Ser viejo en el laberinto burocrático




Las colas siempre fueron patrimonio de las ventanillas y las consultas. La espera siempre fue el peaje a pagar por cualquiera de las gestiones o atenciones que se reciben o se realizan en las administraciones. Recuerdo de mis años de universidad la cola del paro que subía y bajaba una escalera de la oficina del INEM en la calle Jesús de Valencia.

Mi padre camina arrastrando las piernas. La lentitud es parte consustancial a sus ochenta y cinco años y hace ya tiempo que tiene dificultades en levantarse desde el suelo o traspasar un obstáculo importante. Así con su andar cansino lo dejé hace unas semanas a la puerta del ambulatorio para encontrarme con él a la puerta de la consulta. El hospital de Gandía se ha quedado en un limbo extraño. Es un edificio a punto de jubilar pero en un estado de hibernación latente mientras el nuevo espera financiación para tomar el relevo. Por las paredes los carteles aparecen descoloridos y con sabor a fotografía de los años ochenta. Sentados esperamos la consulta durante horas hasta que nos remitieron  a digestivos. Nos presentamos y nos devolvieron a la primera consulta que nos devolvió a la anterior y así tres veces. A regañadientes la doctora nos permitió entrar y mostró con toda razón su disgusto por una lista sobredimensionada considerando el personal y el tiempo disponibles.

Para mis padres la visita a los ambulatorios forma parte de sus rutinas, si no diarias sí semanales o quincenales. Los sistemas informáticos devoran datos y generan formularios con decenas de tratamientos que han de cuadrar en la farmacia. El anciano se limita a acatar las órdenes de la autoridad y malgasta el tiempo en la espera desesperado por el galimatías de pastillas y posologías.

Mi suegra ha recibido los papeles del nueva impuesto "revolucionario" por reciclado de la basura que la diputación ha "impuesto" valga la redundancia. Miles de recibos llegan por correo certificado y obligan a ir a la oficina a recogerlos para poder ir al banco a hacer una nueva cola. Ni siquiera se puede preguntar porque la propia oficina de la diputación está colapsada. El camino para solucionarlo es relativamente fácil si dispones de ordenador e internet. Se accede a una página web y se imprime el PDF. Pan comido a menos que seas un analfabeto en términos digitales como es el caso de la mayoría de ancianos.

He de decir que mi padre era especialmente hábil programando los relojes digitales que vendía allá por los ochenta pero últimamente me reclama, igual que mi suegra, para que solucione problemas simples relacionados con toda la cacharrería de reproductores, euroconectores, entradas de vídeo, menus, programación o búsqueda de canales. Para ellos es, como para la mayoría de nosotros, hablar de programación informática altamente sofisticada.

La matrícula de mi hija en la universidad ha tenido lugar también dentro de esta moda en la que todo se hace por internet. No niego que facilita muchas cosas pero que genera otras tantas incertidumbres. Muchos de sus compañeros tuvieron incidencias en las gestiones y no aparecieron ni siquiera en la lista de admitidos con el consiguiente sudor helado ante la incertidumbre de acabar estudiando en La Coruña y no en Valencia. Todo en teoría es muy sencillo, pero finalmente siempre llegas a un punto donde te atascas no sabes por dónde tirar y no tienes a quien preguntar. En su caso el proceso exigía preparar una foto en una resolución determinada. Yo sabía cómo hacerlo, pero dudo que muchos alumnos tuvieran la menor idea de cómo lograrlo. 

Mi cuñada, profesora interina, pasó quince días terroríficos después de hacer la petición de plazas por vía telemática y descubrir con horror que había introducido Rincón de Ademuz inadvertidamente y no había manera de cambiarlo. Somos usuarios acostumbrados a utilizar internet día a día, pero aún así y todo, es imposible no sentir desasosiego ante preguntas sin respuestas de las que dependen muchas veces tu dinero y tu familia.

No nos hemos dado cuenta pero poco a poco perdemos el derecho a ser atendidos por una persona si así lo deseamos. La administración presupone que todo el mundo tiene y entiende los procesos informáticos y recorta funcionarios porque empresas y particulares asumirán tanto el pago de la conexión como los errores cometidos por puro desconocimiento.

No es fácil ser viejo en este mundo. Nuestros padres nacieron en un mundo donde la radio era el invento más moderno y donde palabras como interface, Portable Document Format, alias PDF o matrícula telemática no existían. Las administraciones les exigen sin piedad la adaptación al sistema sin medias tintas e impiden que sus derechos se ejerzan si no es con el concurso de una tercera persona puesta en estas lides. La soledad del anciano es un tema del que se ha hablado muchas veces pero pocas lo hacemos en términos de soledad burocrática o burocrática digital. En momentos en que más débiles son el proceso es una barrera cruel que podrán o no cruzar y que supondrá literalmente la vida o la muerte. Los recortes han llegado a los servicios sociales e incluso las peticiones para recibirlos son parte de ese mundo extraño e impenetrable que le ha tocado vivir.

Me pregunto cómo será el mundo cuando, si es que es así, nos toque a nosotros vivir la vejez. Si la humanidad sigue por estos caminos seremos pobres inútiles perdidos en vez de ancianos sabios que una vez acumularon la sabiduría de la tribu.

Comentarios

  1. Cuanta razón primo... nos espera lo peor

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  2. Pues si todo sigue cambiando a esta velocidad puede que nuestra vejez sea mucho más complicada por muchas cosas. Quería poner como título el de la película "No es país para viejos" y es que no se si será así. Un abrazo primo!

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