El vértice de un triángulo

El alma de mi padre escapó de la prisión de su cuerpo ya va a hacer casi un año. Escribí por entonces el que pensaba que sería mi último escrito sobre una época muy dolorosa que deseaba cerrar. Creo que el espíritu de estas palabras ya es diferente; nacen de la reflexión y de la liberación tras un año en el que no he dejado, por otro lado, de recordar cada día a mis padres.

El desmantelamiento de la que fue su casa ha sido laborioso dado que toda una vida de recuerdos se almacenaba en cajones, armarios y rincones y se trataba de clasificar, reubicar o donar. Con ternura he visto los objetos personales de mi madre, pañuelos, abanicos,los decenas de aparejos que se dedicaron a la pesca o las extrañas y hermosas herramientas del taller de joyería y relojería que una vez fundara mi abuelo. He intentado que cada objeto encontrara una persona que le diera utilidad porque en el uso de cada uno de ellos estaban las pequeñas pasiones, los gustos y el esfuerzo de toda una vida. Parecerá una tontería pero me llena de orgullo saber que amigos, como Adrián, van a volver a llevar los aparejos de pesca al mar y volverá a renacer esa pasión que tenía mi padre en las manos de un joven aficionado. Me hace feliz pensar que no todo fue inútil...

Esta noche, mirando las publicaciones en facebook, he encontrado una foto de un chalet que se construyó con su torre en las lindes entre El Marenys y Daimuz y cuya propietaria comentaba se construyó hace ya casi medio siglo. Me vino a la memoria el funeral marino de mi padre. Hace un año decidimos cumplir con sus últimas voluntades y lanzamos sus cenizas al mar en una urna que se disuelve en unos días en las aguas liberando su contenido. Sergio, compañero de aventuras marinas de mi padre, sabía dónde debía ser. Me habló de una roca que surge del fondo marino frente al hotel Bayren en la playa de Gandía y que los pescadores llaman "Els murallets". Para llegar al punto hay que enfilar desde la escollera de Gandía alineando el rumbo de la embarcación con la torre que antes mencionaba. Hay que buscar entonces que el Castillo de Bayren flote sobre el tejado del hotel del mismo nombre y en ese momento has llegado. 

Pienso que el verdadero funeral de mi padre tuvo lugar precisamente ahí, en el momento en que entre hermosos destellos y ondas de color esmeralda su urna se deslizó suavemente en su camino al fondo. Quiero creer que su esencia como ser escapó finalmente del mundo entre las aguas de su querido Mediterráneo, en un lugar mágico donde dos líneas imaginarias se cruzan y no en la ambulancia o en la sala de urgencias donde certificaron su muerte. 

Es más, cuando mi madre agonizaba yo le acercaba el teléfono al oído y hacía sonar la canción de Jorge Sepúlveda que tantos recuerdos de juventud le traía. Me gustaría pensar que en el fondo de su inconsciencia la letra la llevaba a un pasado feliz.

Mirando al mar soñé
que estabas junto a mí.
Mirando al mar yo no sé qué sentí,
que acordándome de ti, lloré.
La dicha que perdí
yo sé que ha de tornar,
y sé que ha de volver a mí
cuando yo esté mirando al mar.

Sería hermoso pensar que aquel domingo de septiembre una tercera línea creada por la magia de una canción cruzó la plata del mar en la mañana y volvió a reunir a esas dos personas que un día se encontraron en un vértice de caminos en su destino y que el amor al mar unió nuevamente en un punto donde dos líneas se cruzan.

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