El primer día




En el estudio de Tele5 reinaba, como otras veces, una actividad que se podría adjetivar como caos controlado. Los invitados se criticaban unos a otros y salían a fumar con cara tan agria que parecían necesitar del laxante de fuca que iba a ser promocionado al final del programa.

Entre la algarabía una muchacha de veintidos años acompañaba a una veterana encargada de producto de la cadena. Esta última daba consejos e instrucciones de cómo hacer las cosas. La vi y no pude evitar en pensar en que mi mujer iba a ser despedida ese mismo día tras veintidos años de servicio en la banca. Allá en su oficina acababa recibir un centro con flores con el mi hija y yo deseábamos darle fuerzas en la distancia. Casualidades de la vida la becaria debió nacer poco más o menos cerca de aquel marzo de hace tanto tiempo en que mi esposa entró a trabajar con tanto nervio e ilusión como ella. Supongo que se sentiría adulta y ansiosa de dar la talla como todos hicimos en nuestro primer día de trabajo. 

La sensación de traición y de humillación me rondan la cabeza estos días. Somos de una generación que dimos todo porque creíamos en un país digno y mejor que la España del  esperpento que estalló en una guerra y en años de hambre. Ahora, en la vorágine de esta crisis de vértigo, vemos que quien nos tenía que dirigir nos traicionó con alevosía. Vemos que, por todos los frentes, el modelo neoliberal repite las humillaciones día tras día. En un trabajo donde mi mujer podía haber robado o desfalcado durante tantos años sus superiores de zona tuvieron la falta de sensibilidad, por no decir escasa catadura moral de repetir una órden que debió haber venido de arriba. Tuvieron la poca dignidad de pedir que fuera controlada para que no se llevara dinero, para que devolviera llaves, olvidara contraseñas y no se llevara material informático ni listados de clientes. Humillación, esa es la palabra. Por supuesto ni una carta agradeciendo las miles de horas extras nunca cobradas, las renuncias a la vida personal, los riesgos en un lugar tan expuesto a atracos. Ni un reloj con la tapa grabada a la vieja usanza. Pensarán que el dinero, la indemnización, lo paga todo, pero no es así. Mi esposa salió como uno más de tantos días con las únicas palabras de sus compañeros tan hundidos como ella y que ni siquiera saben qué futuro van a tener.

Sentado entre bambalinas charlaba con un simpático técnico de sonido. Pelo blanco y aspecto pulcro. Cincuenta y tres años. Un veterano de mil batallas en Tele5 donde trabaja desde sus comienzos. Desde que tenía treinta. Junto a él se sentaba un chaval en sus primeros meses de profesión. Recio y de pelo rizado, barbita y bigote, con un aro atravesándole el labio y aspecto ácrata ; otro trabajador más con esa suerte agridulce del que está activo pero con su suerte laboral pendiente de un hilo. Contratos limitados, periodos de prueba y frases benevolentes. Tú haz méritos que ya te llegará la hora. Hablamos sentados en unas cajas, ajenos a las discusiones en el plató, del cambio de las condiciones en el trabajo, de cómo las empresas de trabajo temporal y los trabajos precarios empujaban esa estabilidad laboral que poco a poco vamos perdiendo los de las generaciones nacidas en los sesenta. 

Los compañeros que quedan de aquello que fue un día el principal banco privado valenciano viven en la incertidumbre del futuro. Oficinas que se van a cerrar. Empleados que van a ser desplazados o ninguneados por la entidad que se ha hecho con los restos finiquitados por políticos y especuladores. Desde el día en que entrarán como empleados de la entidad fagocitadora pierden toda la antigüedad. No hace falta ser ningún cerebro para entender que han perdido toda su capacidad de disuadir a la empresa si desea despedirlos practicamente pagando nada.

Tarde en Tele5, dieciocho de julio de 2013. Las marujas del público aprovechan las pausas para cantar canciones a coro con voces que parecen sacadas de grabaciones de archivo del folklore castellano. Como rebaños son conducidas a orinar por la directora de público y bajo la atenta mirada del segurata. Los famosos sobrevuelan ingrávidos y ausentes la multitud. Los tertulianos como zombies. Los presentadores estrella como espíritus con aura. El estudio de grabación es como el microcosmos de un país donde los políticos viven sus grescas particulares que no son las que afectan a los que estamos tras las bambalinas.

La furgoneta se enrosca en las suaves curvas del paisaje castellano. Mil vehículos cruzan los campos de cereales plantados de fantasmales molinos de viento. La bóveda celeste arropa una conversación sobre el trabajo, la família, los hijos. Cada día es el primer día para alguien y, por desgracia, el último para muchos. El futuro es como esa carretera más allá de los faros. Un negro vacío. La única esperanza es que no nos falte asfalto para seguir adelante mientras el motor no falle y tengamos combustible.

Comentarios

  1. Se pasa muy mal cuando te ves en una situación como la de tu mujer. Los que la hemos vivido de cerca nos vemos impotentes, sólo podemos escuchar, apoyar y animar. En el caso de mi marido fue muy duro porque eran de su familia y la indemnización fue tan ridícula que parecía una burla, pero después de ocho años puede decir "bendito despido". Se hizo autónomo, nos va bien y él ha recuperado la confianza y la alegría que en un tiempo "unos personajillos" intentaron quitarle.
    Dale el abrazo más fuerte que puedas a tu mujer de mi parte y suerte.
    Este poema es para ella.

    VIDA
    Después de todo, todo ha sido nada,
    a pesar de que un día lo fue todo.
    Después de nada, o después de todo
    supe que todo no era más que nada.

    Grito «¡Todo!», y el eco dice «¡Nada!».
    Grito «¡Nada!», y el eco dice «¡Todo!».
    Ahora sé que la nada lo era todo,
    y todo era ceniza de la nada.

    No queda nada de lo que fue nada.
    (Era ilusión lo que creía todo
    y que, en definitiva, era la nada.)

    Qué más da que la nada fuera nada
    si más nada será, después de todo,
    después de tanto todo para nada.

    José Hierro

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  2. ¡Hermoso comentario Ana! Muchas gracias por las palabras y por un poema que no conocía. Sí, tienes razón, es tiempo de reinventarnos. De mirar el pasado como ese agua que no mueve molino y pensar que cada día vale realmente la pena. ¡Carpe diem! Espero que nos dejen al menos algo de resuello para recuperar fuerzas. A veces me siento como los pantalones levis en el famoso grabado de la etiqueta. Caballos tirando por todos los lados y tú haciendo valer tus costuras para no acabar desgarrado.

    Un abrazo

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