La decandencia del europeismo



"Deutschland, Deutschland über alles,
Über alles in der Welt,"

"Alemania, Alemania, sobre todo, sobre todo, en el mundo" 

(Texto no oficial actualmente del Himno Nacional alemán anterior a la Segunda Guerra Mundial)

Mis amigos ingleses, tan próximos ellos al euroescepticismo, me preguntan frecuentemente mi opinión sobre cómo salir del atolladero económico que sufre Europa. Mi respuesta era siempre la misma: más Europa. Borrar fronteras, difuminar nacionalismos, caminar juntos hacia un modelo económico y social de unidad y prosperidad.

Nunca he mirado con vergüenza a Europa. Soy de una generación que llegó a la mayoría de edad con la democracia y que admiró la Europa próspera y ordenada de los ochenta como un ejemplo para una España todavía torpe y pueblerina. Esa visión de un mundo más abierto y sin fronteras, de una Europa unida avanzando hacia la unión política que superara todas las lacras que el nacionalismo había traído, me hacían sentir parte de un proyecto común en el que nos mirábamos como personas más que como españoles, alemanes, holandeses, franceses o italianos. Decir europeo, para muchas personas de mente progresista, era sentirse parte de un ejemplo de solidaridad para el mundo. Era hablar con orgullo de un sistema de protección social y de una forma pacífica y pacifista de entender el mundo.

Los idiomas eran el billete hacia la igualdad entre iguales, entre los herederos de todo lo mejor y todo lo peor, porqué no, de la rica cultura europea. Era sentirse personaje de una película como "Cinema Paradiso" o emocionado por las vicisitudes de los personajes de "Good bye Lenin". Era sentir las penurias que padecieron la generación de nuestros padres cuando las grandes guerras. Era viajar y disfrutar de la arquitectura, la ciencia, la gastronomía como partes de algo que era a la vez de todos.

Por un momento pensamos que el euro era el camino para una Europa de las personas y no de las naciones. Craso error. El capitalismo salvaje que trajo el neoliberalismo contagió todas las cancillerías y nadie fue capaz de frenar la gran ola que llegaba.

Si vamos a hablar de los culpables de esta crisis podemos cargar todos con muchas culpas y podemos pelearnos mientras el barco está en peligro de hundirse o simplemente se hunde. Si somos parte de una union somos los socios de una empresa que finalmente ha de remar en una dirección común y no en muchas diversas. Si algunos de los países se benefician claramente de la miseria que provocan las política impuestas a otros por ellos mismos no tenemos más que el germen del egoísmo nacionalista que tantas veces ha arruinado Europa. Si Alemania obtiene el dinero barato y los, despectivamente llamados PIGS, países del sur tienen que pagar intereses asfixiantes para satisfacer al votante alemán muy mal vamos.

Sigo creyendo firmemente en la necesidad de una Europa Unida y de una moneda común pero cada vez tengo más dudas que estemos preparados para superar ese demonio que envenena Europa. Los que critican el euro son finalmente los que hacen que su vaticinio se cumpla. Efectivamente el euro es un caramelo envenenado en este contexto de economías diferente y desacompasadas. Los antieuropeistas son, por desgracia, los que están dominando Europa. Berlin, Alemania, se van alejando como parte de la casa común, para convertirse en una capital otra vez antipática en el imaginario colectivo. La historia nunca se repite exactamente, pero cabría recordar que si todo el entramado comunitario se desmorona volveremos a esas situaciones que los políticos europeos evitaron a base de consolidar una Europa justa y unida. Estúpido es quien por castigar a quien se durmió al timón del barco deja que éste se hunda cuando no hay más que agua fría y la soledad más absoluta para toda la tripulación y, lo que es peor, el pasaje.


Comentarios

  1. Una Europa dels pobles, en atenció a les persones, és l'única en la qual crec. Mai una Europa uniformitzadora que, sota el pretext de la unió, pretén anihilar les diferències, les cultures, les llengües, les monedes. Però aquesta tasca és massa àrdua per a uns polítics incompetents i amb interessos particulars (ja siguen personals o patriòtics, com els de la Merkel). En aquesta Europa, no hi ha dues velocitats: hi ha els poderosos, que pugnen per ser-ho cada dia més, i els que ara estem a la cua, patint les conseqüències d'un capitalisme salvatge que no té en consideració la dimensió humana (les formiguetes del Tercer Home), sinó els interessos del diner. Haurem de replantejar-nos a partir de quin nivell cal unificar perquè açò siga governable, però mai, mai, decidir-ho a partir de la incompetència d'uns polítics que han perdut el sentit de l'ètica.

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  2. Hola Conxa, tampoc crec en eixa uniformitat. Cal, al meu criteri, respectar el valuós patrimoni cultural del qual gaudim incloses les llengües. El que no voldria és que mai més una llengua, com va ocòrrer en Alemanya, es convertira en la senyera de la diferència i amb ella de la defensa cerril dels interesos nacionals. Per a mi una Europa unida ha de respectar totes les llengües i patrimonis particular com a part d'un comú. anant, simultàniament cap a un món de iguals sense fronteres nacionals. Per desgràcia els valors d'una Europa unida mor en un món global de neoliberalisme i capitalisme salvatge i polítics venuts als interessos del diner. ;)

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