La recta que corta la niebla.




A veces es un mínimo momento de un viaje el que nos impresiona, el que queda marcado indeleble en la memoria y que seguramente no se olvidará a menos que sea nuestro propio cerebro el que nos traicione. En el camino del sur al norte de Holanda se pasa por la impresionante barrera que forma el Afsluidijk dique éste que cerró el mar de IJsselconvirtiéndolo en una inmensa albufera en 1933.

La autopista corta el mar como un estilete afilado con esa absurda racionalidad humana tan amante de las líneas rectas. El dique no da lugar a la fantasía sinuosa a la que acostumbra la naturaleza y más bien se introduce en el mar orgulloso y prepotente, con esa fuerza de una especie demasiado acostumbrada hacer del planeta un juguete maleable. Cuando ya se han pasado las primeras esclusas y más o menos a un tercio del camino, se llega al monumento conmemorativo a la faraónica obra civil salida de la mente de Cornelys Lely.

Jorge Fernández, un comercial de una compañía asociada y yo mismo nos encaminábamos hacia el norte con aproximadamente una hora de tiempo extra disponible. Paramos el coche y bajamos en un lugar que yo había visitado en pleno verano dos años atrás. La atmósfera plomiza nos había acompañado desde Amsterdam y así el paisaje se mostraba embadurnado de una sombría paleta colores pardos y grises. Aunque la temperatura no llegaba a los extremos de semanas atrás, el frío, cercano a los cero grados, calaba hasta los huesos debido a la humedad y a la brisa que llegaba desde el mar.

El aparcamiento estaba casi vacío y paramos a pocos metros de la torre-mirador. Tras bajar unos pocos escalones nos paramos a contemplar el mar de Ijssel. Al este el agua se ha vuelto casi dulce con los aportes de los ríos y la fauna marina ha ido muriendo para dejar paso a una más propia de ríos y lagos. La menor salinidad y su situación de mar cerrado provoca la congelación de su superficie. La sensación era extraña. A pesar de que a pocos metros a nuestras espaldas los coches y camiones circulaban a toda velocidad el paisaje parecía extrañamente inmóvil y silencioso. Algo en la percepción de los sentidos inducía a una sensación de calma inquietante, muerta, estéril. La nieve sin derretir de días pasados se aferraba a las piedras de la escollera dando paso a una superficie de hielo de la cual no se veía el final. Los pilotes del dique se clavaban negros en el tupido mármol que desaparecía suavemente entre los vapores de la niebla espectral. Nada, vacío, muerte. Si una imagen me viene a la cabeza es el cuadro de “El grito” de Edvard Munch. Un horror sórdido y tranquilo un monstruo helado a punto de atrapar cuerpo y espíritu. El paisaje del norte es opresivo e inhumano. Los seres humanos se han adaptado a él pero sigue siendo un entorno hostil a punto de dar un zarpazo mortal en cuanto uno se aleja unos metros de nuestro mundo artificial y confortable.

Cruzamos el puente peatonal que atraviesa la autopista y nos acercamos al monumento a Lely. Nada que ver con aquel feliz día de verano de hace dos años. La estátua estaba cubierta en su lado izquierdo por una capa de nieve atrapada en una pasada ventisca. En el mar un pequeño carguero se deslizaba pesado sobre unas aguas plateadas con sus contornos apenas definidos. Parecía un barco fantasma del cual podía surgir en cualquier momento el mismo Holandés Errante. Jorge, mi compañero de viaje, iba escasamente preparado y apenas resistió el embate de las temperaturas, justo el mínimo para tomar dos fotos.

Justo bajo la torre-mirador, hay una pequeña cafetería y decidimos entrar para recuperarnos del golpe de frío. Los espacios interiores del norte de Europa son siempre un micromundo del sur en un entorno del norte. Madera y luz se alían para crear espacios de confort que hacen olvidar la opresiva frialdad del exterior. En la pequeña cafetería apenas había dos clientes y el taciturno encargado que leía con parsimonia el periódico. Éste, con pinta de capitán de pesquero varado en la escollera, vestía un grueso jersey de lana y lucía una cuidada barba gris. Dominaba la situación desde su puesto de mando. Había ocupado la mesa más cercana a la caja y de una manera discreta pero contundente defendía su espacio con un cartelito escueto con el rótulo “gereserveerd”. El local tenía cierta reminiscencia al camarote de un barco con sus paredes forradas en madera y sus ventanas abocinadas. Todas las paredes estaban cubiertas de mapas y recortes de periódico sobre la historia del famoso dique. Pedimos un par de tazas de café con leche y mientras mi compañero se explayaba por teléfono con ese gracejo del sur yo me levanté a ver las imágenes. Gruas y obreros luchando contra el mar, una expedición con decenas de carretas de caballos del ejército canadiense en la segunda Guerra Mundial, tremendas galernas que asolaron en algún momento el mismo lugar, mapas de la geografía de Holanda en el tiempo de los romanos, en el año 800, mapas de la época gloriosa del comercio neerlandés. Ese amor por la cartografía parece ser una constante en la historia Holandesa a juzgar por los cuadros del barroco nacional. Tal vez esa obsesión por fijar el paisaje en un gráfico se relacione con la esencia de un país siempre a punto de desaparecer borrado por las aguas. Tal vez la tozudez de los holandeses en recuperar terreno al mar tenga algo que ver con la heroica actitud humana que nos ha llevado a los confines de la tierra.

-Debe ser duro en invierno. ¿Verdad?- Le pregunté al encargado. Con una sonrisa me dijo lacónico. - Bueno, uno o dos días al año cuesta llegar al trabajo- .

Salimos nuevamente al exterior y seguimos rumbo norte por una recta que a veces parece infinita. Definitivamente no es nuestro paisaje. Los latinos somos de aire libre y sol y no de ese mundo de frío hielo y niebla.

La especie humana no es una especie acomodaticia. No nos conformamos con el criterio natural. Vamos siempre adelante, con determinación. El mundo es para el ser humano un desafío y siempre estamos dispuestos a ir un paso más allá. Somos para lo bueno y para lo malo una especie tan valiente y determinada como destructiva o constructiva. Todo depende del punto de vista…

El Afsluidijk en invierno es, tal vez, la mejor representación del espíritu humano, la línea recta decidida contra la hostilidad de un universo tan propenso al caos. Nuestra tozuda y racional línea recta frente a la irracional y sinuosa naturaleza.

Comentarios

  1. Yo ví este paisaje en Abril y no parecía tan desolador.Me encanta la analogia trazada con el espíritu humano.Definitivamente el milagro es permanecer vivos.Gracias señor Garcia Polop.

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  2. Muchas gracias por leer mi blog. Encantado con sus comentarios

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  3. Amigo es un placer verme incrustado entre tus lineas, no solo es enriquecedor leerte, mucho mas compartir esa lecciones "in situ".Aunque en proximas visitas prometo ir ataviado con lo necesario .....un abrazo

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  4. Bueno amigo Jorge, muchas gracias por tu comentario. Y bueno, la verdad es que si nos quedamos allá arriba del dique sin abrigo no duramos ni un minuto sin quedar congelados como el mismo mar.

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  5. Amigo Jorge:
    Viajando por los caminos que se abren cuando me sumerjo en el laberinto cibernético que afortunadamente me ha tocado sondear en este trecho temporal que ahora vivo, me encontré con tus maletas, alforjas de Rocinante repletas de sorpresas. “ La recta que corta la niebla” se atravesó de improviso en mi camino, contrastándome el azul celeste que baña la albufera tropical venezolana llamada Laguna de Tacarigua , con los plomizos grises que envuelven de norte a sur los pétreos costados del dique Afsluidijk, brazo artificial que genera la laguna costanera.
    La cobertura celeste es dispar, los cielos de aquí son luminosos arreboles , telones de fondo de las pinturas de Cabré, el pintor del Ávila; motivo vital del pintor Armando Reverón, el delirante impresionista de la luz tropical o fuentes de inspiración de las alegres canciones de Billo, el cantor de Caracas. Los cielos de allá, plomizos e invernales, son paneles donde Rembrandt, Hals , Ruysdael , Vermeer o Van Gogh recuestan la sencilla grandiosidad de la campiña y las costas holandesas o recrean en lánguidos retratos la intimidad de su gente.
    A las costas venezolanas de Miranda , Sucre , Margarita o Anzoátegui las cinceló el percutir milenario de las olas y los vientos y la orogenia que surge de las entrañas del planeta .Por eso son tan diáfanas , virginales y sinuosas las lagunas de Tacarigua, La Restinga, Píritu y Unare . Su pureza y encanto son una invitación permanente a sumergirnos en sus aguas , que desde aquí te formulo con franqueza de amigo.

    Afectuosamente: Néstor Maldonado.

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  6. Estimado Néstor:

    El mundo moderno es extraño. Extraño es que desde diferentes lugares del planeta accedamos con facilidad a la información y tengamos, por otro lado, la posibilidad de decir qué pensamos y que nuestras ideas saltes barreras de miles de kilómetros. Las informaciones vuelan y crean revoluciones a la velocidad de las teclas y cambian formas de ver y sentir de una manera que nunca hubiéramos imaginado.

    Escribí el artículo en uno de mis viajes al norte y efectivamente en ellos he descubierto la crueldad de una vida sin luz y esclavizada por el frío. He de decir que los paisajes con nieve y sol, esos días en que consigue ganar su batalla de invierno con las nubes, son de una belleza exquisita. No son por supuesto los colores amables de mi Mediterráneo ni los exhuberantes verdes y azules tropicales. Nuestros paisajes sureños, a poco que nos descuidemos, son una invitación a la vida. Los paisajes nórdicos son una advertencia a los osados.

    Finalmente el paisaje nos hace la vida fácil, pero también nos mal-acostumbra. A poco que nos descuidemos nos hacemos indolentes y perdemos la fuerza de luchar. Tal vez es que los seres humanos sólo sacamos lo mejor de nosotros cuando no nos dan las cosas regaladas. Tal vez los holandeses se han forjado su prosperidad a base de ser pequeños y vivir en un medio hostil.

    Quien sabe. De momento, al menos, Venezolanos y españoles, todos aquellos que vivimos en la parte más cálida de España, podemos decir que a pesar de las crisis y de la situación política y social que nos atenaza siempre vuelve a salir el sol y nos da la posibilidad, al menos de amar nuestro paisaje con todas nuestras fuerzas.

    Venezuela, vista en una pantalla, es ciertamente un paraíso en la tierra.

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