El ubicuo y esquivo centro del universo

El patio trasero de Alicante es un dédalo de tierra blanca y vías de asfalto. Áridas colinas y montañas surgen en un paisaje marciano colonizado caóticamente. Una vieja casa de campo surge entre talud y talud de las autopistas. Una cantera de acantilados escalonados, con paredes blancas talladas a plomada, es coronada por una tolva de proporciones titánicas. Algunas barriadas llegan a abalanzarse sobre las autopistas en orgía promiscua con los polígonos. Las señales de tráfico y las vallas publicitarias luchan por atraer al conductor. El navegante, no obstante, atisba entre las señas hasta que detecta el totem mágico coronado por la M mayúscula. Estoy sentado en una mesa de un McDonald's, perdido en medio de lo que fue el árido campo del Alacantí. Un día de luz acerada de final de agosto con cielos que presagian tormentas por poniente y azul y sombras afiladas por levante. Es uno de esos días de 33 grados inmisericordes que obligan al refugio al amparo de un carit...