La acelerada vida de los perros

 Al salir de casa he visto un perro boxer marrón que venía por el camino que se adentra entre los naranjos. La dueña lo ha llamado y él se ha quedado con esa cara de sorpresa e interés con la que todos los perros observan a sus congéneres. Troy, mi perro, iba demasiado preocupado de encontrar un lugar con tierra para hacer sus negocios, como dicen los ingleses, y no lo ha visto. 

Ya han pasado más de diez años que lo tenemos y hemos visto toda una vida en su evolución. Llegó como un muñeco de a penas unos kilos y en cosa de meses crecía a ojos vista con esa rapidez propia del metabolismo canino. Cuando llegó al barrio ya habían otros perros. Como pasa con la gente joven Troy se consideró rápidamente miembro de pleno derecho para marcar su territorio con la chulería del yo estoy aquí y acabo de inventar el mundo. Descubrimos juntos los rincones de nuestra geografía cotidiana día tras día, semana tras semana, mes tras mes. Troy evolucionaba a razón de siete veces por una la vida de una persona. 

Nunca ha perdido la mirada del perrito diminuto que llegó a casa. Su personalidad bondadosa y leal siempre se ha mantenido pero cada vez vamos teniendo más un viejo tranquilo que se levanta y se mueve sólo si le interesa. Ha aprendido a entendernos y hacerse entender y a gastar sólo la energía que necesita para comunicar sus deseos. Hay días que sus huesos le duelen y le cuesta levantarse con toda la fuerza de sus patas delanteras. Todo ha ido muy rápido.

Cuando salimos a pasear encontramos nuevos perros. Perros que han llegado al mundo hace pocos meses o años y que tienen esa energía vital del joven, como la tuvo Troy: el mundo es mío.

Es conmovedor ver en los perros la evolución de la vida de un humano en tan sólo una década. Troy sería, en caso de ser una persona, un niño de diez años con toda la energía pero le ha tocado otra biología que le hace tan esclavo como a nosotros la nuestra.

¿Qué pensaría, en el caso de que lo hicera, un olivo milenario o una secuoya inmensa? Tal vez, con la perspectiva de mil años de cataclismos y momentos de paz, con las guerras y los cambios que han ocurrido en ese tiempo, nos mirara condescendiente sabedor de nuestra limitada vida. Vería que somos ese perro joven, recién llegado al barrio que cree que todo ocurre por primera vez y que tiene derecho a marcar la farola como cualquier otro.

Anoche fue una Nochebuena tranquila. Los tres de casa, mi suegra y el perro, uno más de casa. Lejos quedan otros años con la casa llena y los villancicos cantados con jolgorio y estrépito con muchos niños pequeños ilusionados. La vida corre muy rápida también para nosotros. Tal vez tengamos alguna navidad, de nuevo, la suerte de celebrarla con niños pequeños y recuperemos un poco de aquellos ecos que quedan atrás. Pero el agua jamás pasa dos veces por el mismo río. Ya lo dijo Heráclito.

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