La Feria de las vanidades

Martes

La carrera de martillazos todavía no ha terminado. Encaramados a una escalera dos montadores tensan una lona sobre la pared curva del stand. La luz todavía no se ha hecho y sólo las instalaciones finalizadas emiten el deslumbrante resplandor que va a llenar toda la feria en pocas horas. Por doquier se acumulan decenas de embalajes desechados o símplemente apartados que crean rutas sinuosas por donde transitar. Aquí y allá bultos con herramientas, máquinas, taladros, listones de aluminio, tubos, planchas, focos, cables y botes de pintura. Los encargados de las empresas montadoras viven en un torrente de adrenalina que se carga y descarga por el teléfono móvil. Cada medio minuto una llamada nueva informa de un problema no resuelto y las decisiones se suceden a velocidad de vértigo.

Los encargados de la feria van con su aparato de radio, su uniforme azul y chaleco reflectante dando instrucciones sin convicción dado el poco caso que se les hace. Saben que si pusieran toda la carne en el asador acabarían ellos mismos locos. Con eficiencia alemana se ofuscan en mantener las puertas libres por si se produce un incendio pero por cada caja que se retira una nueva ocupa el poco lugar. Como lobo defendiendo el territorio un huraño montador hace apartar un pallet con planchas que entra unos centímetros en el perímetro contratado. Una alemana de nariz ganchuda y gafitas se acerca y pide con timidez, pero terrible dureza, que se retire el inmenso montón de sillas que entra unos cuarenta centímetros en su territorio. -En media hora-, insiste. El teléfono suena una y otra vez convirtiendo el politono en una irritante sintonía que se clava una y otra vez en el tímpano. Los inmensos portones son la salida a la zona de muelles y camiones de donde llegan a intervalos nuevos transportistas con su albarán y sus pallets.

Miércoles

La ciudad efímera todavía no ha acabado de nacer. Los stands que están listos se protegen con una cinta plástica como si fueran los escenarios de diversos crímenes a la espera de la llegada del forense. Alguna empresa ha topado con problemas y se afanan en arreglar los desaguisados de una u otra manera. Los funcionarios ya van insistiendo más en el cumplimiento de las normas. El tiempo se va acabando y a las montañas de embalajes desparramadas por los pasillos se van acumulando los primeros pallets con fruta que llegan acarreados por fornidos turcos que atropellan con prisa a quien ose ponerse por el medio. Doscientos cilindros de alumino vomitan más y más comerciantes que llegan ansiosos de ver el nacimiento de su hogar efímero. Decepciones, cabreos o conformidades de acuerdo con el estado de la obra. El que puede se arromanga y dispone la fruta con instinto comercial, otros se cruzan los brazos contra las nalgas y levantan la nariz husmeando cada detalle del stand propio y los del vecindario. Más teléfonos móviles se unen al concierto de sintonías electrónicas mientras una multitud de maletas se cierran en el país de origen y se abren en los hoteles. Los hombres de negocios huelen el ambiente de negocios como avispados zorros frente al gallinero.

Jueves

A las ocho y media de la mañana el recinto ya tiene el aspecto de los días de gala. Las moquetas han ocupado el espacio de los trastos y en unas horas el caos se ha transformado en orden. Por la puerta sur llegan miles de visitantes. Ellos uniformes y uniformados, ellas mucho más variadas entre la joven ejecutiva que todavía puede utilizar sus piernas para vender más bananas y la frutera bigotuda que se ha arrugado entre manzanas y naranjas. Cada empresa pretende vender lo mejor de si misma la feria de la vanidad no ha hecho más que empezar. Tamaño y buen gusto son parámetros iniciales para saber quien es quien. La feria es un universo donde la tarjeta de visita en la herramienta de intercambio y los idiomas los puentes comerciales. Babel superado con la habilidad idiomática. Francés, alemán, italiano, por supuesto inglés, español o valenciano para iniciar una comunicación a medias entre lo comercial y lo emocional. También los expositores miden las fuerzas de los visitantes por su aspecto y su tarjeta. Los visitantes intentan impresionar si codician el género expuesto. Los expositores se muestran halagadores y untosos con los buenos clientes y simplemente amable con los curiosos que más que otra cosa hacen perder el tiempo. Mientras se habla y se atiende se come y se bebe sin parar. El tiempo deja de tener sentido en un espacio con luz artificial. Las horas pasan entre momentos de tedio y lapsos donde el stand se ve asaltado por pelotones de clientes. Con los años este mundo de la fruta es una familia y como todas a veces hay grandes amores y grandes odios.
Más afuera decenas de curiosos acribillan a fotos el escaparate de productos. Probablemente se creará una moda en unos años hasta que otro nuevo diseño sea el que reine en el mercado y destrone la tendencia anterior. El mercado global ya es una realidad y cuando se habla de negocio se hace a escala mundial.
Llega la noche. Los grises negociantes de traje chaqueta recorren la ciudad como lobos en busca de vino y sexo. La excusa de la feria también es buena para desatar los instintos y los barrios calientes aguardan la avalancha de marineros llegados al puerto del Spree.

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