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Mostrando entradas de febrero, 2008

Óssos a Berlín

Com a homenatge a Joseph Roth, un esperit pacífic i sensible que no va merèixer el seu destí. Quan es recorren els carrers del modern Berlín no és difícil veure davant d'Hotels, llocs públics o museus grans óssos pintats amb diferents motius i alegres colors. La ciutat va tindre la idea de convertir el seu símbol local en un ambaixador de pau amb l'ajuda d'artistes de tot el món. Si una ciutat realment pot apreciar el valor de la vida en concòrdia aquesta és Berlín. Quan viatjava en l'avió cap a la capital alemanya rellegia una excel·lent recopilació d'articles de Joseph Roth en els que parlava de la vida de la ciutat en els anys vint. Un buit incommensurable s'estén entre aquella metròpoli dinàmica i canviant com poques i el Berlín que lluita per reinventar-se a si mateix. A penes res queda d'aquella època més que l'eco dels carrers i les seues gents. Ací i allà sorgeixen els edificis que han sobreviscut a tantes hecatombes entre desenes de noves estruc

Paisajes berlineses

La noche se había cernido sobre un Berlín iluminado por decenas de rótulos luminosos. Bajo las vías, escondidos en una esquina tras un enorme pilar, una pareja elegante con cabello blanco propio de la madurez se besaba con pasión adolescente. El prisma del hotel, llamado en la era comunista Forum, y la omnipresente torre de la televisión, se asomaban tras las vías elevadas sobre su plataforma de ladrillo y arcos. En cada hueco bajo las bóvedas que soportan el suburbano se han instalado restaurantes que proclaman el fervor capitalista que surgió tras la caída del muro. Afuera, en una noche mucho menos fría de lo habitual, los alemanes insistían es disfrutar de las terrazas cubiertas y abrigadas con fogones incandescentes. Estaba en el este. Scheunenviertel, el barrio tantas veces descrito por Joseph Roth, aparecía como un nuevo territorio a explorar. Ochenta y tantos años separaban sus pasos de los míos. Los nombres sólo eran un eco de un pasado muerto. El viejo barrio judío murió con l

La Feria de las vanidades

Martes La carrera de martillazos todavía no ha terminado. Encaramados a una escalera dos montadores tensan una lona sobre la pared curva del stand. La luz todavía no se ha hecho y sólo las instalaciones finalizadas emiten el deslumbrante resplandor que va a llenar toda la feria en pocas horas. Por doquier se acumulan decenas de embalajes desechados o símplemente apartados que crean rutas sinuosas por donde transitar. Aquí y allá bultos con herramientas, máquinas, taladros, listones de aluminio, tubos, planchas, focos, cables y botes de pintura. Los encargados de las empresas montadoras viven en un torrente de adrenalina que se carga y descarga por el teléfono móvil. Cada medio minuto una llamada nueva informa de un problema no resuelto y las decisiones se suceden a velocidad de vértigo. Los encargados de la feria van con su aparato de radio, su uniforme azul y chaleco reflectante dando instrucciones sin convicción dado el poco caso que se les hace. Saben que si pusieran toda la carne e

Osos en Berlín

Como homenaje a Joseph Roth, un espíritu pacífico y sensible que no mereció su destino. Cuando se recorren las calles del moderno Berlín no es difícil ver delante de Hoteles, lugares públicos o museos grandes osos pintados con diferentes motivos y alegres colores. La ciudad tuvo la ocurrencia de convertir su símbolo local en un embajador de paz con la ayuda de artistas de todo el mundo. Si una ciudad realmente puede apreciar el valor de la vida en concordia ésta es Berlín. Cuando viajaba en el avión hacia la capital alemana releía la recopilación de artículos de Joseph Roth en los que hablaba de la vida de la ciudad en los años veinte. Un vacío inconmensurable se extiende entre aquella metrópoli dinámica y cambiante como pocas y el Berlín que lucha por reinventarse a sí mismo. Apenas queda de aquella época el eco de las calles y sus gentes. Aquí y allá surgen los edificios que han sobrevivido a tantas hecatombes entre decenas de nuevas estructuras ultramodernas que la voluntad polític