Cuando éramos inocentes


Como profesor de comunicación audiovisual siempre ando buscando material que ilustre las clases y haga pensar a mis alumnos. Esta tarde he podido ver una producción de la cadena HBO sobre el que fue, probablemente el primer reality show de la historia de la televisión. La película llamada Cinema Verité, narra la historia de una familia americana que se prestó a dejar filmar su vida íntima y el proceso de destrucción previo al divorcio de sus progenitores.

La película en cuestión mantiene bien el tipo durante todo el metraje. No obstante, su "happy end"  edulcorado estropea en gran parte toda la construcción previa y justifica la moralina tipicamente americana de que la familia finalmente prevalece. No es así. La televisión y la fama tienen entidad suficiente para poder arruinar cualquier vida si esta se convierte por cualquier circunstancia en carne de cañón.


No se comenta más que de pasada, pero el hermano mayor de la familia, enfermo terminal de SIDA decide pedir que sus últimos días de lenta decadencia sean filmados para mayor gloria del personaje que aprendió a protagonizar. 


El documental parece prehistórico dada la proliferación de programas donde los dramas personales, reales o creados, son expuestos a la voracidad de las audiencias. Creo que hoy en día se tiene una percepción más clara del peligro que puede tener vender la propia intimidad tanto como las ventajas de la fama. A cada convocatoria para un nuevo programa se alistan miles de candidatos que pretenden llegar a vivir del cuento. Las discotecas están llenos de famosillos que no tienen más merito que haber participado en un reality vendiendo su vida. Lejos quedan las primeras ediciones de este tipo de programas cuando los implicados eran auténticos. Cualquiera que participa de un "Gran hermano" de tres al cuarto calcula cuidadosamente el peso de sus actuaciones ante las cámaras.

La televisión forma parte, nos guste o no, de nuestra realidad cotidiana. Dar la espalda a su presencia sólo es posible en ámbitos casi fundamentalistas. En realidad, creo que negarla no es más que no aceptar que es una parte consustancial de nuestra sociedad y por ello tenemos que ser parte de ella aunque sea para forzar con los canales de calidad a que se llegue alguna vez a otro modelo.

De los años 70 y aquellos felices programas de nuestra niñez poco queda. Nuestra sociedad es infinitamente más sofisticada y con ella el modelo de televisión. Hoy en día la televisión basura rompe con barreras éticas que entonces sólo los más atrevidos osaban traspasar.

Así es la vida con la televisión, podemos mantenerla más o menos al margen pero no podemos ser inocentes y pretender que negándola va desaparecer. El mayor éxito de la peor televisión es dejarla suelta, sin control, ignorarla, pretender que no existe para nosotros. Nuestros hábitos, finalmente, son los que la modelan y por ello tenemos que ser abiertamente consumidores de buena televisión, como de buenos libros o de buen teatro. Si queremos vencer la mala televisión tiene que ser con sus propias armas, es decir, con audiencias.

Por cierto "Cinema Verité" ha sido una de la recomendaciones de Digital+. ¿Quien dijo que la televisión es siempre mala?

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