Sigue la vida

Primera nota en este tipo de diarios que parece se han puesto de moda. ¿Porqué las maletas del caracol? Bueno, parece que me veo así. Supongo que algún psicoanalista le encontraría una explicación freudiana. Para mí es un símbolo de mí mismo. Siempre cargado de mis maletas y maletines, con la casa a cuestas, voy y vengo de un lugar a otro y aunque parece que el tiempo discurre lento y pausado en cuanto te das cuenta has hecho un gran camino pasados los años.

Londres. Tomé unas notas en mi viaje que ahora transcribo.

Una luz suave acaricia un paisaje domesticado. Los restos de cien culturas flotando sobre el negro espejo del Támesis. Los edificios imperiales miran con desdeñoso orgullo los nuevos complejos de vanguardia y Canary Warf ya empieza a parecer viejo entre gruas que construyen futuro. La zona portuaria resurge desde los viejos ladrillos victorianos ennegrecidos por el hollín de la flota del imperio hasta el reflejo plateado de los rascacielos. La serpiente roja culebrea entre viaductos y muelles sin sentido hasta topar con el linde del viejo Londres.

Junto a la Torre un corredor se da un batacazo ante los ojos de un sij sesteando al sol. Niños de ojos claros devoran bocadillos al rítmo de miles de instantaneas que se vuelven hacia el Tower Bridge y lo congelan mientras se abre con parsimonia. La babel global se enreda entre escotes generosos y burkas tribales. Los Beefeters son como Che Guevara monigotes del negocio turístico global. Iconos que reconvierten las ciudades en parques temáticos.

La ciudad no se detiene en su trasiego hasta Trafalgar Square. Desde arriba de los pedestales los generales y el almirante, ganadores de tanta batallas, ignoran la presencia abigarrada de mil razas. Nelson, profanado por una gaviota encaramada a su cabeza, hace oídos sordos a la cadencia oriental del concierto que lo rodea. Londres se redescubre en una esencia bien diferente a la planeada en la época del imperio.

Esta es una ciudad tiránica. Sin dinero sólo se es caminante. No hay ventaja en lo taxis ni en las atracciones. Saludar al jamaicano orondo que te lleva a la seguridad del hotel cuesta casi lo mismo que volar a Malta.

No queda mucho del cliché flemático que amparaba a los hijos de la Gran Bretaña, pero tal vez lo que se haya perdido en ese sentido se ha ganado en humanidad.

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