Mis amigos en el espejo

Ayer fui a visitar a mis amigos Paco y Chelo. El trabajo diario me impide ir a verlos más a menudo de lo que me gustaría y hacía un mes que no nos encontrábamos. En cuanto entré noté a un Paco acatarrado y mayor. Chelo hablaba por teléfono demacrada y con rostro solemne. Era un mal día para ellos. Les acababa de llegar la noticia de la muerte de un amigo íntimo de esos que han crecido contigo y lo estaban pasando mal. Por si fuera poco la madre de Chelo había fallecido ya hace casi un mes y, a pesar de habernos avisado el mensaje se perdió y no pudimos acompañarlos ese día.
Paco y Chelo son buena gente. Amigos donde los haya. Corazones abiertos y solidarios, generosos y amables con todos los que les rodean. Nos conocemos desde hace más de quince años y el tiempo nunca ha puesto la más mínima sombra sobre su forma de ser o de comportarse. Son personas de las que enamorarse por su capacidad de bondad y su rectitud. Paco y Chelo en mi imaginario siempre han sido las personas siempre jóvenes, positivas y optimistas. Paco era el hombretón fuerte capaz de dar un abrazo de oso lleno de jovial vitalidad. Chelo la gallina clueca de la familia que siempre adopta un pollito nuevo.
Pero ayer los vi diferentes. Debilitados, cansados. Hace años que la vida se les atraviesa una y otra vez. Enfermedades graves, muertes de familiares y amigos muy queridos, soledades e incertidumbres en el trabajo. Siempre intentan dar la mejor cara a la vida y a sus amigos, pero los noto cansados en su lucha. Cuando Paco me dijo sereno, pero abatido desde allá su rincón más íntimo, que les echaban en falta a Joan, su hijo mayor establecido hace algunos meses en Australia, noté la soledad del nido vacío. De repente esa casa decorada en ese precioso estilo cómodo y práctico que refleja la calidad humana de sus habitantes, se vio triste, oscura y demasiado vacía. Su perra Cana, con sus dulces ojos marrones, es apenas un sustituto silencioso de las personas de una casa donde ahora todo es eco.
Pasamos un rato comentando trivialidades sobre nuestras cosas cotidianas y nos despedimos. Al dejarlos atrás, torpes en su desazón y con las llaves olvidadas dentro de casa, me dio la sensación de verlos más niños, más frágiles...
Es cruel el destino de las personas. No podemos escapar de ese vacío que acaba por invadirlo todo arrugándonos poco a poco desde la postura fetal del feto a la postura fetal del anciano. Me gustaría darles un trozo de corazón y gritarles que no están solos, pero yo mismo me veo reflejado en su espejo. Creo que Paco y yo nos miramos reflejados en el espejo de las dos edades. Él ve en mi hija el espejo de la edad que tuvo la suya. Yo veo en él mi reflejo unos años más adelante. Al final, como decía Ernesto Sabato, vivimos en túneles, a veces intercomunicados por cristales que dejan ver túneles paralelos, pero al final cada uno vive su propia soledad a la espera del inevitable curso natural de la vida.
Ahora mismo, escribiendo estas palabras siento un cariño muy profundo por mis amigos y si de algo sirve desear con fuerza, desearía que recuperaran esa fortaleza que también a nosotros sus amigos nos hacen fuertes y que la vida les diera la oportunidad de felicidad que merecen personas con un gran corazón como lo tienen ellos.

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