Pit

Seguramente alguien pensará que soy tonto por perder el tiempo con un alma diminuta como fue pit. Mucho más si dijera que era un anciano canario afónico.Tan diminuto y ligero era su cuerpo que ayer, envuelto en dos sudarios de plástico, no se sentía su peso en mi mano. Por respeto a la empatía con la que saludaba mi presencia en vida lo deposité con cuidado en el hueco entre dos bloques que encajé en un campo abandonado por donde dus congéneres salvajes vuelan con una libertad a la que él no estuvo jamás predestinado.

Pit fue uno más de la familia este último año. Cuando mi padre falleció quedó solo el último de los canarios que crió y cuidó durante toda su vida. Lo trajimos a casa y lo atendimos lo mejor que supimos. En el balcón o en el patio pasaba las horas entretenido en las cosas sencillas a las que dedica la vida un canario. Alguna vez le poníamos una pequeña bañera a la que saltaba alegre para remojar sus plumas. Al acabar las repasaba cuidadosamente y seguía en su ir y venir de palo a palo comiendo y bebiendo. Eso y las hojas de lechuga eran las escasas alegría de su vida.

Mi padre, aficionado a los animales, le permitió procrear poniéndole hembras a su disposición pero no era tampoco el machote que pretendía ser cuando le enseñabas los dedos tras los barrotes. Entonces ponía cara de aguilucho furioso y abría las alas sacando músculo como si pudiera fulminarte con su mirada y su fuerza. Si lo hacías en horas en que él deseaba estar tranquilo ponía más pasión en un picotazo que si de normal era suave en estas ocasiones era un poco más fuerte.

Desde el domingo fui viendo que se nos iba. Los canarios empiezan a hacerse una bolita y a poner una mirada sin brillo que anuncia su debilidad. Ni siquiera se lo que le pasó. Hace dos días todavía reaccionó con satisfacción comiendo sosegadamente su última hoja de lechuga. Con esa serenidad con la que los animales domésticos aceptan la enfermedad y la muerte voló más allá de sus barrotes.

Tal vez sea estúpido hablar de un diminuto animal en un mundo donde niños mueren ahogados en las playas de Europa o en los desiertos de la sequía africana. Tal vez sea hipócrita sentir algo por un ave cuando comemos las pechugas de pollos que apenas les han dejado crecer o hacemos de la carne de vacuno picado uno de los símbolos multinacionales más conocidos. Tal vez sea estúpido haber dedicado estas líneas a Pit, pero fue parte de la vida de mis padres, les trajo entretenimiento y alegría con sus saludos o cuando mi padre le dejaba volar descarado por el comedor ante la mirada sonriente de mi madre. Pit fue esa compañía imperceptible. Esos ojos que te miran y les miras. Ese ser que busca comunicarse y te lanza un trino. ¿Piiit?

El misterio de la vida y la muerte.

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