Munich


El autobús llegaba a la estación de Munich en una oscura tarde de diciembre de 1983. Eran, apenas, las cuatro y media, pero la latitud, el momento del año y la posición más al este de Alemania provocaban ese prematuro atardecer. Estaba preocupado porque no sabía ni alemán ni inglés y no quería ni imaginarme qué debería hacer si no me estaban esperando.

Erika Künneke, nacida en 1920, falleció en un día tramposo, el 29 de febrero de este año sin llegar a alcanzar los 96 años. Era ella, junto a su hermana Christa, la que me había invitado a pasar unas semanas en Alemania y conocer un lugar del que tanto había oído hablar desde mi niñez. El mundo, la circunstancia personal, es fruto de un cúmulo de casualidades y causalidades que entrelazan las historias personales como en una misteriosa danza de vidas. Tal vez si Karl Schneider no hubiera fundado la fábrica de zumos “Vital” como tapadera de las actividades de los nazis en España, mi tía Hilde no hubiera sido jamás secretaria, ni hubiera conocido a mi tío Joaquín ni hubiera llegado a casarse con él. Si mi tía Hilde no hubiera estudiado en un viejo instituto de formación profesional en el centro de Munich no hubiera conocido a la profesora Künneke. Si Christa o su hermana no hubieran venido allá por 1958 a conocer España no hubieran sabido que una alumna vivía donde ellas veraneaban. El mundo es extraño y Munich se presentaba como un lugar mítico a los ojos de un niño que escuchaba hablar en alemán en casa de sus tíos y veía que a la vuelta de los viajes siempre llegaba un regalo exótico de un país lejano.

En este siglo XXI tenemos los viajes como algo natural y olvidamos que todavía era algo extraño en los años en que yo me atreví a ir a Alemania en un recorrido de día y medio escalando kilómetros en el mapa. He de decir que fue un viaje iniciático, ese que haces cuando todavía eres un joven inexperto y que te devuelve a casa como un ser cambiado.

Christa y Erika eran un producto de su época. Nacidas a principio del siglo, vivieron la tragedia de la guerra y la posguerra. No les gustaba hablar del tema, habían pasado hambre, jamás se casaron, tal vez porque eran independientes, seguramente porque gran parte de los chicos de su generación murieron en el frente, fueron mutilados o escaparon como criminales de guerra. No, no les gustaba hablar del tema. Yo les preguntaba descaradamente y casi por educación me contestaban escuetamente y muy poco. Maravillado por la generosidad con la que me trataban me costaba entender que sólo unas décadas atrás los alemanes habían asesinado a millones de seres. Munich, la famosa Hofbrauhaus habían sido el germen del movimiento nazi. Odeon Platz el lugar donde el golpe de estado que intentaron fuera aplastado. Dachau, a pocos kilómetros, campo de muerte para opositores políticos.

Para mí Munich, en aquellos momentos era un lugar hermoso donde casi cada cosa me maravillaba. El carrillón de la Marienplatz, el mercadillo de Navidad con su vino caliente especiado, los lagos bávaros, las montañas cubiertas de nieve, los conciertos de voces blancas y la ópera. Munich para mí fue el momento y el lugar en el que cambió mi perspectiva del arte. En el museo de la casa Lembach descubrí el expresionismo y el camino hacia la liberación de la realidad por medio del color que realizara Kandinsky y el grupo de “Der Blaue Reiter”.

Una de las visitas obligadas de Munich desde 1973 es el parque olímpico y sus gigantescas estructuras orgánicas que siguen sin haber envejecido. Otra vez, bajo el césped que cubría las colinas surgían señales del horror. Éstas eran el resultado de la acumulación de los escombros tras los bombardeos que arrasaron su centro. Como una premonición, el odio y el sectarismo se extendieron por ese sueño urbano racional y moderno que era la villa olímpica y, como es bien sabido, acabó con la muerte de los deportistas israelíes detenidos por un comando palestino. Tan solo hacía diez años que había ocurrido en el momento de mi visita.

Más de tres décadas han transcurrido desde aquel viaje. Christa murió a los pocos años, víctima, probablemente, de su compulsiva adicción al tabaco. Erika y yo seguimos manteniendo una relación de amistad y yo seguí acudiendo regularmente a la capital bávara durante años. Erika era una mujer generosa y cariñosa, a su manera, como celosa y mandona. Había sido profesora durante años en las comunidades agrícolas de la Baja Sajonia y estaba acostumbrada a adoptar a sus alumnos tanto como a comandar expediciones al viejo estilo prusiano. A pesar de ser yo español y aceptarme como a un sobrino adoptivo tenía una monomanía generacional con los extranjeros que venían a Alemania a aprovecharse de la generosidad de los subsidios en un país especialmente tolerante con ellos como penitencia por su pasado racista.

Fue el año 2011 cuando volví a ir a Munich. La ciudad lucía hermosa en aquellos días de agosto y se respiraba un ambiente de contagioso optimismo. Me acompañaba Mar, mi hija, y con ella repetí el ritual de recorrer los lugares conocidos. El edificio del ministerio de la Guerra, en la parte trasera de la Residenz, el palacio de los reyes de Baviera, en ruina y destrozado por las balas en 1983, como recordatorio de cuanto sufrió la ciudad, estaba completamente rehabilitado y albergaba en su interior un moderno complejo de oficinas. Parecía que el trauma que había sobrevolado las mentes del pueblo alemán ya se había esfumado. En el Jardín Inglés, en el canal que recorre el centro del mismo, grupos de jóvenes alemanes surfeaban una ola legendaria que se forma espontáneamente y que ha ganado fama con los años. La pagoda china seguía sirviendo deliciosos embutidos y jarras de cerveza en un ambiente tranquilo y festivo.

Hace una semana recibí la noticia de la muerte de Erika. Parece ser que la sobrina me envió la esquela y esta no llegó. Había llamado alguna vez para saber cómo estaba, pero el teléfono sonaba sin respuesta. Envié un correo electrónico preguntando y como respuesta supe de su fallecimiento.

Hace unos días empezamos a escuchar las noticias de un tiroteo en un centro comercial cercano al Parque Olímpico. Munich, el horror, la maldad, otra vez. Se suponía que era un atentado de corte islamista, pero los hechos han venido a demostrar que, bien al contrario, era un iluminado de origen iraní. El muchacho, obsesionado con las armas y la ideología racista decidió repetir la hazaña del noruego Breivik el día del aniversario de la matanza de Utoya. Ali David Sonboly estaba orgulloso de ser alemán, ser ario, ya que los arios se les suponía procedentes de Irán, y de haber nacido el 20 de abril de 1998. Igual que Hitler que nació el mismo día de 1889, igual que Erika. 

Tres personajes y un escenario común. 

Vidas, plenitud y decadencia, juventud, muerte, horror. A veces parece que todo está atado y bien atado.

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