El milagro del beato Carmelo

Cada pueblo suele escoger entre sus conciudadanos alguno de ellos que se ha destacado por alguna acción o hecho memorable y lo designa, con su aquiescencia o no, como modelo y símbolo de la comunidad. En Real de Gandía, el pueblo donde vivo, este papel lo ocupa el llamado "Beato Carmelo Bolta".

Nacido en una casa todavía existente en una de las esquinas de la plaza principal del pueblo, hijo de una familia de agricultores acomodados, decidió dedicar su vida a la religión ingresando en la orden de los franciscanos. Lo imagino como un joven entre intelectual y aventurero al que eso de irse de misiones le debió sonar como una experiencia parecida a la que emprenden hoy miles de jóvenes en una organización no gubernamental de camino a Nicaragua o el Gabón a salvar el mundo.

El ayuntamiento dados los 150 años que se cumplen de su sacrificio, decidió publicar un libro en honor al santo patrón en el que cuenta su historia detalladamente, desde sus orígenes hasta su muerte en el martirio en Damasco. Por la fecha de su muerte, 1860, se nos hace mucho más exótica su gesta. ¡Qué se le había perdido a un hombre de un pequeño pueblo valenciano en las lejanas tierras de Oriente Próximo! El caso es que he repasado artículo que cuenta su vida y si algo he encontrado de admirable han sido sus virtudes como hombre cultivado y su sentido práctico de la vida.

El hombre, según se cuenta, dominaba perfectamente el árabe, el griego y otras lenguas cultas dedicándose incluso a ejercer la docencia. Por otro lado tuvo la tarea de dirigir comunidades cristianas en un mundo en el que estos no eran sino una minúscula minoría. Creo que estas cualidades fueron las primeras con las que me he sentido atraído e identificado.

Siguiendo de forma desordenada su biografía llegué al punto en que Carmelo Bolta toma la decisión de no embarcar de vuelta a España, perder el pasaje y quedarse en Tierra Santa. Fue una decisión afortunada ya que el barco fue asaltado por piratas y murieron muchos de sus hermanos. Lo imagino pues como un hombre con sus dudas y vacilaciones no como un tipo resuelto que se mete en cualquier lío sin sopesar las consecuencias. Para mí mucho más humano y real que cualquier héroe de libro.

Otra de las huellas dejadas por su paso por el mundo de los vivos, y del que queda un documento, es el testamento en el que deja toda la herencia recibida por sus padres a su hermano y en su caso a los sobrinos. Sabedor de su delicado estado de salud no opta por dejar sus bienes a la orden a la que perteneces, sino que piensa antes en el bien de su familia con la cual no mantiene sino un remoto contacto dado que ni siquiera sabe quienes de ellos viven o quienes han muerto. Para mí este gesto le honra y le describe como un hombre sencillo y práctico que no se deja llevar, como tantos otros, por la entrega de su herencia a las grandes causas de la religión y prefiere seguir creyendo en el amor a la familia y a la tierra que sabe que siguen existiendo más allá de su tarea misionera en otra punta del mundo.

Un gesto disimulado en la biografía y que parece que le resta heroísmo pero que para mí le da mucho más valor, es que se esconde bajo una escalera intentando pasar desapercibido ante los ataques de un grupo de drusos fanáticos atacando su parroquia. No se si pudo llegar a ser como se describe pero veo mucho más un hombre sensato que protege su vida que un héroe cerril que no le importa perder el tesoro de la vida. Así pues acabó el Beato Carmelo, siendo descubierto y con su cabeza destrozada de un martillazo por no renunciar a sus creencias.

Me gusta, o es que así me lo hago yo, este estilo de hombre entre la aventura, el mundo intelectual y la sensatez. No se si yo diría santo pero sí muy persona, alguien que ha vivido intensamente en este mundo huyendo de la mediocridad de un pueblo pequeño y una vida entre tomates y hortalizas.

Pasados 150 años a un santo se le exigen milagros y quizá uno de los más grandes ha tenido lugar este año. El Real, como tantos otros pueblos, ha ido perdiendo poco a poco la identidad tradicional de calles morunas y casas pegadas entre recovecos frescos, para abrirse poco a poco a nuevas avenidas de chalets adosados y fincas más grandes donde los vecinos apenas se conocen. Llevamos viviendo en el pueblo cinco años y, a pesar de ello y de que siempre saludamos a toda la gente con la que nos cruzamos por la calle, apenas conocemos a nuestros vecinos. La mayoría hacemos vida profesional fuera del pueblo y cuando venimos a casa es para refugiarnos o para disfrutar de el placer de la vida privada. El núcleo de vecinos del pueblo sigue participando en las fiestas y ceremoniales pero muchos recién llegados hacemos una vida independiente lejos de ese grupo en el que todos se conocen y reconocen. Pues bien, ahí ha estado el milagro del santo. Como se hace cada 25 aniversario este año tocaba decorar todas las calles del pueblo y así los vecinos se han organizado para bajar cada noche y recortar cartones, pegar papeles o colgar gallardetes o banderitas que decoraran el vecindario. Han sido noches de verano compartiendo una tarea en si insulsa pero importante en el proceso de unir a los miembros de una comunidad. Después la gente ha caminado por un casco urbano sin coches admirando el esfuerzo de iluminar y pintar todos los rincones para la fiesta. Las ancianas, sentadas a la  puerta de las casas miraban con orgullo una calle travestida seguras de que no volverán a ver ese aspecto en su vida ya que habrán de pasar otros veinticinco años. 

Me viene a la cabeza uno de los libros de mi infancia. "La familia Mumin". El relato acaba en una fiesta donde todos son felices símplemente celebrando la noche y el verano.La fiesta así ha actuado como recordatorio de la necesidad de volver a nuestros orígenes comunitarios, a una vida más sencilla, a unos valores que no tienen que ver con el dinero sino con las ganas de disfrutar que estamos vivos.

Seguramente el Beato Carmelo mirará por encima de su libro de árabe, allá sentado en una nube y sonreirá al ver cómo ha cambiado su pueblo pero también cómo los vecinos se han conocido mejor en la fiesta que le recuerda. Eso sí, su poder fáctico no llegó a tanto como para evitar que la procesión en su honor fuera aplazada con motivo de la final del mundial. Una vez acabó el partido la fiesta continuó entre desfiles, cenas y fuegos de artificio. 

Me imagino a Carmelo Bolta mirando socarrón a sus vecinos, tan prácticos y tan poco fanáticos en la toma de decisiones, y sintiéndose identificado con esa manera de vivir tranquila y sencilla que se da, a veces, en esta parte del mundo.


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