Glenariff



Lluvia. Otro día con la llovizna que se soportaba más por necesidad que por convicción. Habíamos salido hacia el norte hasta adentrarnos en la red de carreteras diminutas entre colinas.

Acostumbrados a un sol que casi siempre está a nuestra disposición, en Irlanda tuvimos que hacer de tripas corazón, coger el impermeable y andar por una tierra húmeda y fresca entre troncos cubiertos de liquenes. Estábamos en Glenariff. El cielo, en el momento de llegar, estaba gris y esto hacía el paisaje más sombrío y misterioso. Sería el escenario ideal para los cuentos de hadas y duendes escondidos por los alrededores debajo de las matas que rodeaban el camino.

Una senda muy bien habilitada se internaba entre un bosque de grandes árboles que empezaban a mostrar los signos de la llegada del otoño. El agua brotaba en abundancia y explicaba sin más palabras el verdor que imperaba en toda aquella zona.

Glenariff Forest Park es un bosque de 1185 hectáreas que se abrió a las visitas hace ochenta años y que forma parte de un valle glaciar que se abre en el mar. "Glen" es una palabra que se utiliza comúnmente en Irlanda para referirse a los valles profundos y estrechos que se encuentran en las áreas montañosas. Los "glens irlandeses" se refieren específicamente a estas características geográficas en Irlanda, y hay varios glens notables en todo el país. Un ejemplo conocido es el condado de Antrim, en Irlanda del Norte, por donde estuvimos los dos días que salimos de Belfast. Esta zona de la costa norte de la isla alberga los "Nueve Glens de Antrim". Estos glens son Glenarm, Glencloy, Glenariff, Glenballyeamon, Glenann, Glencorp, Glendun, Glenshesk y Glenavy. Cada uno de estos glens tiene su propio carácter distintivo, con paisajes impresionantes, cascadas, riachuelos y vegetación bastante exuberante.

Efectivamente, a medida que nos íbamos internando por la frondosa senda, disfrutábamos de una naturaleza exuberante y de los riachuelos que nos acompañaban. En la distancia se veían las cumbres de las montañas que, en paralelo abren el valle hacia el mar. Saltos de agua que brotaban por todas partes en forma de hilos blancos, se desplomaban de los farallones negros sobre las vertientes inferiores. Algunas partes estaban completamente cubiertas por un bosque maduro, otros eran praderas o páramos en las partes más altas, donde solos la hierba crecía. La llovizna caía pesada y gris sobre los árboles que escalaban desde el fondo del desfiladero rodeados de nubes bajas.

El camino giraba abruptamente por unas escaleras. A medida que descendíamos por la pasarela de madera sentíamos el ruido del agua encañonada cayendo con fuerza entre violentas oleadas. Sin la ayuda de esta instalación hubiera sido imposible acceder al estrecho lecho del río sin cuerdas y material de escalar. El agua aquí tiene el color del café por efecto probablemente de las zonas por donde pasa porque a Glenariff todo era naturaleza virgen. A nosotros que somos de un paisaje enjuto, casi árido, este verdor y, por encima de todo la cantidad de agua, nos subyuga. Ante el monstruo controlado que era la primera caída nos quedamos boquiabiertos por el efecto hipnótico de tanta furia. Todo el ambiente quedaba envuelto en un vapor de agua generadora de tanta vida vegetal por todas partes.

Aferrada a las piedras, la pasarela nos condujo río abajo siempre junto a una agua brava que se deshacía en dedos de espuma que parecían zarpas atrayéndonos con su fuerza. No era ciertamente un lugar para caer al agua. Las siguientes cascadas no eran tan altas pero si más anchas. En la tercera caída, la más ancha de las tres, había instalado un pequeño mirador para hacerse la foto con la poza y la cascada. La luz del sol entraba oblicuamente filtrándose por las nubes de vapor y difuminando todo el conjunto. Tengo sentimientos contradictorios respecto a la accesibilidad de los lugares de naturaleza virgen. Imagino este espacio mágico en los días de verano con cola de visitantes haciéndose la foto. Afortunadamente, no fue el caso y disfrutamos del parque natural sin otros visitantes en casi todo el recorrido.

El camino abandonaba en este momento el cauce y, por pista forestal, iba subiendo abriéndose al paisaje de la parte más alta del valle. Con árboles dispersos las praderas escalaban hasta los acantilados de roca negra y más arriba se veía la meseta baldía que el glaciar había cortado en los tiempos de las glaciaciones. Tenemos que recordar que casi estábamos a la latitud de la península de Jutlandia y esto quiere decir casi Escandinavia.

Un petirrojo observaba a poca distancia el grupo humano. Parece que han aprendido a dejarse ver por si cae alguna golosina. Me dejó acercar a hacerle fotos a muy poca distancia.

El sol lucía por instantes, pero la lluvia, obstinada, nos obligaba a sacar los paraguas. Al llegar al centro de visitantes una cortina gris que venía del norte lo cubrió todo de oscuridad y nos empapamos de arriba abajo. Finalmente, en pocos minutos el sol, que parecía vencido, finalmente ganó la partida. El astro rey proyectaba su luz entre los claros de las nubes y nos ofrecía espacios de colores intensos. A punto de irnos el cielo azul se impuso con un arco iris de fondo que fue todo un regalo. Quién diría que esta ha sido y es una tierra con tanta violencia soterrada!

Subimos a un mirador hacia el valle. Las praderas se veían con un verde casi brillante con ovejas como puntos blancos paciendo tranquilamente, las granjas esparcidas aquí y allá, las hileras de árboles marcando los hitos y las nubes blancas sobre un azul fresco y profundo nos regalaron un momento inolvidable. Era hora de partir hacia Derry. O mejor dicho Londonderry?

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