaza audiovisual en YOUTUBE la había emprendido a tiros contra compañeros y profesores. También nos tocaba de lejos. Pero tras el suceso de hace dos días me viene a la mente aquel poema de Martin Niemöller.
Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas,
guardé silencio,porque yo no era comunista,
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,porque yo no era socialdemócrata,
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,porque yo no era sindicalista,
Cuando vinieron a buscar a los judíos,
no protesté,porque yo no era judío,
Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar.
Desgraciadamente esto también es el planeta Tierra y la garra de las armas llegó al Real de Gandía y vemos cómo a la chita callando el problema se acerca.



Los que vivimos en esta parte del mundo tenemos una suerte inmensa y es que por lo general son los hijos los que entierran a los padres y no al contrario. Aquí las muertes de niños son raras. Las enfermedades suelen tener casi siempre soluciones, no faltan los buenos alimentos y en general vivimos en una sociedad poco afectada por la delincuencia o los conflictos. Tal vez la única causa de muerte sea por accidente de tráfico, pero no es este el motivo de esta reflexión.



De niño me gustaba jugar a los soldados. Ta- ta- ta- ta- ta- y con la mano apartaba decenas de muñequitos de plástico. No era momento de reflexión. La muerte era algo lejano y no significaba realmente nada. Un niño y un adolescente se creen dotados de la gracia de la inmortalidad y todavía no comprenden la insoportable ausencia de la muerte de un ser querido.



Hace unos años tenía un vecino en un local comercial bajo de casa. Era una personalidad engreida y chulesca que se arrogaba en el derecho a aparcar en el portal de mi casa ocupando toda la acera. No había forma educada de conseguir que cambiara en su actitud. En su casa disponía de armas y un día a su hijo adolescente se le ocurrió manipular una de ellas y se le disparó accidentalmente. Desde entonces es un ser postrado en una silla de ruedas y su padre un triste reflejo de lo que fue. El dolor del padre lo convirtió en un ser amargado y paradójicamente mucho más humano y respetuoso.



Vivimos en un país donde la posesión de armas no es fácil. Lejos quedan los ejemplos de Estados Unidos, Canadá o Finlandia donde parece que casi cualquiera puede tener armas en casa. En España lo corriente es no tener y sólo cazadores, profesionales o en su caso delincuentes las poseen.



Un famoso etólogo de la escuela de Konrad Lorenz, Ireneäus Eibl-Eibesfeldt, hablaba de los límites impuestos por la especies a las agresiones entre congéneres. Él creía que el piloto que apretaba el botón que soltaba una bomba atómica sobre una ciudad raramente sería capaz de estrangular con sus propias manos a otro ser humano, así, en frío. El problema de las armas está precisamente en su capacidad resolutiva e inmediata. No hay segunda oportunidad. El poder que dan en el momento en que nuestro oscuro y particular Mr. Hyde sale de paseo, imposibilita el retorno. Un arma y una discusión banal de tráfico son una combinación explosiva. Un arma y un adolescente también. Una ideología agresiva y un ejército armado son el principio de una guerra.



Miles de personas mueren al año en conflictos perdidos en el mundo y los gobiernos, incluido el español, encuentran modos para hacer el juego de la oca. De puente a puente llegan hasta tiranos, guerrilleros desaforados o integristas extremos.



Como siempre están los que quitan hierro al asunto y niegan la mayor. Es el derecho a defenderse, dicen unos, son para cazar, dicen otros, pero lo cierto es que la mejor arma es aquella que jamás se usa. Porque si disparamos a un bote perdemos una bala inutilmente y si lo hacemos contra un objetivo real matamos o herimos. Y si no se van a usar ¿Para qué tener armas?

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