Sale el sol

El clima, como tantas veces se ha dicho, lo es todo. La suma de cambio horario con el viento de tierra han limpiado esta mañana la atmósfera llenando de alegría el paisaje.

La frialdad del gris en todas sus variantes ha sido sustituida por los colores vibrantes y limpios matizados por la luz suave del otoño. Una avioneta contra plagas recorría la comarca y me imagino la maravillosa vista de campos y montañas huyendo velozmente a los lados de la carlinga. Supongo que el piloto aburrido con su rutina diaria no repararía en tanta hermosura a su alrededor. Yo en cambio me imagino el vuelo en cámara lenta, con euforia contenida y con una banda sonora solemne mientras los perfiles del Monduver y la Safor aparecen o se esconden tras las colinas del valle. El Serpis, crecido con las furiosas lluvias de todas estas semanas se siente río del norte y se lanza impetuoso y rejuvenecido a un mar que refleja mezcla el color del barro, el verde profundo y el aguamarina de un cielo azul.

Dos prostitutas se sientan junto a una curva cada día. Cuando vuelvo del trabajo las veo con esa apariencia joven que suelen tener de lejos y arruinada cuando, por un fugaz instante, se les ve la cara. Hoy estaban como lagartos al sol esperando el cliente oportuno. Para ellas también ha salido el sol. Los días fríos y húmedos deben ser todavía más terribles para estas personas que han de mostrar la tentación de la carne incluso cuando más apetece esconderla. No parecen de aquí. Yo diría por los tonos canela que vienen de algún lugar de América. Quizá han pasado del templado clima del trópico a los achicharrantes días de nuestro verano o a la humedad de nuestro octubre. Para ellas que jamás sale realmente el sol, hoy se ha iluminado también el día.

Al llegar a casa he sacado al perro y hemos bajado al río. Una culebra que aprovechaba el calor del mediodía se ha deslizado confusa al sentirnos. El gris pardo de su piel se ha confundido con la tierra y como por arte de magia ha desaparecido. Las mandarinas saben mejor cuando se arrancan del árbol y con ese pequeño lujo me he reconciliado conmigo después de una mañana pesada.

Al bajar al río he vuelto a disfrutar de la fuerza del agua. Mi perro ha metido las patas en el agua cauteloso por la fuerza que lo arrastraba. Al salir ha jugado con un montón de arena levantado por las aguas sobre el asfalto. Parece que el hormigón ha sido arrancado y el cauce aparece repleto de piedras de gran tamaño llevadas al lugar por la fuerza de la corriente. La naturaleza ha convertido uno de mis lugares de paso habitual en un rincón donde sentarse y contemplar la belleza salvaje de la naturaleza inconformista frente a la intromisión humana. Esa pequeña carretera demasiado llena de tráfico ha quedado en lo que nunca debió de dejar de ser, un camino entre naranjos donde el paseo se hace sin miedo a morir atropellado. Creo que tardará en arreglarse el paso y mientras tanto en este rincón del mundo ganaremos un poco de la paz que nos empeñamos trastocar.

Con la noche ha llegado el frío del norte. Los ciclos siguen implacables, pero nos queda la esperanza de nuevos amaneceres de sol dorado.

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