Eurodisney. Paseo por Utopia

El grupo ansioso se apelotona en el centro de una habitación de aspecto victoriano. Las luces se apagan y el suelo desciende hasta un sótano desconocido. El pelotón internacional se mueve unos pasos y sube en unas vagonetas que van a iniciar un recorrido por la historia del fantasma cibernético que ronda la casa. Al final el argumento importa poco. En este caso el se trata de una novia despreciada el día de su boda, pero podía haber sido otro. Subidos en el ridículo vagón penetramos en una historia de desamor y muerte. Robots desdentados y esqueletos que mueven las extremidades desde ataúdes saludan a una multitud risueña lejos del significado real del que ven. A la salida las risas y el alivio. El miedo a la soledad y al fracaso se han conjurado y otro grupo de turistas y niños respiran al exterior aliviados mucho más que horrorizados por la experiencia. Nadie se pregunta cómo se combinan el horror y las visitas organizadas por millones en el mismo recorrido, nadie aplica la lógica del realismo porque en Eurodisney se acepta el surrealismo como parte de la experiencia.
Al otro lado de una laguna asoman las formas peladas de una vieja mina de Arizona. Más allá una pirámide sacada de Centroamérica o de Camboya y si se recorren unos pasos más se asciende a la colina de una isla tropical donde unos aplicados suizos han convertido la naturaleza en un reloj de cuco. Un parque de atracciones es como un mundo de retales cosidos apresuradamente. Mitos, sueños, fantasías, emociones en unos paisajes de un mundo en vías de extinción. Todo tiempo pasado fue siempre mejor, ya lo decía Jorge Manrique, y con esto nos olvidamos de un plumazo de siglos de historia violenta escogiendo sólo la visión infantil de un mundo donde lo bueno y lo malo son valores sin matices.
La inocencia de la niñez se viste aquí de princesa o se pone orejas de ratoncita Minnie. La maravillosa ignorancia infantil convierte en seda lo que no son sino vulgares rasos sintéticos. En cada una de esas cabezas se vive el sueño de ser especial y único y la ilusión de un futuro brillante donde siempre habrá un príncipe azul esperando o un mundo de aventuras donde no se crece. Los más mayores disimulan con el humor de unos aparatosos sombreros de copa la vuelta al mundo de la infancia. Así nos van las cosas: media vida soñando con ser especiales y la otra media añorando el tiempo en que creíamos en el futuro.
Eurodisney es hoy en Europa el imán de millones de turistas que abarrotan las calles del complejo de ocio. Surgidos de los arrabales de un mundo ordenado pero alienante son vomitados por miles de vuelos baratos en Orly o Charles de Gaulle. Un autobús los lleva hasta el parque donde viven durante unas horas o unos días la ilusión de mundos que jamás existieron pero que forman parte de nuestro pasado colectivo.
Decenas de tornos y tarjetas de bandas magnéticas para desembocar en una plaza de principios de siglo XX donde los caballos todavía son importantes como elementos de tracción. A derecha e izquierda casas de impecable factura y colores pastel que enmarcan la perspectiva de un castillo alter ego del de Neuschwanstein pero pintado como un juguete infantil.
La multitud cargada con sus cámaras digitales devora el momento con la fruición del que vive una experiencia mística. Otros sucumben a la primera oleada consumista y deambulan por las tiendas repletas de cacharrería con los derechos reservados.
Los empleados siguen la norma comercial de la casa: ni una muestra, por pequeña que sea, de malhumor o comportamiento políticamente incorrecto. Amabilidad intercultural y multilingüe. En los uniformes la informalidad se une al decoro. Simpático y correcto. Aquí y allá empleados con unas pinzas con forma de bastón recogen papeles y desperdicios para que nada mancille la pulcritud del recinto. La mera visión de un empleado de edad avanzada, yo diría cercano a la jubilación, pone de manifiesto que la utopía ha de ser el mundo de la eterna juventud y que los viejos sobran o tal vez es que los sueldos sólo quedan a la altura de un joven que desea empezar por algún lado.
Desde sus carrozas la multitud de personajes de Disney saluda y baila en un mundo donde no se ha perdido la costumbre de dar los buenos días. Despojados de sus trajes imagino a los empleados apurando un pitillo o revisando el extracto del banco. ¿Odiará Pluto o Mickey su segunda piel cuando se relaje en casa?. Me temo que sí. Un pato Donald sale huyendo como cenicienta cuando el reloj marca que la magia debe acabar y debe volver a los vestuarios. Los niños como plaga de moscardones cargados de libretas de autógrafos corren tras el figurón que dribla los obstáculos hasta que desaparece por la trastienda. Por unos días se siente una atmósfera humana que es ajena al territorio gris más allá del País de nunca jamás pero fuera de Mainstreet la vida es dura.
El sexo en Eurodisney tiene un carácter puramente ritual e infantil. Mickey es novio de Minnie pero jamás se llega al contacto. Amores platónicos lejos de la tensión sexual del mundo de los adultos. Eurodisney es un universo donde el morbo está cuidadosamente dosificado. En el mundo de los piratas dos animatronics, pirata él, criada de buen ver ella, dan vueltas en un círculo infinito donde la violación se intuye pero jamás se consuma. El humor y la aventura ocultan la realidad de aquellos asaltos a fuego y muerte del Caribe de los tiempos de las colonias, donde la sangre era real y el miedo rompía el alma. La religión también se oculta cuidadosamente. Las festividades como navidades, haloween o pascua son rituales vacíos de espiritualidad, son subtramas particulares del guión general del parque. El capitalismo americano tiene la capacidad de fagocitar los elementos que puede utilizar para revender y crear negocio despojándolos de significados y llevándolos al terreno de lo políticamente correcto.
La poderosa corporación norteamericana puede crear mundos sobre el suelo, pero los elementos de la naturaleza son implacables. La lluvia y el frío atenazaban a los visitantes pero estos se resistían a renunciar a los privilegios de Utopía. Bajo la lluvia, protegidos con los ponchos de plástico amarillo, centenares de padres e hijos esperaban los tres minutos del sueño de Peter Pan a cambio de noventa de espera. En Disney las colas se me antojaban los carriles de los mataderos industriales. El ser humano moderno no ceja en su eterna lucha contra la entropía, ese desorden universal al que todo y todos estamos sometidos. La cola es el símbolo de nuestra vida días eternos que pasan para que sólo en escasos momentos sintamos realmente que estamos vivos antes de que nos llegue el turno fatal. Creo que las atracciones extremas donde se nos agita, revuelve y acelera son un grito contenido que estalla no con una mueca de horror, como en el cuadro de Munch, sino con una sonrisa que nos recuerda que estamos vivos, que somos capaces de sentir, miedo, sensaciones, estímulos. Por unos segundos volvemos a ser aquel niño que subía al árbol para poder ver de más alto entre los movimientos seguros y el riesgo.
Catarsis. Sí, definitivamente los parques temáticos son el escenario artificial de la catarsis del mundo moderno. Estímulos exteriores artificiales que nos provocan sensaciones que se pueden volcar al exterior sin pudor. Miedo, risa, sueños, sensaciones que nos purifican. Terapias de mundo moderno herederas del teatro griego, de las exposiciones universales o de los monstruos de feria. El parque es el escenario de la liberación de las tensiones, el mundo perfecto donde la armonía universal entre culturas y el futuro brillante ocultan la realidad de una civilización que se está acercando al punto crítico del suicidio colectivo.
La terrible realidad del parque son sus entrañas. Un ejército salido del submundo de las puertas traseras alimenta los espíritus de los eloi1*. Detrás de la simpatía y el mundo perfecto se esconde la maquinaria del consumismo. No ha habido que esperar al año 802.701 para encontrar una humanidad de seres sanos y perfectos que son devorados por la raza del submundo, los morlock. Vivimos para ser productivos, el capitalismo se nutre del beneficio de nuestro trabajo. Somos ganado de todas las corporaciones mundiales que se entrelazan en una maraña de interrelaciones. Ellas viven de nuestro producto y para tenernos quietos y a la vez para generar beneficios ofrecen el escenario perfecto de una utopía feliz, un mundo perfecto.
Las multitudes disfrutan del momento. No somos tan diferentes de aquellos hombres y mujeres de la Belle Epoque que recorrían las escaleras de la Tour Eiffel. El carpe diem sigue imponiéndose siglo tras siglo, pero a diferencia de nuestros predecesores hemos superado la línea crítica energética y las luces del parque son las de un Titanic a punto de chocar con el iceberg.2*

*Los eloi y los morlock son los protagonistas de una parte de la novela de HG Wells La máquina del futuro. Él también veía sombras en el futuro de la humanidad.
2* Como cualquier otro visitante disfruté de las emociones y del espectáculo especialmente viendo la felicidad de mi hija.

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