Surtido de Ibéricos VI: El pescadero de Olivenza



El día ya moría con el sol desaparecido y el cielo bañado de rosas y azules. Estábamos guardando cola junto al famoso elevador de Santa Justa cuando vimos delante de nosotros una pareja de edad parecida a la nuestra. Ella llevaba un pañuelo de los que se usan cuando alguien está en tratamiento de quimioterapia, el con el pelo algo rizado y encanecido. Los españoles nos reconocemos con facilidad y la conversación surgió espontáneamente.

Tal como me dijeron en Latinoamérica los acentos nos delatan y sin dudar supe que debían ser valencianos o catalanes. Eran hijos de extremeños criados en Cataluña y por ello catalanes de corazón partido entre sus raíces y la tierra de su infancia. Pronto arrancó a hablar él en su catalán oriental y yo con mi valenciano. Cada uno con su vocabulario y su forma de dar cadencia y terminaciones a frases y verbos. Se le notaba feliz de tener la oportunidad de hablar en una lengua que disfrutaba en poder utilizar más allá de su ámbito doméstico. Mi esposa y la suya hablaron en castellano.

Hacía algunos unos años, ya en plena crisis, que habían abierto una pescadería en Olivenza y parece que no les iba mal. Como suele ocurrir con los emigrantes eran charnegos en Cataluña y catalanes tolerados en Olivenza. En la intimidad de la familia hablaban a sus hijos en catalán actitud ésta que era censurada por alguna que otra intolerante clienta si osaban hacerlo en público. Que conste que te compramos el pescado porque lo traes bueno decían con ese tonillo que muchas veces se disimula como una broma pero que en ell fondo roza la amenaza velada.

Compartíamos una visión bastante común del conflicto por la independencia de Cataluña. Ambos pensábamos que los políticos estaban enrocados en posturas cerriles que abrían las heridas más que cerrarlas. Era ésta una guerra que empezó con palabras poco afortunadas y poco a poco se acerca a la agresividad y a las posturas de no retorno. Torpeza y desprecio por la diferencia por parte de Madrid, un sistema autonómico mal concebido en su reparto de cargas y un presidente catalán agitando la bandera de la independencia para ocultar una política de recortes que estaba asfixiando a sus ciudadanos. Era indudable que el sentimiento independentista ganaba adeptos como se demostraría unos días después en la Diada. Él se manifestaba partidario de un encaje en un estado autonómico o federal, ambos pensábamos que iba a ser darle un encaje económico dadas las profundas relaciones empresariales, pero sus hijos, estudiantes en Cataluña, ya apostaban decididamente por la ruptura.

Con con coherencia criticaba la postura de sus vecinos de la que fue ciudad portuguesa en su tiempo. En Olivenza se hablaba o chapurreaba el portugués que se enseñaba en los institutos. Nadie se molestaba en preguntar si el interlocutor lo entendía o no . Directamente lo utilizaban con naturalidad y sin complejos. ¿Cómo podía ser entonces que el catalán se considerara como un idioma que si se hablaba era mal visto? Hay, definitivamente, una antipatía contra las lenguas propias diferentes del castellano macerada tras siglos de prejuicios en un estado que nunca se ha molestado en considerar la diferencia cultural y lingüística como riqueza y no amenaza. El castellano, muchos castellanos, consideran que tienen derecho a que se les hable en su lengua, pero sólo algunos hacen el esfuerzo de intentar aprender aunque sean unas palabras. La continua obsesión de los gobiernos conservadores de las Islas Baleares y de la Comunidad Valenciana es la negar una realidad cultural que de hecho es diferente de la de Castilla o de la del resto de regiones de España. La Confederación Helvética ha entendido que es un país de cantones bien diferenciados y que para estar unidos deben reconocer la diversidad. Es normal, pues, que un estudiante aprenda una de las lenguas del estado más allá de la suya propia y nadie, hasta donde yo se, se lo cuestiona.

Pensé en la pareja de catalanes. Con referencias culturales en Extremadura y Cataluña, con hijos independentistas tendrían que hacer frente al dilema de su propia identidad y ciudadanía si se produjera eventualmente una separación. Yo jamás me he sentido jamás extranjero en Cataluña, como no me ha ocurrido en Extremadura o en Castilla. En realidad siempre me he sentido más ser humano del planeta que ciudadano de un país. Por eso me sentiría tan extraño cruzando el Cènia y pensando que estoy en otro estado. Pero visto lo visto en la historia de Europa todo puede llegar a ser posible. Recuerdo los casos del antiguo Imperio Austro-húngaro, Chequia y Eslovaquia con un proceso pacífico o el desgrarro de la antigua Yugoslavia. En la historia cualquier final siempre es posible. Joseph Roth en sus libros hablaba de la pérdida de la riqueza de un estado plurinacional convertido en un coleccionable de estados con una raza y una lengua. Realmente la tolerancia en la diferencia me parece mucho más avanzada que esa cerrazón en la imposición. La cuestión era si estábamos o no preparados para vivir en una Europa de los pueblos donde la riqueza multicultural sea la que nos hace grandes. Me temo que todavía hay mucho que hacer para llegar a la superación de miedos y egoísmos.

El ascensor se detuvo. Salió el grupo que bajaba y nos correspondió entrar a nosotros. Nos despedimos afablemente y abandonamos ese momento y ese espacio que la fortuna nos había hecho compartir.

El elevador subía por el interior de la estructura neogótica de Raoul Mesnier entre ventanales de hierro forjado y formas medievales. Arriba una pequeña escalera de caracol que provocaba vértigo, permitía acceder a la plataforma superior con maravillosas vistas al Castillo de San Jorge, Rossio y los barrios de planta ortogonal, Baixa,  nacidos tras el terremoto. Estábamos en pleno inicio del barrio del Chiado una vez destruido por el incendio del 25 de agosto de 1988 que afectó toda la zona. La estructura de madera que debía proteger los edificios de los terremotos fue pasto de las llamas en una batalla que duró días y que desbordó a los bomberos. Dieciocho inmuebles convertidos en escombros humeantes, dos personas murieron y otras setenta y tres quedaron heridas. Precisamente fue la placita do Carmo, a la que se accede desde el elevador, la que hizo de tapón impidiendo la llegada temprana de los bomberos. El suceso que marcó a Lisboa todavía es recordado en exposiciones temporales al cumplirse el cuarto de siglo unos pocos días antes de llegar nosotros.


Aquella noche la plaza do Carmo tenía un ambiente delicioso. En un lado había un grupo de jóvenes músicos interpretando temas mestizos con elegancia y gracia en un espacio repleto de terrazas de gente tomando una copa y charlando como sólo se sabe hacer en el sur. Frente al edificio gótico que da nombre a la plaza muchos niños patinaban frente a los focos que iluminaban la puerta de arcos apuntados. La temperatura era ideal y nos animamos a seguir subiendo hasta el mirador de San Pedro de Alcántara, un complejo de dos jardines en dos niveles escalonados. A esas horas de la noche empiezan a llegar grupos de gente joven que se sienta en los bancos, en la hierba o toma unas cervezas en las terrazas de los kioscos.


Por nuestra parte les copiamos la idea a aquellos que entraban en un restaurante japonés de donde salían con cajas llenas de comida para llevar. Nos sentamos bajo un árbol, al fresco de la noche viendo el agradable ambiente. Era un placer disfrutar de comer con sencillez en el banco de un parque dejando vagar la vista entre el mar de tejados que se cerraban por el este con la colina del castillo.



Era tarde y bajamos junto al tranvía de cremallera por una calle con pendientes de vértigo. Decidimos andar hacia el hotel. Los escaparates de la avenida de La Libertad, marcas de renombre y precio exclusivo, mostraban prendas y complementos con cantidades que pasaban con creces el sueldo mínimo de un trabajador.  Siempre hay gente que puede permitirse el lujo. La crisis es como una carrera de coches. El que va en un vehículo lento y viejo es arrollado, los de gama media sufren golpes pero siguen y hay un grupo que disfrutan de carril exclusivo y padecen raramente los bandazos de la economía.


Poco más que curiosear y retirarse una vez más al hotel.

Comentarios

  1. En mi casa no somos muy viajeros, pero yo "casi" puedo decir que he estado en Portugal.
    Unos relatos preciosos.Saludos.

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  2. Pues yo tengo alma viajera aunque ultimamente esté pegado al suelo. Este fin de semana quiero continuar con más historias sobre Lisboa. La semana ha sido complicada con mi madre hospitalizada.

    Hablando de Portugal. Realmente vale la pena una escapadita. Os lo recomiendo. Gracias como siempre por los comentarios, me anima mucho a escribir.

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