El muchacho de la ballesta



Mis alumnos de Comunicación Audiovisual de este curso son una delicia. Entre todos forman un pequeño grupo de nueve que ocupa toda la primera fila de mesas de dibujo y que se afanan por atinar la respuesta a las preguntas que yo les hago. Les trato como adultos y ellos me corresponden con toda la seriedad de la que son capaces. No quiero decir que nunca se despisten o que no cuchicheen por lo bajo de tanto en tanto y yo les tenga que llamar al orden. Son niños o preadolescentes y de tanto en tanto sigue saliendo el pajarito que llevan dentro.

En mi clase vemos películas o documentales que nos introducen en el mundo del audiovisual y nos presentan cuestiones éticas que hemos de discutir con el mejor criterio posible. Al principio de curso esperaban la típica respuesta de blanco o negro, sí o no, ahora ya han aprendido la importancia del término "depende" en un contexto social donde las cuestiones polémicas no tienen una respuesta clara sino miles de matices donde debemos encontrar nuestro punto de vista bajo el paraguas de nuestra cultura, ideología o valores familiares.

Esta semana hablamos de la muerte en una hora en la que el instituto debía hacer un minuto de silencio como homenaje y signo de respeto hacia las víctimas del terrible suceso del Institut Joan Fuster de Barcelona. No es un tema nuevo en mis clases ya que todos los años vemos el documental de Michael Moore Bowling for Columbine y abordamos la influencia de los medios de comunicación en la creación de sentimientos de miedo y necesidad de seguridad que acaban en la posesión de miles de arma que de la defensa pasan con facilidad al ataque.

Los niños no son tan tontos. Muchos de ellos reconocen que juegan a videojuegos violentos pero saben perfectamente dónde empieza y dónde acaba la realidad. A esa edad el tema es fascinante y, por ello, no tardaron en contarme su experiencia con personas de su entorno. Como con el sexo la muerte es parte de la vida pero todavía, escasamente, parte de la suya. En sus perfiles de facebook muchos de ellos juegan con la estética macabra, les gustan los vampiros, sobre todo a ellas, siguen a cantantes que rugen escandalosas letras de violencia grandilocuente, pero todo es pura pose. La mayoría de ellos es por hacer la contra o porque banalizan un misterio que a todos nos inquieta. Hablamos de la muerte y les dije que para mí era como jugar al frontón dándole a una pelota una y otra vez sin que deje de rebotar hasta que en un momento la pared se la traga, ni la vemos ni sabemos qué ha sido de ella. Simplemente ha desaparecido y nos quedamos con cara estúpida frente a algo que no entendemos y sin saber cómo reaccionar. Cuando quiero que conciban la dureza de la misma les pregunto sobre sus sentimientos respecto a la posibilidad del fallecimiento de un ser querido. Por primera vez la risita nerviosa cede paso a la formalidad y desasosiego reales.

En la sala de profesores el tema se comenta igualmente. Todos pensamos que es un suceso infortunado de esos que salpican las páginas de los periódicos pero por fortuna extraño (¿Todavía?) en nuestro ámbito de trabajo. 

Parece que había manifestado tener una lista de enemigos contra los que iba a actuar. No se puede imaginar alguien que no vive nuestro mundo de las aulas cómo de claustrofóbico puede ser para un alumno mal adaptado. Cómo las bromas de los compañeros pueden llegar a ser acoso o cómo un intento de corregir puede acabar convirtiéndose en un odio enfermizo. Por más que tutores, orientadores y profesores en general nos preocupamos y atajamos estas cosas, cada año tenemos nuevos alumnos de todas las clases y colores entre los que hay, siempre, algunos con la semilla del problema que puede crecer a la menor oportunidad.

Al pobre compañero que le tocó estar en el sitio equivocado en el momento equivocado se le acabó la vida sin tener casi tiempo a saborearla. Los heridos, tanto mentales como físicos estarán tocados pero de una manera u otra seguirán adelante. Los padres, la familia, al parecer gente de clase media de los que llamamos normales les vendrá una y otra vez el peso de la conciencia y el dolor de un hijo que siempre lo será pero a partir de ahora con la pesada lacra de su pasado. Al niño que fantaseaba con los arcos y la violencia le cambió tanto la vida que ya jamás volverá a la inocencia del pasado.

¿Conclusiones? Pocas. Toda la vida hemos conocido de adolescentes que coquetearon con el peligro, de las drogas, de la velocidad, de los riesgos y que finalmente acabaron en una cuneta. Ha pasado y pasará que a alguien, en algún momento, el cerebro le crea una mala pasada y acaba creyendo que la violencia o la muerte son solución al dolor. Al contrario, siempre causarán más y más. Respecto a las armas en casa, nunca las deberíamos tener y si vemos una pasión por ellas dialogar para intentar ver de dónde sale esa pasión por un objeto tan destructivo.

Me quedo con una imagen potente. El niño armado al que se le acerca su profesor de educación física, que sabe hablarle con unas palabras acertadas que lo desarman, un abrazo y sollozos de impotencia ante la realidad abrumadora. Hablar, hablar, hablar...


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