Un remolino que todo lo traga



De buena mañana la huerta que queda entre Real de Gandia y Beniarjó se despierta entre los cantos primaverales de los pájaros. Unos labradores hacen sus tareas mientras charlan tranquilamente. Si no fuera por la autopista que corta como un cuchillo los campos de naranjos parecería que el tiempo se parado entre el Serpis y el Vernisa.

La ilusión es esto, un espejismo de un espacio atravesado por carreteras con vehículos que llenan de humo la atmósfera. Yo, con mi vehículo, no soy más que un cantante más de la coral. Atravieso el río, hoy otra vez seco, de camino al instituto. 

Son días de notas y comento a mis alumnos los resultados. Se quejan del hecho, dicen ellos, que se pide mucho trabajo, que todo es muy difícil. Yo los digo, bien lo sé, que, al contrario, cada vez podemos pedir menos. Quien está en la enseñanza ya con décadas de experiencia sabe bien que cada vez el nivel de exigencia va bajando de forma sostenida año tras año. Obviamente la genética no ha cambiado tanto y los profesores son los mismos. Dicen que nos tenemos que adaptar a alumnos que vienen con la cultura del videojuego y la pantalla. Parece que la lectura va a menos e, incluso, hay programas de promoción de esta herramienta del conocimiento.

Si les digo que el esfuerzo personal, las horas trabajando y la renuncia puntual a los placeres y la diversión son las que los llevarán a hacer cosas increíbles, replican que quieren disfrutar de la vida. Sí, ¿Porque no, disfrutar de la vida? No se dan cuenta que el futuro viene complicado.
Dicen que el coeficiente intelectual está bajando a Europa. El sistema, los inspectores, quieren el resultado, no promueven que como profesor apruebes solo si han obtenido un buen nivel, te piden solo que queden todos contentos, alumnos, padres y madres. La estadística que saldrá en la prensa y los ránquines son los que cuentan.

Volviendo a mis alumnos. Los digo que no se esfuerzan todo el que haría falta, que pueden hacer mucho más y la contestación es que no quieren amargarse. 
En un futuro donde las máquinas harán muchas de las tareas repetitivas como cocinar, cosechar, gestionar tu dinero, cobrar en un supermercado o llenar las estanterías en almacenes, va quedando cada vez menos espacio para la mediocridad.

Ya es por la tarde. Tenemos evaluaciones. Cada vez es más complicado tomar decisiones en un sistema que realmente no está preparado para tanta diversidad. En una clase puedes tener a la vez inmigrantes que han sido aparcados sin apoyo en el aprendizaje del idioma, niños que tienen serias dificultades cognitivas, algunos con mal comportamiento u otros vagos entre otros tantos de todas las clases y condiciones. Programas, derivaciones y ramificaciones en un sistema que no sabe ya cómo lidiar con la complejidad de la sociedad.

Un poco más tarde conecto la pantalla del televisor con la tablet y hago que un capítulo de Black Mirror se proyecte. Realidad virtual. Nuevos tipos de relaciones, nuevas aproximaciones a la sexualidad humana. Seres humanos atrapados en un cuerpo y un cerebro, primitivamente hechos para una tribu de cazadores recolectores, ahora viviendo en un mundo con interface compleja con la cual la parte más emocional no puede siempre combatir.

Decidimos mi mujer y yo ir a cenar al Mac Donalds. Hacía un tiempo que no íbamos. El local ha cambiado en los años que no habíamos ido. Unas pantallas curiosamente parecidas a las que aparecen en las series o las películas del futuro, como unos tablets gigantes, nos permiten hacer el pedido sin necesidad de camarero. No es tan complicado, pero finalmente es un laberinto de opciones y se tarda un poco en ponerse a punto en el sistema. Para las personas de mi generación es complicado, para los más mayores un imposible, para los más jóvenes como un juego. Pero no siempre. Una chica jovencita, espigada, de piel negra como el carbón y cabello largo rizado nos pide ayuda en valenciano. Parece de origen etíope o sudanés a la vista. Entre mi esposa y yo (en el país de los ciegos el tuerto es el rey) lo ayudamos a hacer el pedido.

Cada vez más cajeros automáticos, pantallas, dispensadores de tickets y otros dispositivos están sustituyendo la mano de obra humana. Entre las mesas veo a la chica negra acompañada de una mujer con pañuelo en la cabeza y túnica larga. Parece salida de un cuento de Las Mil y Una Noches. En otra, dos chicos, que yo diría que son de origen magrebí, se comen el menú. La luz cenital marca el cráneo pelado de uno de ellos. El músculo temporal, como en una clase de anatomía, se contrae y se dilata bajo la piel.  Por las ventanas se ve la luz de neón del Carrefour. Cualquiera diría que estamos en una distopía futurista. Algunos clientes dejan las bandejas en su lugar, al cubo de la basura. Se acumulan vasos de plástico y envases de cartón, pajitas, bolsitas de kétchup y papeles. No veo que la basura se separe como tenemos que hacer con la basura casera. Otros lo abandonan en las mesas: alguien lo recogerá. Seguramente lo harían igual si estuvieron en la calle: alguien lo recogerá.

Diseminadas por el mundo miles de vacas producen gas metano en su sistema digestivo. Más y más gas. Un vaso de plástico entero después de un viaje de años va al mar. Una familia cena en casa merluza con microplásticos. Un asmático se ahoga en una ciudad china un día de niebla. Una pareja en dos extremos del mundo inicia una relación en una web de contactos. Tres mil trabajadores se van al paro en un gran banco, algunos de ellos, perfectamente válidos, sanos y preparados son prejubilados. Los coches van y vienen por las autopistas radiales y de circunvalación. Nadie baila sobre el techo, si acaso miran la pantalla del móvil. En África en un campamento de tiendas un grupo de médicos hacen frente a una nueva epidemia de Ébola. Cada segundo tres gritos nuevos de bebés que llegan al mundo: En el momento de escribir el artículo el planeta tiene 7.676.652.160 habitantes según una web que hace estos cálculos. 7.676.659.723 en el momento de corregir el artículo.

No, el tiempo no se ha parado: El tiempo va a la carrera. Tempus fugit. El planeta se deteriora a gran velocidad. Necesitamos toda la imaginación humana para detener esta locomotora desbocada. La escuela podría jugar un gran papel, pero, en cambio, todo el sistema apuesta por un enfoque paternalista que no cree en la capacidad de los jóvenes de hacer milagros. Por ahora ni ellos se lo creen.

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