El caso del golfás desaparecido

Esta historia está basada en un hecho real pero está adornada con la fantasía y se han cambiado nombres y características de los personajes para preservar su privacidad.


Socorristas con los municipales de playa, los famosos "Pitufos"

En pleno verano las sombrillas suelen, y solían, situarse pegadas a la franja de arena mojada que separa el mar de la arena ardiente. El mar aquella mañanade domingo no se andaba con bromas y  había invadido el territorio seco con dos potentes olas que, como agua hirviendo, habían ganado unos diez metros más de terreno. La vanguardia de sombrillas, hamacas, toallas y accesorios del turista modelo habían salido flotando entre la desbandada general de los ociosos veraneantes. Rápidamente los muchos paseantes habían aprovechado la superficie de arena mojada y dura para caminar con más espacio pero sorteando las balsas que se formaban y saltando los riachuelos que volvían rápidos hacia el mar.

Los socorristas de la zona del Bayren patrullaban el mar permitiendo que los bañistas se metieran unos pocos metros, justo donde el agua alcanzaba a las rodillas y cerca de la orilla. Cualquier atrevido que se metía corriendo mar adentro era sacado a base de pitidos y gestos. Los menos discutían y eran informados del bando de la Comandancia de Marina que prohibia el baño en días de bandera roja. Era la peor combinación para tener trabajo; a saber, domingo, fuerte sol y calor mezclado con el vaho que polarizaba la luz brillante de agosto.

Serían las doce del mediodía cuando una multitud se agolpó frente al barracón de "El Gallo" gestor de la zona controlada por el Hotel Bayren. Pepe Campos, mi compañero y yo corrimos cargando nuestro aparato de radio y un neumático inflado y encordado por si era necesario. En la playa cualquier tontería, incluso una simple medusa, causaba por puro aburrimiento estas multitudes de curiosos que se destacaban por la densidad de las figuras humanas acumuladas en poco espacio. Podía ser cualquier nimiedad o algún problema grave y siempre se acudía a ver de qué se trataba.

En el centro del grupo un tipo de acento madrileño con gafas de sol Rayban y gruesa cadena de oro se agarraba un pulgar de la mano con la palma cerrada de la otra. El color de la sangre, que resbalaba manchando la arena, delataba que estaba herido. A sus pies un inmenso golfás se arqueaba y daba saltos furiosos intentando escapar de vuelta al mar. La multitud lo miraba con precaución y la curiosidad del que nada más tiene que hacer. El tipo, por lo que contó, había visto el gigantesco bicho peleando con las olas y se había lanzado a atraparlo aprovechando la ventaja de las aguas someras. Lo que no contaba en sus cálculos era la fiereza de esta especie. Antes dejarse atrapar sin pelear le había mordido el pulgar causándole una brecha profunda. El castellano, cabezota como el pez, no lo soltó y se las arregló como pudo para llevar los cerca de cinco Kilos de puro músculo fuera del rompeolas. Acompañado de unos familiares se marchó a la posta sanitaria de Vernisa para ser curado dejando el pez abandonado en la orilla.

Pepe Campos no se lo pensó dos veces. Su amigo Dinko Petkovic, un croata exiliado que vivía a caballo entre Australia y Gandía estaba en las cercanías. Compinchados con "El Gallo" tomaron el golfás y lo hicieron desaparecer por la retaguardia de sombrillas y casetas hasta el apartamento del eslavo. Hay que decir que Dinko era un tipo peculiar que presumía de tener manos mágicas, capaces de curar desde  torceduras  de tobillo hasta dolores de espalda con sus masajes. Su pasión eran las mujeres,y siempre era agradable con ellas. Cada mañana aparecía con un aceite que olía a vinagreta i que aseguraba que producía el moreno perfecto gracias a su composición de hierbas medicinales. En realidad yo sospecho que freía la piel como si fueran calamares a la romana. Era un juerguista nato capaz de berrear su canto de guerra el "Kumbayvela" que decía había aprendido en la India. "El Gallo", el tercer compinche, era un tipo de apariencia seria, bigotito y sombrero de paja, capaz de convencer a un compañero socorrista de que debía de buscar cien caballos para una película de vaqueros que se iba a filmar en la marjal de Gandía. Fue así como el golfás desapareció para llegar al apartamento que el croata tenía junto a la discoteca Rompeolas.

Sería cerca de media hora después que el madrileño apareció con un pulgar enfundado en aparatosos vendajes blancos y esparadrapo. Se nos acercó y preguntó con chulería. ¿Y mi pez? Pepe Campos le dijo. ¿El pez? Lo enterramos, olía mal. El tipo torció el gesto y exigió que lo sacáramos. ¿Dónde está mi pez? Pepe le contestó -¡Y yo qué se!- Lo enterramos por ahí, olía mal. -¿Dónde?- A saber, yo no me acuerdo-. Al ver que no llegaba a nada el madrileño acudió de vuelta en unos minutos esta vez acompañado de un municipal.

El policía vestido a la manera colonial con pantalones blancos cortos, gorra del mismo color y camisa azul, no por algo se les llamaba los pitufos, se dirigió a Pepe en valenciano. -Vinga, trau el golfás, Pepito!- -Quin golfàs Paquito? Jo no sé on està el golfàs!- El tira y afloja entre dos convecinos del Grau se alargó unos minutos hasta que el municipal perdió toda la autoridad con la complicidad del mar embravecido. Una inmensa ola llegó anegando la orilla hasta la altura de la rodilla. Las inmaculadas zapatillas blancas del municipal y sus calcetines empezaron a chorrear y el policía empezó a preocuparse más de si mismo que del expectante turista.- ¿Y mi pescado?- dijo-. ¡Usted calle, no sea pesado!

La cosa quedó en nada ya que el municipal no le parecía adecuado hacer una ridícula denuncia por el robo de un golfás y el madrileño se disolvió entre la multitud cagándose, literalmente, en la madre que parió a todos los valencianos con su dedo ridículamente enhiesto.

Esa noche Dinko, un cocinero excelente, preparó el pescado azul con una receta al homo con patatas de su Dubrovnik natal. Pepe, el croata y otros tantos compadres de farra dieron cuenta del desgraciado bicho mientras bebían y cantaban a grito pelado una y otra vez el mantra hindú. "Kumbayvela, kumbayvela, kumbayvaaaa..."



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