Caramelos de eucaliptus

 Mi hija sale a dar una vuelta con las amigas. Ve unos caramelos de eucaliptus junto a las llaves. Los había dejado al vaciar los bolsillos. ¿Puedo coger uno? Me pregunta. Le contesto - A tu abuelo le hubiera gustado que te los comieras-. La quería con locura y en cada ocasión que la veía le daba un poco de dinero con la consigna de que no era para ahorrar sino para malgastar.

No hace ni una semana que mi padre ha fallecido y poco más de nueve meses que nos dejara mi madre. Hay que empezar a organizar el futuro y, por ello, fuimos, en familia, a la que fue su casa a empezar a tomar decisiones sobre sus objetos personales y gestionar los asuntos económicos pendientes. La parte racional y la sentimental se disputan mi cerebro por momentos. Por momentos se es frío y se actua con la frialdad de un administrador en otros los sentimientos te invaden y te arrastran a una nostalgia desesperante.

Sé que las cosas que han dejado, sus viejas zapatillas, la ropa que llevaba cuando entró al hospital, la comida que tenía en el congelador, no pueden quedarse en su lugar esperando el regreso imposible de sus dueños. Sé que unas zapatillas de andar por casa desgastadas por el uso no tienen más futuro que el cubo de la basura. Pero no puedo más que sentir una gran pena e impotencia junto una dolorosa ternura cuando veo las cosas que fueron su mundo.

En la terraza, cosas de viejo testarudo, mi padre acumulaba una gran cantidad de trastos, plomos para pescar, rodillos con cuerda para palangres, anzuelos, bebederos de canario y mil y un cachivaches que no dejaba que nadie tocara. Era su pequeño Sancta Sanctorum el lugar donde guardaba los tesoros ligados a sus pasiones, la pesca y los animales. Desmonto todas las bolsas y tiro a la basura aquellos cachivaches que ya no se ni para qué valen y que llevaban años esperando una última oportunidad de ser usados.

Siento tan vacío el comedor de su casa... Todo sigue igual con el orden que se fue creando con los años y con las posiciones aleatorias como fueron dejados. Como en los relatos de Pompeya parece que sus habitantes fueran a volver en cualquier momento a poseer el que fue su mundo. Una casa dice todo de sus habitantes y el alma de mi padre y el de mi madre se entremezclan en un microcosmos que fue suyo.

En un estante de la cocina, en un lugar improbable escondido tras un montón de platos aparecen unas llaves de casa. ¿Quien las dejó? ¿Fue mi padre consciente que tenía allí un juego de reserva? Parece que el espíritu errante de mi madre y su demencia senil sean la mejor alternativa. Seguramente mientras procedemos al lento derribo de un mundo privado iran apareciendo más y más testimonios de esa desmemoria que desesperaba a mi padre y hacía que las cosas desaparecieran o surgieran del lugar más improbable. Es la letanía de un mundo que se disuelve en la nada.

En la que fue mi habitación hay una caja llena de la ropa de mi madre. Durante un año mi padre me pidió que hiciéramos algo y yo le daba largas. No quería hacer nada. Era como congelar su vida en una caja de cartón. Pero era una quimera. Creo que ha llegado el momento. Veo sus sandalias blancas gastadas por el uso, sus vestidos y trajes de chaqueta y siento el espacio vacío que dejó el cuerpo de mi madre. En poco tiempo se desperdigarán en el basurero o serán llevadas por una extraña.

Es tremendamente injusto. Sé que es la vida, pero cuando todas esas cosas van siendo clasificadas, repartidas o tiradas al contenedor siento una agobiante sensación de falta de respeto a los que fueron sus propietarios.

¿Qué será de las cosas que amamos cuando dejemos este mundo? Probablemente no importa mucho, cuando te vas te vas y nada te llevas. En cualquier caso es muy triste ver cómo la imagen se va desvaneciendo en la niebla de un mundo perdido, ya, ahora mismo. Entiendo el simbolismo de lanzar las cenizas al mar o al viento porque son la metáfora perfecta de lo que es el final de nuestra vida.

Sólo hace una semana mi padre apreciaba las bondades de un andador que le compramos el viernes de la salida del hospital y que hoy es un objeto huérfano y vacío de contenido. Mi hija, en ese ciclo repetido millones de veces sale de casa a continuar la vida con el caramelo de eucaliptos que compró su abuelo.

*El ciclo de la vejez de mis padres finaliza probablemente con esta entrada. Creo que es sano dejar atrás este momento de mi vida y volver, si es posible, a entradas de viajes, de aventuras o de reflexión política o social.

Escribir es, al menos en mi caso, la terapia que me ayuda a salvar estas duras etapas. Siempre he entendido este blog como una forma de hacer entender a los demás mi manera de ver y sentir el mundo tanto como una forma de estructurar mi propio pensamiento.

Gracias, en cualquier caso, por haber estado conmigo.

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