Tentaciones en Amsterdam


Amsterdam es una ciudad pintoresca. Algo así como una especie de dama que se debate entre la coquetería y la bohemia pero que jamás se viste de largo. El centro tiene unos pocos edificios institucionales pero en la mayoría de los casos se trata de arquitectura del día a día. Tampoco es que abunden los grandes bulevares rectilineos e imperiales al estilo de París o Berlin. Se nota que los holandeses siempre han sido más dados a los negocios que a los grandes imperios militares. Un vistazo al mapa nos muestra una almendra central que se ve rodeada de barrios concéntricos siempre circundados por canales que salen de forma radial en todas direcciones. Las casas, con fachadas de ladrillo en su mayoría, se retuercen fruto del hundimiento de un terreno pantanoso y parecen pandillas de amigotes a punto de perder la verticalidad y que se apoyan unos a otros de vuelta tras una borrachera nocturna. Éstas son en ocasiones tan delicadas que parecen juguetes o partes de una maqueta ferroviaria. Si algo tiene de hermosa la ciudad son esos pequeños rincones que a pesar de estar en el centro de una gran ciudad tienen encanto pueblerino. Una escalera que sube hasta la primera planta con coquetería, una ventana que muestra un interior abierto a la luz, un personaje que se asoma al sol del verano. El holandés, siempre atento a los pequeños detalles y a la vida doméstica, ubica unas macetas con flores y algún banco junto a la puerta de acceso a la vivienda, o sobre las cubiertas de las barcazas en un intento privado de embellecer y humanizar el rincón propio de cara a la vida pública de la calle.

No obstante, no todo es pulcro y cuidado. Tras alguna calle céntrica y animada se pueden ver otras abandonadas a la suerte de los ocupas que se benefician del ambiente de tolerancia general para tomar posesión del espacio y llenar las fachadas de graffitis desde la acera al tejado. No pasa nada, todo parece dentro de un orden regulado por una municipalidad que cobra nada más y nada menos que treinta y cinco euros sólo por aparcar un día completo en la calle. Discretamente se dejan ver cámaras disimuladas que hacen de un tercer ojo que vigila ese ambiente aparentemente descontrolado.

Descubrí una ciudad muy diferente según la recorrí bien temprano, por la mañana, a mediodía o por la noche. A las siete las calles todavía están solitarias y la gente sonreía con simpatía al verme cargado con una cámara intentando encontrar la composición perfecta. Algunos de ellos fueron tan amables que incluso pararon para no interrumpir una toma. En los encuadres aparecían furgonetas del reparto esquivando los canales, gaviotas y palomas haciendo de una basura reventada un festín y barcas recorriendo pausadamente los canales. Me daba la sensación de estar en un pueblo y no en una gran ciudad con gente con un sentido de la vida realmente distendido.

El tiempo cambiaba con esa rapidez tan típica en el norte y súbitamente el sol se veía filtrado por una llovizna fina y persistente que se iluminaba con los rayos dorados del alba y acababa convirtiénse en chaparrón. El sol juguetón no tardaba en apoderarse de los tejados dibujando contraluces sobre el delicado azul del cielo. El verano parece a veces que sea tan natural y sencillo que se olvida que en invierno hasta el mar se congela.

Aunque parezca mentira las iglesias siguen sobreviviendo a los siglos en esta Sodoma de los negocios. Sus torres y chapiteles marcan puntos de fuga en la perspectiva de unos canales cubiertos de árboles. Las bicicletas son una plaga que como plantas trepadoras se agarra a cualquier elemento urbanístico. Ya sea los pretiles de los puentes, bancos o farolas las bicicletas se van acumulando en el uso diarío o se abandonan y son pasto del óxido y el descuido. Los ciclistas saben que están en su imperio natural y pedalean furiosos de acá para allá.

A mediodía el centro se llena de una multitud ilusionada y jovial que recorre las calles peatonales que llegan al Dam. La inmensa plaza Dam es el centro geográfico y emocional de la ciudad y , si el tiempo lo permite, está animada por una sentada de comedores de patata con mayonesa junto al monumento a los liberadores de la patria. Los tranvías crujen i patinan sobre las vías mientras las palomas van despistadas a la caza de un poco de carroña. La plaza es el lugar donde turistas y nativos se entremezclan como un una gran centrifugadora, aquí unos niños que se hacen una foto, allá un actor callejero recoge monedas ataviado como Neptuno, allá los figurones de cera del museo llaman a los visitantes. Si el Dam es el corazón las calles adyacentes son las arterias comerciales que se disuelven y mueren entre los canales del barrio rojo.

Raramente el olor forma parte de los recuerdos de nuestros viajes si no es que se impone con rotundidad. Somos animales visuales y nos va mucho más el torrente de colores y formas que nos llega por la vista. En el caso de Amterdam el humo de los miles de porros, que huye en espirales desde los coffee shops, invade los canales durante todas las horas del día para perderse en un cielo siempre a punto de tornarse plomizo. Los adolescentes de cualquier continente disfrutan del ritual de sentirse diferentes, vivos, propietarios del mundo y lanzan bocanadas de humo mientras filosofan sobre la existencia disfrazados de rastafaris. Ellas, muchachas espigadas, esbeltas y bien alimentadas vagan por las calles y canales y con un aspecto seguro y convicción de haberse comido el mundo cien veces. Son los cachorros de mi generación y las generaciones vecinas, bien alimentados y acostumbrados a correr mundo desde niños. La mayoría de ellos, pasados los años de la iniciación y la mochila, entrarán en las correas de transmisión del sistema y acabarán encorsetados, con camisa y corbata atendiendo negocios grises. El resto, unos pocos, jamás madurarán y se convertirán en esos viejos con pinta de soñador que vagan desnudos por una comuna de ecologista o de chamarileros en tiendas poco rentables. Los adultos callan y les dejan seguir soñando.

El barrio rojo no se diferencia, en principio, del ambiente de casitas que caracteriza todo el centro. Incluso me da la sensación de que muchas de las casas deben estar habitadas por gente que realmente no vive del ambiente del barrio. La única distinción es que en lo que deberían de ser las ventanas hay una puerta acristalada que da al exterior. Más allá del vídrio que protege, un poco como si fuera una fiera enjaulada, se contornean centenares de mujeres apenas vestidas con bragas y sujetador. La multitud observa y compara como el que va a un mercadillo urbano. Gran parte de los mirones jamás llegarán a pasar de la observación morbosa tanto de las chicas como de aquellos que se atreven a dar el paso y cruzar la frontera que separa la calle del mundo mortecino de los cuartos. No hay grandes ceremoniales, una puerta que se abre, una pregunta y una cortina que se corre. A dos o tres metros de la multitud dos extraños hacen sexo sin amor mientras al otro lado de la calle grupos de camorristas beben cervezas entre risotadas y juerga. Un grupo de negros murmura al paso de los turistas: "Cocaina, extasis, heroina..."

Me imagino que en otros tiempos la visita a un lugar tan poco dado al recato moral debió ser toda una experiencia para españoles de misa dominical y procesiones el día del patrón. Hoy al barrio rojo le ha pasado como con tantos otros lugares del mundo. Es una especie de parque temático visitable con guía y repleto de pequeños restaurantes aptos para todos los públicos. La contemplación de las prostitutas en los escaparates, siempre envueltas de luces de colores ya no escandaliza como antaño. En realidad no hay más que recorrer los polígonos industriales de muchas ciudades de aquí para ver mujeres descocadas en sujetador y tanga. De alguna manera los holandeses han sido siempre más prácticos que nosotros, frente a la negación legal que se hace en España ellos asumen la realidad con normas y protecciones y al menos las mujeres que están metidas en el ajo son trabajadoras sometidas a la legalidad y protegidas por cuatro paredes.

Una barca se aleja por el canal cubierto del verde follaje de los olmos, el agua serpentea entre ondas de fuego líquido. Es verano, Amsterdam.


Comentarios

  1. que bueno que brindes tanta informacion y tan bellamente, tengo ganas de conocer Holanda y ya me has convencido de ir jajaja seran mis proximas vacaciones,si señor!!!

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  2. Un Saludo desde España. Me alegro en recibir tu comentario. Escribo por puro gusto y siempre alegra que alguien le ha servido o le ha gustado. No dudes en preguntar si quieres saber algo más sobre Amsterdam.

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  3. Todo el que estuvo sabe que es tal como describes el que no ,ya sabrá a donde va. Enohorabuena y gracias por tu generosidad.

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  4. Hola Jorge,
    Tu blog de Amsterdam es magnifico! No fácil para leer para una estudiante Español de Amsterdam como yo. Pero afortunadamente tengo un diccionario. He descubierto y olvidado completamente, que habia hecho tambien un pagina web en blogspot en 2008. Pero no hice nada mas con el. Hay un otra blog de ti que leería, pero no me recuerdo cúal. Por favor corrigeme cuando hago faltas extrañas. Saludos, nos vemos.

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