La huida de Félix

Bajó las escaleras y pasó por el bar. El interruptor de la puerta le puso en contacto con el conserje y éste al reconocerle le franqueó la puerta. Al salir vio a dos compañeros respirando el aire viciado de sendos cigarrillos. Pudo apenas esbozar una sonrisa, pero no más.

El paseo andaba desierto. Tomó dirección al cercano calvario y ahogando la frustración que le hinchaba las venas del cuello subió unas decenas de metros hasta que el pueblo quedó reducido a una maqueta con marionetas y vehículos de juguete. Alla en lo alto un avión rompía la bóveda perfecta con un juego de lineas blancas que escapaban de sus toberas. Sentía deseos de gritar, pero años de autorepresión y cierta verguenza le impidieron hacerlo. Los ojos se aguaron sin llegar a estallar convirtiendo las montañas en curvas trémulas.

La cosa había empezado como de costumbre. Sin provocación, sin venir a cuento. Aquella estúpida niña de primero. El aspecto físico le resultaba repulsivo, por más que su parte racional le recordara su condición de profesor. Aguantó la mala educación y las primeras interrupciones con diálogo y tolerancia. Los frenos de su pensamiento izquierdista le ayudaron en los primeros embates. Intentó con las amenazas y la disciplina en las siguientes ocasiones. La clase empezaba a ser un todo solidario en cuanto aquella lanzaba las primeras andanadas y canturreos. Por cada pájaro que atrapaba dos que volaban inquietos. Aquella mañana tomó fuerzas y la envió a hablar con el jefe de estudios. Félix pudo con la situación, pero años de autocontrol y frustraciones le hacían mella. Salir del centro era huir, allá arriba en la pequeña colina sólo con el paisaje sintió el dolor por una vocación muerta. Siempre quiso ser profesor, pero era por amor a su disciplina. Aquella tarea policial continua no era el mejor destino.

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