La clase de inglés

Cuando llego a la zona de parking ya ha caído la noche. Dando tumbos por los baches del gran descampado y levantando una polvareda, los coches se van situando en un orden no establecido pero casi siempre lógico. A la hora en que yo llego la mayoría empieza a salir de la ciudad y alguna de las prostitutas que se desparraman por la parte más alejada del centro llegan a fichar. Se suelen ver grupos de magrebíes que supongo que van a buscar algo de sexo que llene el vacío de una vida sin familia. Amas de casa, comadres y parejas apresuran el paso cruzándose conmigo.

La pasarela se viste de los tonos naranjas de las farolas que no llegan a tocar el agua que por estas fechas sigue corriendo río abajo. Toda la fachada de la ciudad que da a río se asoma al cauce recortando sus siluetas con la de edificos más lejanos. Una niña llora porque los padres no le consienten ir al brazo. Parejas que van más que vienen. Hoy no estaba el acordeonista. Sentado junto al pretil del puente se esfuerza en sacarse el sueldo llenando la tarde con música que casi siempre estropea al son de un acompañamiento se sintetizador enlatado. Moon river suena casi a ritmo de marcha Radensky y yo apresuro el paso hacia la pequeña plaza que antecede al paseo.

No llego a entrar en la avenida llena de plataneros que sigue el trazado de la antigua muralla, giro a la derecha y paso junto a la lotería. Dos voces escapan por el aire comentando el crimen pasional cometido por un tipo que pasó del amor eterno en un programa de testimonios de Antena 3 a la cuchillada jamonera. Stvetlana pasa de tener una vida y un hijo a ser una frase escapando por el aire un día de otoño.

Mangold es la academia tradicional de la Gandía de siempre. Cuando nadie se preocupaba en exceso por los idiomas, esta vieja institución era la misma modernidad encarnada en nuestra pequeña sociedad provinciana. El escenario y los personajes poco han cambiado. Monsieur Antoine, el fundador y gerente sigue siendo el poder fáctico aunque el gerente nominal sea su hijo. Tozudo como una mula siempre digo buenas tardes y él haciendo la contra me saluda con un good evening . Parece que imagine que saludando en inglés el caché de la academia va a aumentar de cara a los clientes. Monsieur Antoine parece anclado en los setenta como la propia academia y se resiste a envejecer. Sigue utilizando un aparato para generar facturas que fue moderno cuando Franco andaba adoctrinando desde la plaza de Oriente. Viejos vídeos y libros van perdiendo el color, más llenando el escaparate que esperando a ser vendidos. Cursos de programas informáticos que ya no existen o que van diez versiones y quince años adelantados. Algunos carteles siguen proclamando las excelencias de la academia con eslongans untosos que no tienen que ver con el minimalismo conceptual de la publicidad moderna.

Casi siempre me encuentro con mis compañeros y nos saludamos con camaradería. Siguiendo el pasillo flanqueado por puertas a la derecha se llega al aula donde tiene lugar la clase. Los ladrillos, calculo que son de la pasada década de los cincuenta, de tanto en tanto, al pisar, saltan como la tecla de un piano. Tal vez Monsieur Antoine guarda sus reservas financieras bajo ellos como aseguraba mi tío Joaquín hacía mi abuela.

Collin, nuestro profesor, suele saludarnos a la inglesa con una sonrisa amable. No se puede decir que sea un tipo mediterraneo o extrovertido, pero sí que es muy educado. Con ojos ligeramente achinados, barba poco frondosa que viste su papada, calva y panza cincuentona, se esconde tras unas gafas y una sonrisa entre tímida y pícara. Es puntual y organizado como sólo son los europeos del norte. Lleva la clase al rítmo de su batuta de director contando los tiempos al minuto. No es el típico profesor que se entretiene contando batallas. Cuando lo conoces sabes de sus coletillas personales. De tanto en tanto, cuando aprueba una contestación suelta una especie de mmmmmmmummmummjummm taciturno. Me gusta el equilibrio de sus clases, su excelente acento de inglés y su moderación a la hora de utilizar el castellano. Poco a poco, clase a clase, hemos ido sabiendo de su origen familiar irlandés, su llegada a España, vida sentimental contada a retazos, divorcios, su afición por el fútbol y un talante más rebelde del que cabe imaginar por su aspecto.

La clase es un compendio de armarios, televisor y piezas de vieja tecnología. Hoy mismo he visto sobre el moderno radio CD un antiguo estabilizador de submarino alemán de la segunda guerra mundial. Al final enseñarse un idioma, por mas que los modernos digan, es aprender la gramática, el vocabulario y hablar. No hay más trucos de magia que el esfuerzo.

Conforme he ido subiendo de nivel he visto pasar todo tipo de compañeros. Una negrita dominicana que pensaba que por pagar la cuota aprendería el inglés por osmosis. Estudiantes de bachillerato poco dados al estudio. Rubias con poco seso y sonrisa fácil, tímidos y locuaces, bancarios, técnicos de mantenimiento de piscina, trabajadores de la informática y funcionarios. El ambiente de una academia de este tipo es volátil y los grupos se hacen y deshacen al rítmo de la vida misma para desespero de Collin que debe cuadrar niveles y método. La academia también es un mundo de sueños. El sueño de perfeccionarse, de conocer mundo, de prosperar en lo laboral. Pequeños y grandes triunfos en un hormiguero que se vacía a las 9 de la noche.

Salgo al frío de la noche como alma que lleva el diablo. La ciudad se recoge y la pasarela que cruza el río ya está casi desierta. La luna desparrama luz blanca y húmeda sobre los últimos automóviles que van quedando. Las únicas que parecen verme son las prostitutas que agitan sus brazos al identificarme como posible cliente. El coche escapa bajo las luces hacia el calor del hogar. Aquí y allá, blancas y negras van recogiendo los restos del día entre grandes pechos y nalgas al descubierto.

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