Llegó el otoño

Una vez mi amigo Pablo, hablando de la muerte de su madre, me dijo, "De repente te das cuenta que estás solo, que ya no eres un niño". Recuerdo en mi infancia cuando algún gorrión caía desvalido al patio o a la calle y lo recogíamos para intentar alimentarlo y salvarlo de una muerte segura entre los coches y los depredadores. La mayoría de las veces acababan extinguiéndose en silencio al cabo de unos días alejados de su nido y de su familia.

Jueves catorce de noviembre. Desde  el extremo del pasillo, en la penumbra, se percibe la larga serie de puertas hasta la máquina de venta de chucherías, chocolates y bebidas que hay al final. El suelo pulido refleja las luces y las sombras. De tanto en tanto sobrevuela un quejido de alguna anciana. A mi derecha está una sala blanca, bien iluminada con tubos de neón decorada con unas sillas de ratán de asiento forrado en rojo y una mesita con una figura de porcelana con dos personajes edulcorados imitación al estilo de las de Lladró. No por esperada la llamada fue menos intempestiva en mitad de la noche. Como siempre el personal de la residencia fue amable y considerado. Me condujeron a la sala y me refirieron brevemente los pasos a seguir. En el centro está la camilla y bajo una sábana estaba mi madre. Tuve suficiente valor para levantar la tela y acariciar su frente brevemente. Por última vez.

Desde que se dispara el proceso vas en una suerte de cinta transportadora en la que te dejas llevar sin resistencia. Atiendes los detalles legales, agradeces con toda la amabilidad de la que eres capaz a propios y extraños que te ayudan y confortan en el trance. Pequeñas decisiones y detalles prácticos a los que hay que estar a la altura sin estar realmente preparado. Cuando te dan el documento de identidad de tu madre, y la ves en la foto, reconoces una cara que había desaparecido hace años.

¿Qué sentir? Alivio al ver que el dolor ha acabado. Pesadumbre por ese vacío misterioso que nunca llegamos a entender del todo. La carretera parece más vacía que nunca. En la madrugada de ese jueves sólo alcanzo a ver algún que otro coche patrulla. Parece una ciudad abandonada. Un cansancio culpable te tumba en la cama y descansas para iniciar el ritual en un día diferente.

En realidad el universo conspiraba para dar números cabalísticos, detalles mínimos, sonidos premonitorios. La percepción exacerbada ante la inminencia de la muerte nos hace percibir detalles que en otros casos serían ignorados. Una velas votivas que se niegan a encender, la combinación de fechas del último día en que estuvo viva, 13-11-13, la habitación 123, las tres fases de la vida, unas campanas que suenan a muerte en esa mañana, una frase de mi sobrino en su muro de facebook, una broma en realidad, que decía "el fin se acerca". Mi primo Guillermo al llamarle supo para qué era. El día anterior había soñado con mi madre y había comentado a una compañera que presentía su muerte. La verdad es que yo ya hablaba con franqueza de su inminente fallecimiento desde hacía unos días porque el proceso era de no retorno y sin querer todos mis sentidos estaban predispuestos a captar hasta la mínima señal.

¿Quien sabe? Realmente es más bello pensar en un mundo que nos da señales que no en esa fría realidad mecanicista en que las cosas ocurren sin sentido ni conexiones.

Me llevo en el recuerdo estas semanas de desesperados intentos de hacer feliz, o al menos de confortar, a mi madre. Los momentos en que leíamos juntos el poema de su niñez. Sus palabras hace unas semanas en las que compartió con su hijo la consciencia sobre su propia situación - "Es la decadencia. Esto se acaba"- me dijo, Me quedan para el recuerdo esos momentos en que todavía la pude llevar a la playa y pudo ver la belleza del mar. Pero el proceso llevaba una dinámica imparable. Cada día era más dificil poder establecer una comunicación. El tejido se desgarraba hilo a hilo con total rapidez. Hace dos semanas, debió de ser el domingo tres de Noviembre, tuvo esa lucidez que tantas veces vemos antes de que el cuerpo se rinda. Habló con bastante coherencia, llegó a recitar unos versos de su poema favorito e incluso pudo hablar por teléfono con varios familiares. El lunes siguiente empeoró y apenas podía hablar. Tengo la inmensa suerte de que las últimas palabras que me dijo fueron -"Adiós bonico, te quiero mucho"-. No se si llegó a oir los boleros que le hacía sonar desde mi teléfono mientras estaba semiinconsciente. Buscaba con la música llevarle en sus sueños a esa juventud en la que Jorge Sepúlveda le cantaba "Mirando al mar" o Los Panchos "Si tu me dices ven". Finalmente sólo quedaba una mirada desesperada y dolorosa. El último hilo fue el tacto. Ese acariciar el pelo hasta que cerraba los ojos relajada...

Llegó el otoño finalmente. Veo el manto de nubes grises flotando sobre el Mongó. La nieve cubre el Monduver y La Safor. El cosmos sigue su curso, las montañas grises y altivas. Nada que ver con el amable azul de los días de sol. El verano, alargado extrañamente durante meses más allá de lo razonable, duró lo que duró mi madre. El día de su fallecimiento empezó a refrescar y ayer ya se podía hablar de frío. Me viene a la cabeza aquel poema de Verlaine, "Llueve sobre mi corazón, como llueve sobre la ciudad". El frío y la lluvia del otoño han llegado y ese pajarillo desvalido que era mi madre por fin ha escapado del la jaula del cuerpo y ha volado a cielos más elevados como hiciera Juan Salvador Gaviota.

Aquella mariposa vagarosa del poema que tantas veces recitamos juntos era mi madre. Tal vez, porqué no, los ángeles tengan alas de mariposa.

PD. Ayer estaba a la puerta de la iglesia mi prima Claudia con su bebé. Su carita, sus manos, sus miradas inocentes incitaban a la ternura. La vida sigue su camino.





Comentarios

  1. Ai, Jordi, m'has emocionat molt. M'agradaria que et sentires acompanyat per mi en aquest dolor. Una abraçada. Conxa Llorca

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  2. “No te pares al lado de mi tumba y solloces.
    No estoy ahí, no duermo.
    Soy un millar de vientos que soplan
    y sostienen las alas de los pájaros.
    Soy el destello del diamante sobre la nieve.
    Soy el reflejo de la luz sobre el grano maduro,
    soy la semilla y la lluvia benévola de otoño.
    Cuando despiertas en la quietud de la mañana,
    soy la suave brisa repentina que juega con tu pelo.
    Soy las estrellas que brillan en la noche.
    No te pares al lado de mi tumba y solloces.
    No estoy ahí, no he muerto”. Poema cherokee

    Cuando le echo de menos (todos los días) leo el poema y me reconforta.
    Lo siento mucho, ánimo.


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  3. Que difícil, Jordi, parlar de la mort d'una persona tan pròxima i tan estimada des de la serenitat, des de l'emoció, però no des de la 'sensibleria'. Has escrit un text bellíssim. I has arribat a l'única condició que denota la saviesa dels humans: haver arribat a assumir, amb integritat, amb convenciment, que la vida segueix el seu camí. Això és l'instint de supervivència, i és el que ens continua mantenint connectats a aquells que ens han ensenyat a estimar la vida, encara que ja no estiguen.
    Una abraçada gran i sincera.

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  4. Moltes gràcies pel comentari, Maria Josep, diuen que s'escriu mal quan les emocions estan implicades fins a eixe extrem. Vaig intentar fer la catarsi d'un fet natural, necessari, com es la mort però que ens deixa el dolorós buit d'aquells que tant estimem. I si, la vida ha de seguir endavant. Gràcies

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