Mitómanos


Una barca de pesca flota en calma chicha con esas pequeñas oscilaciones que son capaces de hacer devolver las últimas papillas. La niebla es tan densa que oyendo las conversaciones de una embarcación cercana sólo se percibe un muro de denso vapor. Era una de las pocas veces en que me dejé convencer por mi padre para ir a pescar. Con las cañas instaladas no fuimos capaces de pescar nada y mi padre inició su cantinela con aquello de "Marinero nuevo mala pesca". 

En realidad jamás le vi la gracia a aquello de pasar horas metido en una barca y sacar animales vivos del agua para dejarlos morir boqueando con cara de merluzo sobre la superficie de madera pintada de vivos colores. Mi padre, en cambio, ha llevado el alma de depredador hasta que su edad se lo ha impedido. En ese sentido ha vivido su pasión y fanatismo con una intensidad que yo desconozco.

Ayer mi hija me llamó excitada tras un concierto de Pablo Alborán. Había tomado una foto y al subirla al twitter fue rebotada por el propio artista y, por ello, repetida por otros fans desconocidos. Estaba exultante. Feliz. En realidad si algo nos hace muy diferentes a ella y a mí es mi falta de entusiasmo sobre las personas conocidas y su pasión desmesurada por sus ídolos musicales que ni entiendo ni comparto. Por mi trabajo he tenido ocasión de viajar o comer junto a jugadores famosos, saludar a algunos que salen cada día en tele5 o presentar a periodistas de carrera en un ciclo de conferencias. Jamás he sentido otra cosa más allá de la curiosidad de ver en persona alguien que has visto muchas veces en los medios y juzgar si la imagen se corresponde con la persona. Como se ve la genética no siempre transmite nuestras pasiones a la siguiente generación. No se si decir siendo sincero si esa falta de entusiasmo es una virtud o un defecto.

Hace unos años fui a un curso de escritura creativa que impartió Espido Freire en la biblioteca de Gandía. Mujer joven y atractiva, jugueteaba con su físico en una estudiada pose de fragilidad, belleza, sensualidad y mente increible. La escritora, que no conocía, resultó poseer una memoria y conocimientos asombrosos en muchas materias. Admirable por su nivel intelectual pero con cierto tono de arrogancia que sobraba. Estaba claro que la mayoría éramos una tanda de desconocidos aficionados que con suerte nos leerían los amigos en un blog ignoto perdido en el universo del internet, pero eso no le daba derecho a cierto tono despectivo advirtiendo de la casi absoluta imposibilidad de llegar a publicar. En realidad yo ya sabía eso. La pose, he de decir, se le vino un poco abajo cuando ofreció vender sus libros firmados y nos pidió las direcciones para ofrecernos cursos de formación como escritores en la empresa que ella misma había montado. Mucha pose pero como dicen los catalanes, la pela es la pela. En el fondo la hacía más terrenal. ¿Porqué no? He de decir, no obstante, que el curso fue muy interesante y me dio algunas claves de análisis y creatividad que me siguen siendo útiles.

Espido, en algun momento del curso, hablo con indisimulada antipatía de Lucía Etxebarria. Parecía que había un choque de egos latente. No había leído ninguno de sus libros y cuando la vi por primera ver era manifestándose a favor de la enseñanza pública. No tenía, desde luego, ningún criterio formado y me resultó simpática por su defensa de la causa de la educación. Fue por esto mismo que me sorprendió su aparición en un reality veraniego de tele5 y su explicación somera de que necesitaba cuadrar algunas cuentas con hacienda. Dicho y hecho. En un contexto de personajes conocidos por salir en la tele que ni saben ni sabían quien gobierna este país, si España está en Europa ni quien demonios era esa escritora, ésta fue ninguneada y poco a poco, según sus palabras se vio envuelta en un acoso que le causó una inestabilidad emocional creciente. La tensión y el espectáculo barriobajero acabó con su espantada y compromiso con la cadena de rescindir el contrato a cambio de acudir a un Sálvame de Luxe.

Aquel viernes, en la intimidad de mi patio trasero, recostado en mi hamaca tuve la curiosidad de ver en qué acababa todo aquello. La escritora, con todo y sus méritos publicando (quien pudiera decir lo mismo), sus dos carreras y su inicial arrogancia, acabó sollozando pidiendo ser liberada en un espectáculo tan denigrante que no entiendo cómo nadie decidió cortar. La humillación del personaje estuvo a la altura de su arrogancia inicial y contradicciones y demostró que el valor de un personaje como escritor, como artista, no siempre está a la altura de su personalidad, carácter o valor como ser humano.

No es la primera vez que un escritor se equivoca y piensa que su conocimiento de la cultura le va a proteger de un mundo donde el intelectual es un bicho raro alejado de la crueldad del soldado raso. Vargas Llosa patinó en su día en la política pensando que inteligencia, cultura y saber hacer son garantía de consideración. Cuando el artista, el famoso sale de su entorno deja al aire sus carencias.

Mitómanos, por desgracia surgen cada día en las colas de las firmas de discos o libros, en los estadios de fútbol, en las salas de cine o frente a la pequeña pantalla. Admiro las cualidades para crear grandes obras que tienen muchos escritores o artistas, respeto la habilidad de muchos deportistas, aprecio la capacidad comunicativa de muchas figuras de la televisión, pero de ahí a atribuirles cualidades por encima del bien y el mal hay un trecho. Creo que el fanatismo e incluso la mitomanía nos ciegan. En una sociedad huérfana de valores cualquier famoso se convierte en foco de una multitud de palmeros que ansian una palabra o un gesto de afecto.

En mi caso prefiero valorar al músico, al escritor, al deportista en la faceta en la que destacan pero verlos como una persona más, tan digna de ser escuchada como ese maravilloso personaje que a veces se encuentra uno en el lugar más insospechado y que deja en nosotros toda una lección de vida. No hay que hacer un mito de nadie de carne y hueso. Pero hay aprender de cada encuentro y considerar si esa persona merece ser valorada más allá de si sabe darle bien a una pelota o sabe hilar bien un relato.

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