El poder de una imagen


Los nuevos teléfonos inteligentes son casi ya cualquier cosa más que un mero terminal telefónico. En realidad cumplen funciones más parecidas a las de un ordenador en miniatura que permite un contacto ubícuo y tentacular con el resto del planeta. Sus pequeñas cámaras, dotadas de la suficiente calidad como paras sacar mejores fotos que aquellas cámaras de bolsillo de décadas anteriores, combinan su potencia con el enorme despliegue de aplicaciones que permiten llevar un potente laboratorio de bolsillo. Curiosamente los filtros, en su mayoría, buscan no tanto mejorar la calidad de la foto sino más bien, lo contrario, llevarnos a mundos de colores y técnicas del pasado. Se imita el contacto directo, la diapositiva o el encuadrado de las Polaroid. Al renunciar a la calidad fotográfica deliberadamente se gana en el aspecto gráfico y, yo diría, pictorialista de la foto. Hay como una especie de nostalgia decadente por un mundo no digital e imperfecto.El vintage está de moda. ¿Tendrá que ver con este tiempo de crisis esa preferencia por esas imágenes con el sabor añejo de otras épocas?

Paralelamente las modernas cámaras de gama baja, media y alta permiten que grandes cantidades de aficionados obtengan fotos con una nitidez, rango tonal y color difícilmente superables por las mejores cámaras profesionales del pasado. Las posibilidades del revelado digital extienden las potencialidades del negativo hasta poder bucear en las zonas quemadas o subexpuestas como nunca antes se pudo hacer a no ser que fuera con medios sólo reservados a una minoría. Los colores se pueden saturar o desaturar por zonas, variar su tonalidad y aplicar microcontraste o filtrados y reencuadres instantaneos.

Asistir a una festividad, a un fin de curso o a una excursión en grupo es como exponerse a una guerra de fuego de cámara cruzado. Las cámaras, los objetivos son esa presencia ubícua que llena recintos de seguridad, vías de comunicación, complejos deportivos u hospitalarios y, por supuesto, desfiles, manifestaciones o protestas. La cámara se ha camuflado en decenas de dispositivos e incluso algunas cámaras modernas albergan capacidades propias de teléfonos u ordenadores. En este contexto de democratización de la imagen los fotógrafos profesionales se desesperan por el instruistmo profesional y la falta de criterios a la hora de valorar la aportación que tiene a las imágenes su criterio.

En estas circunstancias ¿Qué valor tiene una imagen?

Estos días he estado escaneando viejas fotos familiares y he observado un pequeño ejemplo de la evolución del mundo de la imagen desde los años en que nacieron mis padres hasta la actualidad. He podido ver el paso desde esa imagen cuidadosa única e irrepetible del fotógrafo de estudio a las fotos de días y eventos especiales en los años cuarenta y cincuenta, en los cuales ya se denota el paulatino aumento de la presencia de cámaras en manos de aficionados. El papel fotográfico debía ser caro y la mayoría de copias son diminutas. Mi generación, nacida en los sesenta, ya empezó a ver la explosión del mundo de la imagen. La proliferación del color basto y virado de las fotos de los ochenta, cuando era ya barato hacer fotos de revelado industrial, y las primeras Polaroid aportaron facilidad y rapidez en los procesos pero era a costa de imágenes sin ese sabor añejo del blanco y negro de antaño. Vistas aquellas fotos son todavía más engañosas que las anteriores ya que el color les confiere un realismo y una actualidad que se desdice con los cambios que observamos en los actores con el paso de los años. El color juega un papel parecido al de los difuntos que vemos hablar y moverse en vídeos de hace años. Parecen reales pero son tan sombras del pasado como lo son las viejas fotos en blanco y negro. Puro ilusionismo. La realidad es siempre quimera en las imágenes.

Cada fotografía tiene un conjunto de características especiales que las hacen únicas. Parece que la fotografía sea una captura de la realidad, pero no hay nada más esquivo y más falso que lo que llamamos "real". Desde el punto de vista técnico las ópticas disponibles ya condicionan el encuadre, los revelados y los negativos los resultados, tanto en blanco y negro como color. La moda y el paisaje son escogidos para las fotos y, finalmente, hasta los protagonistas posan de manera convencional según las costumbres del momento. En los años ochenta raras son las fotos que sean más cercanas a un plano medio. En cambio en estas décadas el plano de detalle o el primer plano son motivo recurrente. El hecho de poder ver la foto al instante ha condicionado esas fotos estúpidas en las que las adolescentes ponen una cara de pez estirando los labios al máximo o esa imagen del filete con patatas en el restaurante. El hecho digital ha forzado el cambio en la pose y el estilo indudablemente.

Recuerdo, no hace tantos años, el cuidado con el que se decidía tirar una foto de 36 posibles. La incertidumbre del resultado del revelado, siempre al pairo del buen o mal hacer del laboratorio, obligaba a una mayor reflexión, a un mayor dominio de la técnica y, por ende, a un engarrotamiento creativo. Una de las primeras cosas que pude apreciar con mi primera cámara digital era esa frescura con la que se podía tomar las fotos. No he olvidado, por otro lado, aquellos los agoreros que preveían todas las catástrofes del mundo cuando llegaron las primeras digitales y su resistencia numantina en los laboratorios químicos. ¿Vivimos un mejor momento? ¿Uno peor? Yo afirmaría, que simplemente uno diferente.

Y aquí estamos. Cuando más cerca tenemos la perfección en nuestras imágenes más nos empeñamos en castigarlas con filtrados y enmarcados de apariencia artesanal. Cuanto más imágenes tomamos y más nos obsesionamos en subir miles de ellas a las redes sociales menos valen. La imagen, poderoso icono del pasado se ha pervertido hasta el extremo de ser una mercancía de consumo efímero. Se hacen muy buenas fotos, se hacen fotos frescas y desinhibidas, todo el mundo hace fotos, pero la realidad es que hemos perdido ese maravilloso culto a esas imágenes escasas, casi irrepetibles que una vez reinaron en nuestra sociedad y que un grupo de gurús formados en los misterios de la técnica eran capaces de crear.

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