Patria

"A mi compañera de trabajo y amiga Natalia que siempre tiene un comentario amable para las cosas que subo a Internet" ;)

Las nubes todavía tapan el sol por levante. Los rayos se filtran entre brumas traslúcidas o se proyectan en haces lineales sobre el azul que asoma. Tal vez en unas horas el sol reine en este paisaje que ya huele a otoño. Estas extrañas y austeras vacaciones se van escapando entre días frescos con esa luz típicamente nítida de septiembre. En realidad este verano, ya se veía venir, ha sido como un interludio entre dos periodos de tensión y llega la siguiente cuesta sin haber recuperado el resuello.

El viernes subí con mi hija al punto más elevado de la comarca. El "Cim de la Safor". No es la primera vez que hablo de él en este blog. Una entrada anterior ya da una idea de mis sentimientos y la importancia del lugar en mi vida.

El paso de los años ha cambiado considerablemente el paisaje que se ha hecho más frondoso gracias a la ausencia de incendios forestales. Abajo, en el llano, el verde de antaño se ha llenado de cemento y asfalto, pero todavía conserva parte de la armonía del pasado. El camino está claramente señalizado y no hay dificultad en seguirlo. La superación del reto con cada año que pasa es como una fe de vida, una fe de esperanza. Otra vez más conseguí llegar ilusionado y pleno de fuerzas al hito que señala la cumbre.

Mientras subíamos iba tomando fotos del majestuoso anfiteatro rocoso. Quebrados, cárcavas, acantilados y riscos tapizados de una vegetación que suavizaba la ruda aridez de la roca se contraponían al tapiz plano de cúmulos en escala de grises. La costa y el mar se cerraban por el norte y por el sur; desde el Mongó al Cabo de Cullera y, ya casi perdidas por el norte, las montañas del norte de Valencia. Mar, mi hija, se sentó en una piedra y así, de espaldas le tomé una foto de aire romántico. Romántico al estilo de las obras de Caspar David Friedrich en las que los personajes miran atónitos la naturaleza como intuyendo su propia pequeñez y volatilidad.



El romanticismo y el nacionalismo nacen de la mano. El amor a la tierra y a la patria dio lugar a ese sentimiento de lucha y recuperación del patrimonio cultural y las lenguas propias que conformó las identidades de las diferentes zonas de Europa. No es extraña pues esa relación entre mi paisaje, mis fotos y la que considero mi patria.

Sí, la Safor, junto con La Drova, son partes esenciales de mi vida y por ende de mi persona. Son mis formas de entender mi concepto de patria, mi nacionalismo, mi tierra. No siento el nacionalismo en su aspecto político soy un ser humano del mundo que ama al mundo. Soy de todos aquellos lugares donde he estado y todos ellos me pertenecen. No entiendo las lenguas como barreras sino como puentes. No creo en el sentido último de las fronteras. No pienso que finalmente los seres humanos seamos tan diferentes. El planeta es hermoso y hay, sin lugar a dudas, lugares más bellos que mi montaña mágica, pero en este caso es mi referencia. El hogar de los dioses de mi niñez, de mi juventud y ahora de mi madurez.

Si en algo aprecio el nacionalismo es en su acérrima defensa del patrimonio de las lenguas, de la valoración de la arquitectura, la escrita con mayúsculas y la popular, la lucha por impedir que la apisonadora del capitalismo arruine la herencia que debemos a los que nos seguirán. Patria es patrimonio y éste lo es tangible e intangible. Deberíamos ser conscientes de lo efímeros que somos y pensar cuantos se unirán generación tras generación en esta comunión espiritual con nuestra tierra.

Suena manido, pero entiendo perfectamente la estrofa de "Mediterráneo" de Serrat en la que pide ser enterrado en un monte más alto que el horizonte para tener buena vista. Muchos aspiramos a ser parte del paisaje que amamos porque si no somos nada, si somos un segundo en los milenios del tiempo, al menos queremos llegar a ser parte de su esencia. Deseamos fundirnos con la roca, volar al mar y ser asimilado por miles de árboles que volverán a florecer y otra vez volaremos libres entre el sutil aroma al azahar de una nueva primavera.


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