La cáscara



La casa tiene grietas. Sé que es nueva pero se parece a las viejas casas del pueblo en momentos del sueño (¿Pesadilla?) y en otros parece una casa nueva muy mal construida y deteriorada. El pasado se derrumba a mis espaldas como el arco de piedra, la ventana azul, que un día viera y fotografiara en la isla de Gozo. Un temporal bravo golpeó la aparente solidez de la columna y hoy yace a piezas sin remedio en el fondo del Mediterraneo.

La vida, la vida a estas alturas de la vida, parece que se derrumba. Con la muerte de Troy, nuestro querido niño perruno, se van al fondo del océano de la vida los últimos once años y medio. Se van la niñez de Mar, el pelo negro y denso de la juventud, mis padres, mi amiga Erika en Alemania, Guillermo, el que fuera mi compañero de piso en Valencia, los tíos de mi esposa. Tanta gente se ha ido...

La casa se ha quedado vacía. Mar voló hacia Stuttgart y, de repente, vemos cómo nadie espera al bajar la escalera. El paisaje de huertos se ha quedado vacío sin esos paseos diarios que lo llenaban. El listin del teléfono empieza a estar plagado de números que no llevan a nada.

Intento aferrarme a la vida y a las ilusiones. Sigo fotografiando el mundo con pasión atrapo su belleza que se escapa como un tunel en el que las lineas laterales pasan con rapidez y todo queda atrás empequeñecido en la distancia. Estos días repaso fotos de viajes, clasifico, recuerdo y recreo. Etiqueto momentos efímeros capturados por la cámara, pero con la sensación de analizar fósiles del tiempo, de mi tiempo en este mundo.

La vida corre muy rápida. La mañana ha sido especialmente hermosa. El sol brillaba con fuerza y la primavera se burlaba de un invierno que ha vuelto estos días con poco éxito. Las flores y los árboles ya vestían las galas de un tiempo nuevo entre zumbidos de abejorros y trinos territoriales de las aves. Tras años donde la vida se ha ido derrumbando a mi alrededor me aferro a la simplicidad de la montaña. Cada sábado que puedo ir siento esa felicidad de niño y ese placer poderoso que sólo el esfuerzo físico da. Estoy aquí, estoy vivo y mi cuerpo todavía está fuerte.

Pero la vida es una ilusión. Cuando mis padres murieron abandonaron decenas de objetos que fueron su vida y que dejaron de tener sentido cuando ellos se fueron. Las correas de mi perro siguen colgando en la reja. Yo creo que nos resistimos irracionalmente a retirarlas de su sitio porque son como anclas de un pasado que deseamos amarrar. Es inutil, no es más que la cáscara vacía que dejan los seres que se van.

El arco de piedra es golpeado una y otra vez. Las pequeñas grietas se hacen grandes, la estructura se tambalea y una ola, justo una, golpea y todo se viene abajo.

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