Playacan


La Gandía de los años sesenta y setenta era pequeña, provinciana y tranquila. El ritmo centenario de la vida gremial apenas si había afectado los hábitos de talleres, negocios y mercados. Puertas abiertas a la calle, vecinos paseando o de camino a sus ocupaciones, niños jugando por las aceras y perros, especialmente en los barrios del extraradio y los pueblos, libres y responsables de si mismo en sus paseos de exploración por el barrio. Solían ser animales serios y maduros. La independencia los hacía seguros de si mismos y les enseñaba a evitar los problemas. Se les veía como parte de la comunidad pero sin tantos aspavientos como los que ahora se hacen y que los infantilizan.

Conforme fueron llegando los años ochenta los coches fueron arrebatando el espacio urbano sin apenas oposición. Fue una invasión paulatina que, como una puesta de sol, se percibe sólo si uno se fija en las diferencias pasado un tiempo. Nadie discutió jamás el derecho de los automóviles y nadie defendió el de los peatones o de los perros.

Mis padres tenían la costumbre de ir a la playa cargados de sillas, mesita, sombrilla y fiambrera. Íbamos a la de Xeraco, cerca de la desembocadura del río Vaca y nos acompañaba nuestra perra Daisy, una hermosa pointer blanca y canela con ojos vcrdes y trufa sonrosada. El portamaletas de los 850, a diferencia de lo que ocurre hoy en día, estaba en la parte delantera y allí entraba con un salto entusiasta. En cuanto notaba que estábamos cerca la oíamos protestar ansiosa por salir. Como gustan hacer los perros daba unas carreras eufórica y feliz y participaba del día de playa entre olas, hoyos y montones de arena en los que, como cualquier niño, se entregaba a un trabajo tan divertido como inútil. Era tan normal e indiscutible como las familias que bañaban sus caballos que les habían traído hasta la costa.

La modernidad nos fue trayendo poco a poco normas y reglas para perros que si se siguen al pie de la letra impiden que el perro pueda ni tan siquiera ser soltado en el campo. De acuerdo, hay dueños insolidarios que no se responsabilizan de su animal y defeca y orina donde no debe y sus regalitos quedan allí. Finalmente no es culpa del animal que adoptamos sin que éste nos lo pida. El tener perro debería obligar al dueño a tenerlo adiestrado, educado y tener una gran responsabilidad. En cualquier caso asumo que es un asunto polémico y que los canes pueden llegar a ser un arma cargada en manos de irresponsables.

Ayer decidimos acercarnos a la famosa playa para perros que había creado el Ayuntamiento de Gandía. La primera duda fue cómo llegar. Al parecer la alcaldía de Xeraco se ha tomado muy mal que sus vecinos del sur hayan creado una zona para perros y han bloqueado con pedruscos y balizas todos los accesos al camino de la vieja torre de vigilancia costera que lleva a la playa. Como resultado hay que aparcar a unos diez minutos y andar por un camino de grava hasta llegar a un espacio donde acampar con las mascotas. 

Era ya bastante tarde y el sol bajaba a la carrera hacia la cima del Monduver. Las siluetas de perros corriendo y sus dueños jugando con ellos, el aire de Garbí que levantava cortinas de arena y la luz sesgada, creaban un ambiente hermoso para una foto. El cartel anunciador de la playa indicaba que el perro tenía que estar atado en todo momento, llevar bozal si era de razas peligrosas, mostrar en su caso la tarjeta sanitaria, mantenerlo lejos del mar y, por supuesto, había que recoger sus deyecciones. Casi le faltaba decir, mejor tenerlo en casa encerrado.

Troy, nuestro perro, es un animal pacífico pero tan grande que puede asustar. En cuanto llegó se puso a cavar feliz como un niño, entusiasmado y energético. Notaba su extrañeza al no poder ir suelto. Finalmente al ver que no podía alejarse se tendía pacífico a nuestro lado y miraba tranquilo entre jadeos todo cuanto ocurría a sus alrededores.

La playacan es un engañabobos. Dificil de acceder, limitada, acotada y sin posibilidad para que el animal pueda corretear libre. Yo creo que dice mucho de la mentalidad humana. Es un gheto para perros en el lugar más alejado de la playa de Gandía; donde menos molesten y se vean. Un hago el papelón y que se fastidie el vecino. Es una especie de playa apartheid donde el llamado "mejor amigo del hombre" es tratado como un ser molesto y no merecedor de usar el planeta tierra como la especie que una vez lo adoptó. Ni hablar de los muchos kilómetros en que ni siquiera puede entrar como un apestado por más que no haya nadie en los alrededores.

Los seres humanos pensamos que todo el planeta fue creado para nuestro beneficio y así consta en la Biblia. 

"Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen,conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra."

Es precisamente esta visión esclavista de los animales la que nos está llevando a agotar el planeta. Cuando vemos a los animales como seres de segunda y no como conciudadanos planetarios estamos equivocándonos completamente. La vida en el planeta es una cadena de seres que sobreviven para ser comidos por otros para sobrevivir a su vez. Nadie creo que pueda discutir esto, pero cuando los campesinos africanos destruyen el hábitat de los gorilas, nosotros destrozamos zonas verdes y urbanizamos acabando con zonas de nidificación de aves o cuando negamos el derecho de un perro a entrar en el mar estamos manifestando esta postura arrogante de considerarnos los únicos con derecho a vida plena en un planeta que nos fue dado a todas las especies.

No quiero decir que no haya que controlar el comportamiento de nuestros animales pero recuerdo a mi perro en el mismo lugar, hace unos años, corriendo con un grupo de niños, entrando al agua y feliz como ellos sin causar daño a nadie. Es un perro, es un animal, también tiene, o debería tener, derechos.

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