Carambolas



Dios no juega a los dados, dijo Einstein, pero sí juega al billar con las personas. En alguna ocasión he leído que en ocho saltos se puede conocer a cualquier persona del mundo. He tenido la ocasion de comprobar que efectivamente el mundo es mucho más pequeño e íntimo de lo que se deduciría por los millones de personas que lo pueblan.




Supongo que las posibilidades de llegar a un habitante del Tibet de un valle perdido son complicadas, pero me imagino una posible cadena para acceder a él. Tengo un buen amigo en Bolivia, él conoció personalmente a Juan Pablo II; dos pasos. El Papa probablemente se entrevistó con el Dalai Lama en alguna ocasión de su vida, lo supongo. El Dalai Lama conoce probablemente a los líderes de los monasterios de su tierra, creo que llevamos cuatro pasos y ya andamos cerca. Parece que sí, que con cuatro pasos más me relaciono con algún ignoto tibetano que anda bebiendo leche de yak.




Así es el mundo, y cuando más se globaliza más nos acercamos a esa cercanía de los ocho pasos. Internet ha sido en gran medida el gran acelerador de partículas humanas difundiendo ideas, personalidades, amores y odios a la velocidad de la fibra óptica. Es posible tener un contacto cercano e incluso reproducir las relaciones personales convertidas en relaciones virtuales. Este blog -probablemente lo leo yo mísmo y nadie más- es una puerta abierta de mis pensamientos al mundo y tal vez el puente casual a alguien muy lejano sin tener que subir los ocho peldaños.




Hace un tiempo conocí a una persona que jamás había visto y sin embargo sí me había encontrado en una de las curvas del camino de los ocho pasos. Fue una experiencia inquietante y sin embargo poderosa. Poder juzgar la realidad y la personalidad más allá de la fría apariencia pixelada de la pantalla. Me hizo sentir el vacío de la intimidad propia y ajena, la realidad de la íntima comunicación entre los seres de nuestra especie más allá de la barrera física de nuestro propio cuerpo. La sensación irreal del destino de las personas que acaba haciendo real lo improbable.




Hace años se halló el cadaver momificado de un viajero de hace unos 5300 años perdido en lo alto de los glaciares fronterizos entre Italia y Austria. La investigación posterior ha llegado a conclusiones tan curiosas como que todos los europeos tenemos cierto parentesco con el pobre desgraciado o que una descendiente en línea directa del mismo es una mujer inglesa. Parece así que todos los europeos compartimos bases genéticas comunes.




El fascinante proyecto de investigación sobre el genoma humano está reconstruyendo el rastro del movimiento del ser humano a lo largo de la historia demostrando que unos y otros nos vamos relacionando en el espacio, el tiempo y la genética. De África a Asia de ahí a América y Europa.



Gavrilo Princip, un esmirriado estudiante serbio, inició la Gran Guerra de 1914 con su atentado a la sombra del exaltado nacionalismo balcánico. Guerra que con su final falso, fue en el fondo el origen de la Segunda Guerra Mundial y todas sus inmensas consecuencias. En algún mar de odio nacionalista creció la mente de Gavrilo hasta decidir la violencia como solución. Teóricos nacionalistas envenenaron las mentes de gente mucho menos dada a la pluma y más a la acción. Su vida ha condicionado la vida de millones de personas en todo el mundo durante todo un siglo. ¿Quien sabe si un gesto de odio u otro de bondad hubieran dado un vuelco a la historia?




Así es la existencia de la humanidad, una suerte de carambolas que nos unen o nos desunen, nos lanzan al agujero de la mesa de billar o nos hacen chocar con otros. Nuestra palabra, nuestros gestos y conocimientos se extienden en botes y rebotes de un ser humano a otro. Cuanto más cercano en el tiempo y en el espacio más probabilidad hay de afectar la vida de los demás con nuestras acciones o palabras. Cada acción de un ser humano al final acaba rebotando en progresión geométrica, en un efecto mariposa que no se sabe en qué acabará. Un pequeño acto de bondad, solidaridad o amor puede ser el origen de un mundo mejor igual que cualquier mezquindad puede derivar en una ira explosiva que cambie la dirección de la historia.

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