La aldea irreductible.
En mi generación
nos criamos, entre otros tantos títulos, con los cómics de Asterix y Obelix y
su aldea irreductible contra el poder del imperio. Era la época de los sesenta
y los setenta y la lucha sin cuartel del pequeño contra el grande. El poder romano, caricaturizado en
las viñetas, simbolizaba la antipatía contra el imperio del momento, los
Estados Unidos y sus intervenciones en Vietnam, Cuba o cualquier lugar pequeño
que supusiera intereses en la partida de ajedrez que tenía lugar en la guerra
fría. Asterix se reinterpretaba de héroe nacionalista de izquierdas.
Parece que la
Francia nacionalista renace con el fuerte ascenso de Marie Lepen. De nuevo los marginados,
clases populares desahuciadas por los recortes y que se sienten amenazadas por
otros realmente muertos de hambre y por el poder de Bruselas. ¿Le hacemos un
traje nuevo a Asterix?
El movimiento
centrípeto que apagó los incendios de tantas guerras anteriores se ha ido
deteniendo y volvemos al centrífugo que desgarra la Unión Europea por sus
costuras. La lengua, la raza y el territorio vuelven a ser productos de consumo
rápido que van atrayendo a una ingente masa de euroescépticos que se revuelven
contra el poder de los burócratas, la aristocracia comunitaria y el parlamento
galáctico de Estrasburgo que parece gravitar en una órbita alejada del mundanal
ruido.
En España los dos
partidos del establishment se lamen
las heridas de los mordiscos que les dieron los pequeños grupos que han surgido
del descontento y que han crecido a la carrera. El mensaje es claro: hasta la
incertidumbre de un partido recién creado es mejor que la estabilidad que
vendía el bipartidismo.
Decía Manuel
Vicent, en un artículo de hace muchos años, que gobernar España era como llevar
un avión. Podías modificar la posición de los timones pero el rumbo no se podía
cambiar sustancialmente sin hacer que a los pasajeros se les saliera el zumo de
naranja por las orejas. En realidad el problema del PSOE fue creer que frente a
la grave tormenta económica no había más esconder la cabeza primero o seguir un rumbo impuesto por los poderes económicos
del FMI o el Banco y la Comisión Europeas
(a las órdenes del poder conservador de Merkel) aunque eso provocara el malestar
en los pasajeros. El cambio de gobierno por el del PP hizo que el piloto
todavía se empecinara en seguir la hoja de ruta y empeorar la situación por más
que la mitad del pasaje resultara herida.
El votante de
izquierdas no ha recuperado, si es que la tenía, la fe en la habilidad de los
socialistas de llevar el avión a tierra. El de derechas, normalmente viajero de
primera clase, sabe que tiene paracaídas y que pase lo que pase pueden notar
los bandazos por las turbulencias pero no tanto como la clase turista y además,
en caso de necesidad, puede abandonar el aparato.
¿A dónde vamos?
El escenario resulta inquietante. Una herida profunda se ha abierto en Cataluña.
El PP y su política de hacer oídos sordos han generado una frustración que
puede encenderse en cualquier momento. El independentismo más radical ha ganado votos
y escaños frente a una Convergència i Unió en una carrera escapando hacia
adelante. El PP y el PSC casi desaparecidos. La sociedad, por más que exista
una mayoría nacionalista, dividida y centrada en la lucha contra los romanos de
Madrid y no en la precaria situación social que se vive.
La izquierda ha
ganado en escaños y en ilusión por un
cambio posible, pero sigue dividida en pequeños partidos con diferencias evidentes
que les convierten en alternativas inestables. El diario Las Provincias se vanagloria de que
“Podemos” haya comido terreno a “Compromís” en las ciudades. La desunión del
progresismo beneficia a la visión conservadora de la política.
Si algo aterra es
que PP no ha recibido el castigo merecido o incluso que el PSOE de Andalucía
recoja el mayor entusiasmo bajo la sombra alargada del caso de los ERE
fraudulentos. Si hablamos de
nuestro caso valenciano ¿Cómo puede ser que todavía sea mayoritario a pesar de
que hayan quemado el sistema económico y no quede ni un banco ni caja de
ahorros con sede en Valencia? ¿Cómo puede ser que no hayan sufrido el castigo
por financiarse con dinero negro y llenarse los bolsillos con aquel que al
final hemos pagado todos? El votante de
derechas sigue una disciplina cerril que hace que repita y repita en muchos
casos porque se considera católico y teme la llegada de una izquierda
descreída. Tal es el grado de fidelidad que vota aunque la pensión se recorte o
no sea atendido en el hospital como antes. Tiene lógica que un empresario los elija,
pero que lo haga alguien que vive de una pensión o de un salario no deja de ser
un absurdo. Es cierto, no obstante, que
el voto se les ha escapado esta vez a pesar de que proclamen que han ganado. El
voto se les ha escurrido por la derecha más rancia de VOX o por opciones dispares como Ciudadanos o UPyD. El estado
español, así, se va convirtiendo en una sucesión de pequeñas aldeas
irreductibles unas ideológicas, otras territoriales
Lo peor, no
obstante, es que la mayoría ha protestado de manera absurda contra un poder
abstracto pensando que la mejor manera de renegar contra los gobernantes es
hacerles ver que ignoran al establishment no votante mientras son ellos, en realidad, los que
son ninguneados una vez pasa el día de las urnas. No hay que decir que nadie se
acuerda hoy de las abstenciones y todos cuentan y recuentan los escaños
obtenidos con menos de la mitad de los votantes.
A veces nos
olvidamos que todo y su imperialismo
Roma fue la llama de la civilización que unificó todo el Mediterráneo. A pesar
de su crueldad también fue la vía por la que la lengua, las calzadas o los
acueductos dieron forma a un primer embrión de Europa unida. Es muy sencillo
encerrarse en las fronteras de la aldea y dar la espalda al mundo. Es una idea
seductora. Hablar de los seres humanos
de otras razas y culturas como culpables de la debacle de las clases populares
es una falacia que vende. La aldea llevó al reino de los bárbaros que acabaron
llevando a la Edad Media, el feudalismo y a mil años de oscuridad.
Pero no todo lo
que llegó de Roma fue bueno. Roma abusó
del poder de la fuerza. De su potente aparato imperial para aplastar la
oposición y esclavizarla. Su política, consistió muchas veces en ignorar al
diferente, al diminuto, olvidar que las necesidades del día a día en la aldea
es abrir el campo a esa oposición visceral que nace del apego a la tierra.
Es este un
momento complicado de la historia. Por desgracia estamos volviendo a una época
del miedo parecida al momento del ascenso de los fascismos. Europa sufrió, como
consecuencia de estos años, la peor guerra de la historia de la humanidad y
decidió unirse, una vez acabada, para conjurar a los demonios del pasado. La
pax europea de la posguerra, con todos sus defectos me parece mejor que este
futuro donde a los españoles se nos expulsa del norte y nosotros expulsamos a
los del sur.
La idea de Europa
unida, que está siendo dinamitada desde dentro de su propio parlamento, ha sido
corrompida por esos partidos que se van pasando los mandos del avión y siguen
las hojas de ruta que marcan los poderes económicos. Hay que oponerse a l
modelo de Europa que se está imponiendo por el establishment tradicional y hay
que luchar para que el modelo de sociedad estable y pacífica que creamos para
protegernos de la violencia no caiga en manos de los que sólo la quieren
destruir.
El sueño de una
Europa unida y progresista, un continente de democracia y derechos me sigue
pareciendo atractivo y no este anquilosado dinosaurio que hemos ido creando. No
creo que la cuestión sea menos Europa o más pequeños territorios independientes.
Al contrario. Hay que ir a una Europa más solidaria, más abierta, más unida y
regida por políticos salidos de entre los ciudadanos y no del aparato de los partidos.
La socialdemocracia o las ideas progresistas moderadas deberían recuperar
músculo y unidad ya que el
neoliberalismo se ha demostrado causante de la desigualdad y del
empobrecimiento de las clases medias. Hay que
recuperar la idea de la Europa de los pueblos, de las diferencias que
nos enriquecen unidos tanto como de las ventajas de aquello que nos hace
iguales.
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