Dublín de norte a sur, de la luz al ocaso.

Hay quien dice que Dublin jamás fue irlandesa. De hecho los vikingos fueron los primeros en formar un campamento junto a una poza de aguas pantanosas (de ahí el nombre,Dubh Linn, que significan 'laguna negra). De gente tan ruda poco más se podía esperar más allá que algunas empalizadas y cabañas de madera y así pocos son los rastros que dejaron más allá del nombre y de la orilla donde eligieron situarse.Los normandos heredaron el poder y los británicos se lo arrebataron hasta la relativamente reciente independencia. Y sólo entonces en 1949 realmente pasó a ser la capital de la República de Irlanda.



A las 9 de la mañana las calles se llenan de gente apresurada camino del trabajo. La prisa y urgencia hablan de urbanitas estresados a punto de iniciar el día. Nada que ver con los grupos distendidos que se juntan en los pubs en cuanto finaliza la jornada laboral. Los irlandeses parecen tener un carácter risueño como marcaban los clichés previos. El taxista que nos trajo al hotel desde el aeropuerto le costó poco seguir la conversación y hablamos durante todo el camino bajo la atenta mirada de dos bebés pelirrojos que presidían dos fotos de carnet en el salpicadero. Los empleados de tiendas y restaurantes suelen también responder con una sonrisa y bajar unos kilómetros por hora, bueno millas por hora, la velocidad de un inglés que se parece a las ráfagas de una ametralladora.

Dublín, como tantas otras ciudades, es una ciudad creada junto al estuario de un río. En una zona relativamente plana se abre a una bahía cerrada por el norte por los acantilados de Howth y por el sur por la belleza exuberante de las colinas de Dalkey. El río Liffey se llena y se vacía al ritmo pausado de las mareas y más allá de los imponentes reflejos que ofrece a los fógrafos no tiene ni siquiera la función de puerto que una vez tuvo. Los puentes apenas si consiguen dar unidad a una ciudad asimétrica. El río es la antigua frontera natural y a pesar de los esfuerzos urbanizadores el sur sigue siendo el corazon de la ciudad y el norte es mucho más prosaico. Los sucesivos gobiernos locales se han empeñado en dignificar la zona y por todos lados aparecen las esculturas de tantos líderes que se opusieron al estado de las cosas desde la misma edad media. Como suele ser típico en las naciones independizadas se conmemora cada acto de oposición y cada represión idealizando las etapas de la historia conforme a su conveniencia. Frente al edificio de correos y donde una vez estuviera la columna de Nelson destruida por el IRA,  se alza erguido y orgulloso el Monumento a la Luz. Depende qué ojos lo miren: estupidez de 120 metros o escultura fascinante que arranca la vista hasta el cénit y que da soporte a una avenida en decadencia unos años atrás.



A pesar de tantos esfuerzos Dublín jamás ha sido el norte del río Liffey. La ciudad tiende a disolverse entre callejones de bajo rango en cuanto se sale de la Calle O'Donell. Un par de avenidas trazadas a cuerda y algo más allá barrios desangelados, que repelen en cuanto baja un poco la luz del día. Parece que el Dublín moderno está surgiendo, como en Londres, en la zona que una vez fuera el puerto. Perdida la función se crean nuevos usos y tras el puente de Santiago Calatrava aparecen edificios relucientes muestra de la prosperidad irlandesa que murió con la crisis económica mundial.

Justo en la orilla contraria la ciudad se viste de estilo georgiano. Las calles son largos pasillos de ladrillo con punto de fuga señalado por hileras monótonas de ventanas. He de reconocer que las puertas pintadas con colores brillantes resultan bien curiosas y tienen un estilo encantador. No obstante, más allá de la temprana funcionalidad de estos barrios de nueva planta concebidos en el siglo XVIII me resulta una propuesta monótona. Creo que al final me seduce más el espíritu de contraste de los barrios nacidos de forma orgánica y no planificada. Las casas, de moda en el siglo XIX, muestran el modelo social de la familia acomodada. Los criados en el sótano en la zona de servicio. La planta noble junto a la puerta, las habitaciones del matrimonio más arriba y bajo el tejado la buhardilla para los niños y la institutriz. El modelo se repite en centenares de casos hasta convertir el barrio en un laberinto donde a veces se pierden las referencias. Dentro del proyecto se incluyeron varios parques que hoy lucen con esa exuberancia propia que da la lluvia. En cuanto sale el sol los dublineses y sus huéspedes aprovechan la ocasión para retozar por las hierba sin recato. Un poco más allá de los prados centrales hay bosquecillos tan frondosos que hacen que allí siempre reine la penumbra.

El imponente complejo del Trinity College sigue marcando un punto especialmente digno y hermoso.Tras la entrada se abren plazas rodeadas de edificios de fachada de piedra dotados de serena dignidad. Imagino que estudiar en este lugar debe ser un recuerdo imborrable. En lo que debiera ser un recinto pacífico para los estudiantes hoy hay centenares de turistas desgañitándose por hacer una foto utilizando el lugar como un decorado para conservar una prueba de su visita. Somos precisamente los visitantes los que sobramos. ¿O tal vez no? Es posible que seamos los turistas los que financiamos con la venta de camisetas y el pago de visitas guiadas parte del presumiblemente caro mantenimiento de la institución. Emociona especialmente la venerable biblioteca cubierta de libros que escalan posiciones en estanterías de madera envejecida hasta la bóveda superior. Miraba los lomos de los volúmenes durmiendo un sueño del que con poca probabilidad despertarán y pensando en cuantas historias contarían sobre el mundo y la vida de los que vivieron o de las ideas que rondaron sus cabezas.



Imaginemos que estamos en la puerta principal del Trinity College. Delante se ve la calle College Green que se pierde hacia el núcleo medieval primigenio, a la derecha la imponente columnata del Banco de Irlanda. En el caso de Dublín abundan los grandes edificios neoclásicos con fachada de columnas y frontón a la manera griega. Hay tantos que a veces cuesta distinguir, si no es ayudado de la guía, si es el parlamento, el banco o la fachada de un auditorio. Hay que reconocer que la ciudad logra un empaque imperial y dignidad mucho mayor que la que debería tener siendo como es la capital pequeña de un país pequeño con apenas cuatro millones de habitantes.

 Siempre en el mismo punto y mirando a la izquierda se alcanza rápidamente la calle Graffon Street. Un día de verano está repleta de gente que cruza rauda en cuanto el semáforo da la señal de salida. Una foto tomada en ese punto hace aparecer una multitud multiracial, de todas las edades, formas y colores. Si el corazón de la ciudad está en algún punto seguramente es éste. Autobuses de dos pisos avanzan a toda velocidad en su afán de acercar distancias mientras en una esquina una mujer de pelo rizado toca el arpa. Las tiendas, en el punto más estratégico, venden i-pads, postales o camisetas de Guiness. Un poco más adentro de la calle Graffon domina la calle una escultura algo tosca que representa a Molly Malone, la heroina popular de una canción que es himno semioficial de los irlandeses. Un espabilado se ha apropiado del lugar y se empeña en hacerte la foto y pagar el peaje. Siguendo la animada calle Graffon se ve la típica invasión de locales populares, por supuesto Mac Donalds, Burguer King y Starbucks. La calle se ve recorrida por una multitud animada de compradores entretenidos por artistas callejeros. A las seis el cierre de las tiendas vacía considerablemente las calles y los clientes corren a los pubs y restaurantes cercanos a seguir con la fiesta del consumo.



Dando una pequeña vuelta por el barrio se recorre la parte más animada del Dublín de los turistas y si se vuelve hacia el río no se tarda en llegar a Temple Bar. Lo que fuera una zona de almacenes hoy es el centro de la diversión para turistas. El que quiera encontrar un ambiente divertido y multicultural no tiene más que perderse por estas callejuelas. Borrachos, carteristas, estudiantes, familias con niños, mochileros, músicos de calle, empleados de seguridad, camareros o policías. Cada uno tiene su espacio y su lugar en ese ir y venir entre tantos locales con música en directo. Día y noche la zona es pateada por una multitud alegre y relajada. En cuanto el alcohol hace estragos se dejan ver los inevitables borrachos montando un número mientras la multitud los asume como parte del espectáculo.

En cuanto se llega a los últimos locales allá por la Essex street se entra en un barrio mucho más tranquilo. La zona sur occidental cercana al río concentra los barrios de origen vikingo y por ello las calles siguen el patrón orgánico de los núcleos medievales. Éstas se curvan y quiebran dando lugar a rincones encantadores que engañan a veces al visitante en su esfuerzo por orientarse. En unos pocos kilómetros se concentran iglesias y catedrales, la de San Patricicio, la Christ Church, la pequeña capilla de San Audon, bibliotecas, bancos, museos y el resto de la muralla normanda con la única puerta de la ciudad que ha resistido el paso del tiempo. No queda ya tanto para llegar a los Liberties, los barrios de extramuros que una vez concentraron a los que vivían afuera de las murallas y hoy siguen manteniendo ese espíritu mucho más auténtico del dublinés de casta.



El sol se pone tras las cúpulas del complejo judicial The four courts. Los días de veranos mueren lánguidamente entre rayos de sol casi horizontales que bañan las fachadas de los edificios con una luz melancólica que parece anunciar el otoño.


Comentarios

  1. M'agrada't molt!!!! N.Ll

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  2. Gràcies pel comentari. Encara que sóc una mica irregular tinc algun article preparar al voltant de Dublin. Hi ha una pàgina de fotografies per aquell qui vulga saber més de Irlanda. www.picasaweb.google.com/jgpolop

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  3. Se hecha de menos que escribas aqui! :)

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