Por Dios, por la patria y el Rey


Diciembre de nubes altas que anuncian la lluvia. Cielos de plata y azul recortan el suave relieve de las colinas peladas que anteceden la ermita del Santo Cristo. Vamos hablando de temas trascendentes, el sentido de la vida, cómo aprovechar lo que nos queda en ese equilibrio de filo de navaja entre lo que nos hace feliz y la rutina que nos permite vivir.

Recorremos, ignorantes, un mapa nombres con ecos a pasado, Alt del Quincaller, Alt dels Carlistes, L'Infern. George se para en lo alto del cerro y con un contraluz épico bebe de su botella. Al fondo, difuminada suavemente por la niebla de la mañana, la silueta de la capilla y los edificios anejos. La distancia parece poca entre la desolación de una vegetación escasa y recomida por el último incendio pero las montañas siempre tienen una vaguada o un barranco al que bajar para volver a subir jadeando.

Ya, superada la última colina, aparecen a la vista una meseta de matorral, algún pino arrasado por el fuego y un grupo de cipreses moribundos rodeando una cruz de hierro. El pequeño monumento funerario circular, decrépito, casi abandonado, venía decorado por una reseca corona de laurel con la bandera monárquica. El viento sopla frío a los setecientos metros de altura de la meseta. Una placa rinde homenaje a sesenta y dos caídos en la batalla de 1873. El enfrentamiento, hoy tan lejano para los senderistas, suena como si se hablara de la Batalla de Salamina. El enfrentamiento fue cruel y salvaje, a bayoneta en muchos casos. El general de las tropas republicanas escribió:

"Reconocido el campo, donde permanecí desde las doce, en qué esta tuvo lugar, hasta las cuatro de la tarde, se encontraron ciento cuarenta y nueve muertos del enemigo, y más de doscientos heridos, de los que se recogieron muchos; pero, según noticias posteriores, sus bajas ascienden a más de quinientas. Se cogieron también más de doscientos armamentos, prisioneros, una carga de municiones, botiquines, cajas de amputación, banderines, un portabandera, libros de órdenes, sables, espadas y otra porción de efectos". 

La batalla ocurrió en diciembre,el día 22, en las vísperas de la Navidad. Bendito Google nos da referencias y datos contra el olvido. Fueron batallas de nuestros tatarabuelos que en nuestra ignorancia no merecen atención. Los corredores de montaña, los senderistas y los turistas de domingo suben de Bocairente a la ermita y disfrutan de la vista. Yo lo hice hace unos años, subí una tarde de pascua a la ermita, ignorante del escenario que recorría . El paisaje nos supera siempre. Se diría que los seres humanos somos eternos adolescentes que creen haber inventado el mundo. Olvidamos a las decenas de generaciones que sintieron la misma ansia por una sociedad mejor, acorde a sus ideales, a sus relatos mentales sobre cómo debe ser nuestra sociedad, nuestra política, sobre lo que importa y lo que no.

De pequeño mi padre canturreaba el himno carlista, ya despojado de toda significación política, un eco socarrón y lleno de humor de una canción que mi abuelo, requeté convencido, cantara, probablemente, con pasión. Youtube me recuerda el himno en el vídeo de la última visita de un carlismo residual que apenas si congrega a un par de decenas de partidarios. Muchos menos que los caídos por una causa perdida.

El calvario desciende espectacular sobre la cresta a la que se aferra Bocairente. Estamos en mitad de nuestra excursión. Voy parando y tomo fotos cada vez más alejadas de la ermita del Santo Cristo. El aire se ha vuelto frío e invernal. No suenan cañonazos; otras batallas tienen lugar en otros lugares. Nuevos soldados, hombres muchos ellos en lo mejor de su juventud, darán la vida por nuevas causas y serán olvidados. Todo es efímero. Carpe Diem.


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