Un hombre y su reino



Acabamos de visitar el Barranco del Castell y ver las huellas del demonio y de Jesucristo, según la leyenda local, y el banco de piedra de los que os hablé en el artículo anterior. Pasamos por las casas de Cadis y ya vemos el rincón verde que contrasta con las vertientes peladas y rocosas de las colinas que cierran Pinet hacia Buixcarró. Ana nos habla del fuego y como llegó a quemar los límites del vergel. Entre los pinos se ven unos cuántos cipreses esbeltos, mediterráneos y, siempre, espirituales. No perdemos la oportunidad de visitar el inmenso algarrobo que se desparrama, reptante y expandiéndose por encima de las plantas secas por el calor intenso del verano.



Bajando la calle de arriba que une el casco del pueblo con las casas separadas percibimos el olor a las cercanas granjas avícolas y porcinas que perfuman, más de lo que les gustaría a los pinateros, todo el término. Todo esto para no hablar de las moscas persistentes y cabezotas, pegalloses (pegajosas) como nos gusta decir en valenciano.
Al llegar a un punto a media altura de la calle vemos una entrada a un camino de tierra y un letrero que dice “Avenida”. Seguimos el camino y la promesa del cartel se cumple. Entramos en una avenida de árboles que sube entre bancales que mezclan los cultivos tradicionales con los árboles de todo tipo. Nos encontramos trabajando a Modest Arlandis y nos acompaña orgulloso por sus dominios hablando con emoción, pasión y sabiduría sobre todos los árboles que tiene.
Modesto vestido con ropa de verano y un sombrero de paja tiene los rasgos y el habla refinada de una persona con cultura. El campo, sus campos, son para él una vocación. Fue antes de jubilarse maestro de primaria especializado en inglés, pero, igual que mi padre con la pesca, la vocación le desbordó por los poros de la piel y huía siempre que podía a sus bancales. Recogiendo entonces de aquí y de allá, muchas veces de los jardines de Valencia, fue creando un vergel con la pasión de los árabes en convertir desiertos en oasis.



Piedra a piedra, cubo de agua a cubo, hasta que le dieron suministro, llenó de verde todo el rincón. Como buen jardinero conoce, pienso yo, cada planta y cada piedra de su reino. Nos habla de la exuberancia que llega a tener en la primavera, de las visitas de ingleses, de los maleducados que le entran y le echan papeles. La propiedad privada está siempre abierta a aquellos que la quieren visitar. Los de fuera valoramos su obra, los del pueblo la muestran ya orgullosos como atracción local. Si hay actividades y mercados en el programa siempre hay una visita al rincón verde de Pinet.
Modesto me dice, desde ese punto se hace una buena foto del Pueblo. Le hago caso. Señala con resignación las partes que el fuego del año pasado quemó. Los pinos secos y las matas muertas no han sido retiradas por cuestión de las ayudas que si no ya estaría limpio y arreglado.
Haciendo honor a su nombre se deja fotografiar amable y tranquilo bajo un algarrobo; también él presume como buen padre adoptivo de un algarrobo centenario en sus dominios. Mira la cámara con placidez de aquel que nada tiene que esconder.

Hace mucho calor y vamos bajando con sus explicaciones señalando a derecha e izquierda.
Muchos árboles son centenarios. Nadie ya no recuerda quién fueron los que los plantaron, pero muchos fueron la obra y la decisión de una mano humana. La pasión de Modesto ha cambiado el paisaje y le ha dado un nombre que pervivirá. ¿Quién no querría transcender a su vida humana asociado a un vergel como este?

En la plaza del pueblo acompañados por el reloj con la esfera girada unos treinta grados antihorarios bebemos unas cervezas hablando, como buenos mediterráneos, que somos de la vida y sus circunstancias.

Aquí finalizan los relatos de las dos visitas que he hecho a Pinet. No se tiene que despreciar a nadie por pequeño que sea. Pinet nos ha mostrado pequeños tesoros que nadie nunca sospecharía. Parajes, paisajes y personajes que nos han acompañado, también ahora a vosotros, en estos días de verano.
Buen domingo, amigos. Gracias a Ana Bixquert por su guía y a Modesto Arlandis Mahiques por su cálida acogida.

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