La rueda que quiebra la piedra


Como casi cada sábado que puedo, este último me fui con mis compañeros ingleses de aventuras, esta vez George y Trevor, a las montañas. Habíamos decidido hacer una ruta por Terrateig y así aparcamos en la primera calle y, entre músicos a punto de iniciar las fiestas de Sant Vicent Ferrer, tomamos la primera pista forestal. Ellos creían recordar un camino, pero, como resultado del incendio del 2012, había desaparecido completamente entre pinos calcinados que, caídos sobre la senda, impedían completamente en paso. Estuvimos un rato haciendo intentos pero desistimos por ser completamente impenetrable.

Tras el fuego la vegetación, con el paso del tiempo, invade y hace suyos los territorios y la montaña recupera su verdor entre restos quemados que yacen carcomidos entre la desidia y el abandono de aquello que se considera innecesario. Las sendas, el patrimonio de miles de años de uso de la montaña por los seres humanos, van perdiendo sus contornos y los esfuerzos de hace unos años por señalizarlas y hacerlas accesibles a los amantes de la naturaleza, se caen a trozos por el abandono y falta de mantenimiento. El vandalismo de aquellos que piensan que lo que es de todos es que no es de nadie, hace mella y deja sus zarpazos por doquier: señales rotas a pedradas, basura abandonada o pintadas en los lugares más insospechados son sus resultados más aparentes.

Las pistas forestales, abiertas hace unos años a fuerza de excavadora, se van desangrando cada vez que llueve abriendo zanjas profundas que impiden que los vehículos, ni siquiera todo terreno de cuatro ruedas, puedan acceder a los lugares a donde conducen. No hay mal que por bien no venga ya que, por desgracia, las motocicletas tienen el vicio de acceder en demasiadas ocasiones por sendas no preparadas para la terrible fuerza de sus ruedas y motores. Por todas partes su acción se manifiesta en forma de piedras sueltas, profundos surcos en lo que antes fueron caminos agradables, erosión y destrozos sin piedad. El caminante ha de evitar así el eje central del camino y, finalmente, abre otros paralelos que se suman a los otros que se forman para evitar árboles que taponan la vía.

Allá en las alturas un refugio, una casita de montaña, fue habilitada para su uso por parte de caminantes ocasionales. Sus paredes estan llenas de pintadas y las ventanas y puertas han sido arrancadas y tiradas sin más contemplaciones por los alrededores. Un lugar agradable, gratuito, preparado para pernoctar ha sido destrozado sin más contemplaciones en el anonimato que da la soledad.

Se juntan en este país el hambre con las ganas de comer. Parece, por un lado, que nos hacemos ciudadanos del mundo, civilizados y cosmopolitas y salimos en masa con nuestra ropa deportiva de marca a disfrutar de este maravilloso paisaje que se nos ha dado. Cada día se ve a más gente recorriendo los paisajes en los fines de semana. Como niños ignorantes muchos suben a las montañas inconscientes de que, lejos de ser un paisaje natural y eterno, es el resultado de generaciones de un ecosistema mixto donde naturaleza, ganadería, agricultura, caza y vias de comunicación entre valles eran un todo indisoluble. Como siempre hemos perdido la memoria y abandonado por no ser rentables los usos tradicionales del monte. Quemamos combustibles fósiles almacenados durante milenios y dejamos que la masa forestal esté siempre a punto de que el siguiente loco le prenda fuego. Abrimos caminos con la fuerza y la torpeza de un gigante ciego que no ve el futuro. Pensamos que con la fuerza bruta y el ruido de una máquina de dos ruedas podemos saborear las emociones del mundo salvaje, pero cambiamos con nuestra acción el delicado equilibrio del silencio y las frágiles fuerzas que sostienen el ecosistema de las montañas.

Qué lejos quedan las palabras del Josep Camarena hablando de la sabiduría y el aprovechamiento de las plantas medicinales de la montaña, de la caza sabia basada en la inteligencia y la necesidad, la vida tranquila cultivando la tierra y almorzando bajo un algarrobo que daba cobijo a los humanos y alimento a las bestias de carga que les transportaban. 

Hemos perdido el norte. Una parte de nosotros luchamos por aprender y disfrutar de aquello que nos ha sido dado otra parte, tal vez la mayoría, piensa que hay que quemar los muebles de la casa y disfrutar como una bestia sin control de todo aquello que, por ser de todos, piensan que no es de nadie.

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