80 años

80 años

Pensar en el papá es imaginarlo como a él le gusta, armado con su caña y con su atún descomunal que año tras año aumenta de peso y tamaño. Si buceamos en la memoria Liliana y yo vemos aquel padre que llenaba de imaginación y dinosaurios el bosquecillo del convento de San Jerónimo. El papá siempre estaba dispuesto a utilizar su taller para fabricar un juguete con dos trozos de madera que yo robaba de la basura de Ferragud. Siempre dispuesto a mostrar orgulloso los cuadros de su hija pintora.

Cuando sabía de la llegada de un eclipse me ahumaba un cristal de reloj para que pudiera tener el privilegio de verlo antes de los 35 años, que sería la siguiente ocasión en que tendría lugar. Cuando otros niños me lo intentaron arrebatar estropearon el cuidadoso ahumado y por primera vez me escapé a la relojería para que mi querido papá arreglara el entuerto.

Cuando nos hablabas de ciencia con la emoción de alguien que siempre ha querido seguir aprendiendo nos sentíamos fascinado por tanta sabiduría en una persona. Nuestro padre, nuestro abuelo, era fuerte. Capaz de saltar bajo una barca a cortar una cuerda o de bucear como un submarino horas y horas ante el desespero de la mamá. Siempre me ganaba a los pulsos y era capaz entender los misterios de las máquinas que a mí se me resistían. CON tu CONTAGIOSO AMOR POR LA NATURALEZA Y EN ESPECIAL A LOS ANIMALES TODOS LOS NOMBRES DE PECES Y PAJAROS nos RECUERDAN A TI. Si Salomón tenía un anillo para hablar con los animales, tú no lo necesitabas.

Cuando llegó la adolescencia llegaron algunas de las inevitables discusiones. Eso de trabajar de relojero y tener de jefe al padre no es siempre fácil. Eso de discutir de política menos, sobre todo con el genio de papá. Pero bueno, todos nos las arreglamos entre tormenta y tormenta y siempre seguímos teniéndote de apoyo. Mañanas en las que nos llevabas todo y equipo al campo a pintar con el señor Damián, excursiones a Vergel todo y perra metida en el portamaletas o viajes diarios a Valencia para que yo pudiera hacerme socorrista.

De tu experiencia con tu propia familia apostaste por la generosidad. Siempre has mirado por tus hijos. Con diecisiete años yo ya podía manejar mi libreta de ahorros y mis sueldos sin que nunca pidieras nada a cambio. Con dieciocho la niña de tus ojos se casó. Idas y vueltas y los años pasaron. Al acabar la carrera me regalaste con mucho esfuerzo y otras tantas letras la colección de libros de la historia de la Comunidad Valenciana. En mi biblioteca tienen un lugar especial más por ser tu regalo que por ellos mismos.

Y así van transcurriendo tus ochenta años.

De padre pescador a abuelo consentidor y bromista; y pescador cómo no. Antonio y Paula podían presumir del abuelo más dicharachero de todo el colegio. El que siempre andaba con bromas y ganas de jugar. Eso sí, siempre presumiendo de hijos y nietos.

Cuando te miro ahora te veo como aquel niño GUAPO Y de cara seria en grupos escolares. Aquel niño que vio cómo venían a buscar a su padre para fusilarlo. El niño que tuvo que aprender a base de trabajar para la familia cuando debía estar aprendiendo y estudiando. AQUEL ADOLESCENTE QUE CON LA BICICLETA LLEVABA COMIDA A SU CASA o HECHO UN CLARK GABLE CON BIGOTITO y gorra torcida de marinero cartero QUE ENAMORO A LA MAMA. No has hecho grandes puentes o catedrales, no has escrito libros inmortales, no te has hecho rico con grandes negocios. Pero siempre has sido honrado, creativo, educado buena persona y el mejor de los padres y nosotros los hijos y nietos más felices porque hemos disfrutado, y vamos a continuar haciéndolo, de ti, de tu compañía otros tantos años.

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