Elisa Abducida

Elisa no tenía vida propia. Su cuerpo y quizá parte de su alma pertenecía a la gran multinacional minera de la que era directiva. El departamento de contabilidad era su principal responsabilidad aunque dada su tendencia a no saber decir que no le tocaba bailar en otras pistas y otros rítmos. Ya entrada en la treintena dejaba escapar días y meses entre toneladas de molibdeno de China a Bélgica y celdas de la hoja de cálculo. No se le daban mal los números ni el orden y por ello era apreciada en su trabajo. Su formación y mundo le daban una perspectiva de las empresas que no siempre cuadraba en un país de vagos poco acostumbrado a más eficiencia. No obstante se las arreglaba para no ser corrupta en un ambiente donde el que no lo era se le tomaba por tonto.



Entre montañas de papeles pasaba el día encerrada en su cuchitril de pocos metros cuadrados. Rodeada de recuerdos de sus viajes a por el mundo soñaba con vacaciones en las ciudades del norte de Europa. Aquel sábado de noviembre acudió a resolver diez presupuestos pendientes de otros tantos departamentos que le robaban el sueño. El malestar se concentraba en las madrugadas a la altura de la séptima cervical y al levantarse sentía el cuello como un armazón ortopédico que como una parte de su anatomía. La bajada por las colinas desde el barrio de clase media fue ligera dada la ausencia de tráfico de los fines de semana. El vigilante jurado dormitaba en su garita hasta el momento en que tuvo que franquear el paso a Elisa. Plaza vip en el aparcamiento de la empresa con nombre rotulado sobre la cubierta. Alguna ventaja tenía que tener vivir sin vida. Hipólito, el encargado de mantenimiento andaba trasteando en una caja de fusibles y amable como siempre, le ofreció una taza de una infusión que llevaba en su termo. Más por educación que por otra cosa Elisa tomó dos traguitos del brebaje antes de seguir su camino escaleras arriba.



El edificio estaba desierto y no tuvo que aguantar colas ni sudores de otras mañanas comunes. Ya en su despacho puso en marcha la radio sintonizando latino50 un programa de radio que desgranaba amores a rítmo de bolero y melancolía. Elisa era profundamente romántica a pesar que no se le conocían amores. Su príncipe estaba por llegar a la espera de candidatos en buen estado, sensible y, aunque casi nunca rime, libre. Se sentía feliz a su manera, concentrada en el trabajo canturreando una vieja canción de Manzanero mientras el cielo se abría contra la ventana. Nadie en aquella oficina desierta podía molestarla. Cualquier otro día tenía que andar con el matamoscas presto ya que candidatos no le faltaban. Físico y soltería animaban a cien zánganos cansados de matrimonio que pupulaban con presentes de todos los tamaños y condiciones. Desde un simple café a un ramo de rosas con tarjeta. No vamos a decir que a Elisa no le halagaba, pero también le rompía su pequeño orden y alteraban su tranquilo santuario.

En mitad de un bolero de "El cigala" despertó de un salto en una oficina sumida en la media oscuridad del crepúsculo. Cuando se asomó se extrañó de la ausencia de automóviles en la autopista de circunvalación. Cuidadosa con sus cosas desconectó el ordenador y recogió el bolso y la chaqueta. La recepción estaba extrañamente vacía. Los relojes señalaban las tres de la tarde, cosa que se contradecía con la evidente ausencia del sol. Algo inquieta salió y atravesó el aparcamiento. Nadie cerca, nadie en la calle, nadie en la autopista. Los grandes centros comerciales estaban cubiertos con las primeras luces de Navidad a la espera de los primeros clientes, pero nadie ni nada se movía en aquella atmósfera congelada. De la inquietud había pasado al miedo y el pavor se ocultaba en las sombras de los asientos traseros.

Elisa se extrañó ya en los primeros cruces. Los semáforos lucían siempre en verde, naranja o rojo, pero no cambiaban. Aterrorizada tomó el celular y presionó el 1, para acceder directamente al teléfono de su padre. Aunque su pequeño y cuco cachivache marcaba cobertura completa sólo acertaba a oir un zumbido mortecino y en estas condiciones siniestro. Paró en una cabina y marcó el 112 sin mejores resultados. Fue en el momento en que su cuerpo se vio envuelto por la luz de un potente foco que diluyó todo contorno exterior al haz en la oscuridad. Un silencio repentino disolvió los últimos restos de realidad. Más allá de la luz empezó a tomar forma la silueta de una grada repleta de público. No estaba en la calle, más bien parecía haberse materializado en una especie de plató televisivo. Junto a ella un sonriente presentador con smoking de lentejuelas sostenía una tarjeta de presentación y dos complacientes coristas ejercía de comparsa en segundo plano. Elisa en contra de lo que cabría esperar sentía la situación con la normalidad de los sueños a pesar de haber aparecido ataviada sólo con un bikini de lentejuelas y una faldita que a penas pasaba de volante. Vaaamos a ver doña Elisa, tenemos una sorpresa para usted. Alguien del pasado llama a su puerta. ¿Desea ser sorprendida? Elisa hurgó en su memoria y no alcanzaba a imaginar de quien se podía tratar. El untoso showman hizo una señal y una fanfarria abrió la puerta del plató. En desfile una cohorte de tipos de todas las edades, amigos del instituto, viejos colegas de la imprenta, aquel muchacho de la motocicleta y todos los ingenieros de la compañía con casco de minero. Fantasmas del pasado y del presente arrastrando un carro repleto de minerales como ofrenda de devoción.

Elisa, Elisa. Que te has dormido. Hipólito la sacudió con dulzura. Mi niña que ya no tienes vida. Me parece que mi té de valeriana te ha hecho efecto. Elisa miró al hombretón asombrada y despierta sólo a medias. Las cervicales crujiendo como siempre. Elisa se dijo para si. Esto no es vida. He de recuperar el tiempo perdido.

Comentarios

Entradas populares de este blog

No era el dia, no era la millor ruta. Penya Roja de la Serra de Corbera.

Animaladas

Andrés Mayordomo, desaparecido un día como el de hoy