Dos veces en el mismo río



Si sales unos kilómetros de Villalonga, siguiendo la que fue la plataforma del tren, vas junto a un Río Serpis que canturrea todavía feliz con tanta agua que acarrea. No sabe que algo más abajo la red de canales domará su empuje natural y toda una serie de fechorías van a cubrirlo de basura y desechos antes de que muera en el mar.

Todavía a la Reprimala, una caudalosa fuente aporta agua que brota deliciosamente en verano y en invierno. Los lloberos siempre pudieron usar el agua que iba al río, pero solo allí mismo puesto que toda estaba destinada a los habitantes de la fértil Huerta de Gandia.
En la zona más umbría de la vertiente este del Circo de la Safor, casitas y merenderos, incluso el trinquete de “Tarzan”, fueron ocupando el estrecho y fresco lugar. Tan estrecho se hace el camino que en días de mucha lluvia pueden caer las paredes de un débil acantilado cubierto de plantas con exuberancia tropical.
Desde que era niño recuerdo haber ido y disfrutado del agua fresca, de los almuerzos a la valenciana y de las aventuras por el lecho del río saltando las piedras. En una ocasión me hice un corte en el pie y el día de fiesta se convirtió repentinamente en una visita al médico para ponerme la inyección antitetánica.

En una de las excursiones con el colegio, ávidos de aventuras, pasamos el puentecillo y entramos en la fábrica de luz todavía con sus instalaciones, pero ya parada. Era entonces un lugar mágico, casi como el mismo laboratorio de Frankenstein con dispositivos de hierro, cañerías y barandillas entre canales que al no entender tal vez nos fascinaban más.
En un rincón, escondidos lejos de la vigilancia benevolente del jesuita que nos acompañaba, nos escondimos. Recuerdo a los compañeros de clase fumando los primeros cigarrillos de los doce años. Yo deportista, nadador y chico sano rechacé el ofrecimiento, siempre he sido mucho (¿Demasiado?) recto y no he osado traspasar los límites de las normas de casa.

La Reprimala, pues, siempre ha sido este lugar donde pasas de camino a las excursiones al Racó del Duc y la Safor, parte indisoluble de esta ruta querida hacia el lugar donde encuentro mi corazón. Entre idas y vueltas se han escapado cinco décadas.

Hoy tenía un rato libre entre muchas horas de clase. Necesitaba despejarme y con la cámara he llegado. Unos obreros reparaban una de las vallas de los bares que estuvieron cerrados muchos años. El ruido chirriante de la sierra rompía con la paz del viento el agua y los animales. El puente permanecía torcido por la fuerza de la riada de hace dos años, finalmente inútil en su primitiva función. Hoy es un cadáver enmohecido con los miembros descoyuntados. El nivel del río llegó a inundar tres metros la carretera del lado y bajaba con la fuerza de una bestia desbocada entre las angostes paredes de la Reprimala.
Todo se lo llevó aquel día, pero como pasa la tranquilidad ha vuelto. Trece de noviembre de 2018. Hace cinco años que falleció mi madre al acabar el día. Grises en los cielos y colores encendidos en los árboles de hoja caduca. Es otoño y como decía Heráclito nunca te bañarás dos veces en el mismo río.

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