Universo azul


Floto en el agua de la piscina en un mundo azul de teselas viendo el azul plano, apenas roto por una tenue nube de vapor. Los oídos estan sumergidos y el cuerpo ingrávido. Flotar en el agua con ese sonido amortiguado nos devuelve a un mundo marino, celular, relajante. Sería cerrar los ojos y fingir que la realidad o el tiempo no existen.

Este verano se parece a una habitación sin ventanas donde ves la luz, pero tan lejos, tan alta que es imposible alcanzarla. Estoy atrapado en esta de tormenta perfecta donde tiempo y espacio me llevan al fin de la tregua sin tener fuerzas para el futuro.

Hace unos días ya fui a la residencia donde hoy ha ingresado mi madre. Un demente mugía aquel día como un ser bovino encerrado en un cuerpo decadente. Los ancianos, sentados en el inmenso porche de la entrada permanecían taciturnos sesteando al son de la brisa marina. Las empleadas de dirección y recepción intentan dar una imagen de recepcionistas de hotel de playa. Hay una pose común entre el personal sanitario y asistencial de muchos centros. Hablan al anciano o al enfermo tuteándolo y con una simpatía que seguramente trata de ser sincera pero que en el contexto siempre resulta ortopédica. Mi suegro, hombre lúcido en sus tiempos en el hospital pero con dificultades propias de un enfermo de Parkinson, soportaba con estoicismo estre trato entre condescendiente e infantil. El personal, en su mayoría mujeres jóvenes, tratan con paciencia las obsesivas demandas de atención de alguno de los residentes con evidente retraso mental y con amabilidad a los familiares del nuevo candidato a ingreso.

Hoy he ido a casa de mis padres. Estaban ya con las bolsas preparadas. Ropa interior, pañales, algunas prendas. No hay prisa, tienen toda la vida que les queda para ir llenando el armario.La silla de ruedas plegada pero voluminosa ocupaba el espacio entre asientos. He llegado al aparcamiento del centro y he esperado el ingreso. Como en un colegio la puerta está controlada para evitar fugas inesperadas de residentes. Mi madre se ha subido como un pajarillo a su silla en su parcial ausencia. Sin extrañar ni manifestar oposición ha ido pasando por todas las entrevistas con esa mansedumbre obediente mezcla de su educación en el respeto a la autoridad y su estado mental de semiconfusión.

Es curioso cómo volvemos a la niñez en tantos aspectos pero envueltos en la regresión de la vejez. Cuerpos que se encorvan como volviendo al embrión primigenio. Descontrol en los esfínteres, vuelta a los viajes en carros sobre ruedas, dificultad en el habla, conciencia limitada y dependencia emocional. Una anciana consumida ha mirado con furia a mi madre y le ha hecho un gesto propio de un niño de guardería marcando territorio en el aula. Los más miran inexpresivamente el nuevo habitante del complejo.

Con amabilidad la asistenta social muestra el centro. Podría ser por su estructura un hotel de tres estrellas en cualquier playa. Pulcro y funcional pero con un ligero olor indefinido entre vejez, líquidos de limpieza desinfectante y orines. Las habitaciones compartidas llevan la foto del paciente pegada en la puerta para que se orienten. Me ha venido a la cabeza las cubetas de materiales y trabajos de los niños de jardín de infancia.

Un beso y un ya nos vemos. Impotencia de no poder dedicar todo el tiempo que merece a mi madre. He salido en un estado de melancolía y sensibilidad a flor de piel. El sol de agosto castigaba con dureza. Dos llamadas profesionales me esperaban con la demanda del diseño de nuevas etiquetas y cajas. La coreografía de esta sociedad no deja respiro. Hay que bloquear el hemisferio derecho, el de las emociones y dar rienda suelta al izquierdo, el de la máquina fría y calculadora.

Floto en el agua fría de esta etapa vital. El tiempo avanza como una máquina pesada. Universo azul de premoniciones donde luchamos por no hundirnos en este líquido movedizo e inaprensible. Estamos en algún lugar entre el frío azul de la vida cotidiana y el azul alto, cercano y lejano de nuestros sueños.

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