Real de Gandía, la fachada posterior







Me gusta ver el Real de Gandia desde su fachada posterior, la que da al río , desde la otra ribera del Serpis . Cuando el paseante sale de Almoines hacia el cementerio, ve el corazón del pueblo vecino con las casas rodeando la iglesia barroca . Es sin duda la imagen icónica de cualquier pueblo valenciano tradicional de casas a la sombra del campanario que recuerda vagamente la arquitectura de Marruecos.

Sería hacia 1975 que Damián Catalá, el poeta , pintor y deportista , recién regresado del exilio , nos llevó a pintar en el mismo lugar del que hablo. Desde el balcón que corona la ribera del Serpis, saliendo hacia el cementerio de Almoines , se veía esta idílica versión del Real con tejados , casas y jardines que dominaban y acariciaban el lecho del río. Detrás del caserío la presencia protectora de la sierra Falconera, la que un día fuera escondite de los antepasados ​​prehistóricos en las mil cuevas que horadan sus montañas, abrazando y dando rincones cálidos a los bancales de verdura y naranjos que, con ese verde oscuro y el azahar de la primavera, daban sentido al origen del nombre del pueblo. Real de Gandia , Ar Riad
Banü Qays Qays , o los jardines de los Beni Cais Cais, como lo conocían los musulmanes, posiblemente por la presencia de un huerto de algún señor árabe .

Entre el Vernissa y el Serpis , el Real crecía entre canales de agua risueña la cual corría hasta fundirse con la tierra en algún huerto de tierra roja y fértil, que empapaba hasta ser un barro maleable, creador de vida , de donde seguramente Dios hizo a Adán .

El Real fue un pueblo musulmán hasta la expulsión de los moriscos en 1609. La caña de azúcar, su industria. El treinta de septiembre 400 moriscos realers tuvieron que abandonar su patria, su jardín, para embarcar hacia una vida nueva en África. Sólo un niño morisco de 7 años quedó acogido, por decisión de los padres, en casa del rector. Uno de los pocos moriscos que quedó en la Safor .

El pueblo quedó abandonado poco tiempo, ya que a pocas semanas se encontraron colonos que ocuparon las tierras y las casas de los exiliados. El rector, proveniente de Teulada, de acuerdo con el duque, invitó a sus parientes y vecinos a venir a la Safor iniciando una nueva etapa. Hoy, todavía, muchas familias conservan los apellidos de sus antepasados ​​de Teulada .

Yo me crié como niño en las últimas calles de Gandía, ya cerca de la Alquerieta de Martorell, y por eso las primeras exploraciones fueron por dédalo de caminos y senderos que unían Gandía y El Real. Ignoraba entonces la importancia de la herencia de la red de caminos y canales que para mí no eran más que el patio de mis juegos y aventuras.

En los primeros años de mi infancia, no había más que el paisaje de monocultivo de los naranjos propio de las últimas décadas del siglo XX. Lejos quedaba el tiempo de la caña de azúcar y de la viña. Las distancias entre pueblos eran, a los ojos de un niño, como la que va de un país a otro. Si decidíamos ir por Almoines había cruzar el Serpis por el puente de hierro, recorrer los senderos, bajar a cruzar otra vez el río por la palanca, rudimentario puente de madera que unía los dos pueblos , y escalar con la bicicleta una senda que salía junto al imponente muro de piedra del huerto del antiguo trapiche. Podíamos decidir, si queríamos, llegar a la plaza del pueblo y beber desesperadamente o ir por las cercanías del muro hasta llegar al camino real de Xàtiva y volver hasta el motor de riego de la Alquerieta de Martorell . En verano era el lugar ideal donde hacer parada y fonda y refrescarse bajo la higuera de un verde profundo mientras metíamos la cabeza en el impresionante chorro de agua que brotaba como sangre de una herida para escapar acelerado entre naranjos y tomateras.

Poco sabía yo de la historia en mi temprana adolescencia. A los doce años pedaleábamos furiosamente entre higueras y naranjos hasta llegar a los pinos del cerro del Corazón de Jesús y disfrutábamos de la maravillosa vista de una huerta de Gandía , mimando el caserío del Real y que se diluía entre vapores de verano bajo la mole del Mongó .

 Fue a finales de los setenta cuando ese paraíso fue invadido por una industria del mármol que vertía, sin vergüenza ni control, un agua llena de barro blanco en la acequia que bajaba al río destrozando el reino de las ranas. Una vez, orgullosos, salvamos una oveja atrapada en el barro que ahogaba la acequia corriendo para contárselo al pastor. El paraíso empezaba a peligrar.

Después vinieron las industrias del polígono y las naves gigantescas de Tableros Faus. La cantera de la Sierra Falconera crecía como un cáncer devorando las colinas y creando acantilados de piedra viva que se ven como una herida en la superficie gris de la piedra caliza. La autopista cruza y corta la conexión natural entre la sierra y el pueblo abriendo más heridas por detrás del Cristo del Monumento al Sagrado Corazón . ¿Porqué que nadie se dio cuenta del valor de lo que teníamos?

Yo ya no vivía, por entonces, la realidad de mi patria chica, lejos de mis raíces estudiando y trabajando .

Hoy el pueblo no existe como tal, si llegas por la carretera de Albaida. El polígono, en deshuso por la crisis, está lleno de solares abandonados y la maleza ahoga muchos campos de naranjos abandonados. Los desechos y trastos son como diminutos basureros que van saliendo aquí y allá. El recuerdo de lo que llegó a ser, el aprecio por un pasado más inocente, duele en la herida abierta en el corazón. El motor de la Alquerieta queda abandonado , sin higuera , junto a la variante de la carretera nacional. Me han robado el paisaje de mis correrías infantiles.

Cuesta creer que detrás de las naves hay todavía un vecindario que vive como toda la vida en las calles estrechas y casas tradicionales. Todavía, en rincones de delicada factura, sigue una vida tranquila en la que las abuelas compran el pan y los gatos pasean sin temor . Un pueblo donde la gente, en verano se sienta a la fresca en la puerta de casa. Realers que aún se reconocen y se saludan y que regresan para en los días destacados si viven lejos. Un vecindario de fiestas y tradiciones nunca olvidadas y que honra la figura venerable de su Beato Carmelo, muerto, quién lo diría, en Siria defendiendo su religión. Incluso la Iglesia conserva una cúpula pequeña de estilo regional y pinturas murales que la dotan de ese espíritu optimista de los pueblos valencianos, donde con sencillez se adaptan los repertorios barrocos al gusto del agricultor.

No todo está perdido . Si se camina hacia Beniarjó por los caminos que la unen con el Real, todavía se puede disfrutar de un ambiente parecido al que yo vi de niño. Deseo que tengamos la suficiente cordura para preservar el valor del paisaje para las próximas generaciones.

Me gusta pues ver el que es hoy mi pueblo por la fachada posterior. Me gusta el Real de Gandía que se ve por el otro lado desde Almoines o bajando al río. Me gusta hacerlo al final de la primavera cuando el cauce está lleno de flores, agua y verde y que deja ver ese pueblo que yo recuerdo, el de mi juventud. El que nunca se debía haber dejado perder .

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