Los buscadores


Introdujo por puro aburrimiento su número de identidad en el buscador. Sólo era la curiosidad. Una lista de webs se desparramó entre caracteres indis, chinos, listados de un ministerio canadiense y diez lugares que por desconocidos o poco interesantes no llegó a abrir.
En una segunda instancia precisó que la búsqueda fuera sólo en español y entre los millones de páginas web se abrió la página de Karlita. Era una foto típica de adolescentes, nada especial, una cara demasiado demacrada por efecto del fogonazo del flash y dos o tres adolescentes más rodeándola en poses cómicas. Como vieja Lolita bien entrenada en estos asuntos, Karlita vestía una falda escueta y un escote generoso. Sonrisa descarada y presentación tan provocadora que resultaba extrañamente inocente. La web estaba redactada en esa suerte de jerigonza adolescente donde las palabras de fundían en chasquidos consonánticos más propios de la taquigrafía. Corazones y emoticonos para expresar sentimientos facilones i amores tan excesivos como teatrales.

No pudo evitar el copiar y guardar la foto en la carpeta imágenes que, hasta el momento, sólo contenía tres o cuatro paisajes desconocidos dejados por el sistema operativo en millones de ordenadores como el suyo. De repente la ordenada estructura de su vida se había empezado a deshacer por la fuerza del plástico, los cables y la banda ancha. En ese momento ni sospechaba de las consecuencias.
Manuel había bregado bastante bien entre libros y tesis doctorales. Hijo único se había criado tirano de su entorno pero acomplejado por su poca talla y cabezón prominente. Su relación con las mujeres fue complicada ya que si bien le abrían los brazos como a un osito de peluche al verlo desvalido huían despavoridas a ver el eterno niño manipulador.
En su reino era un tipo duro, el gallo del corral. Su voz algo atiplada provocaba risitas que se helaban en la primera andanada verbal que como un látigo golpeaba al insolente con la dureza de una fusta. Cuando revisaba los exámenes era minucioso y perfeccionista. En las visitas de tutoría era irónico y crudo. Raramente, por no decir jamás, había dado por buena una reclamación y ningún alumno había pasado más allá puesto que las preguntas se ajustaban al milímetro a la extensa programación tanto los criterios como la propia corrección eran escrupulosos y exactos. Su tarjeta era escueta y clara, contundente. Don Manuel Esteve Martínez, doctor en filología.
Desde que descubrió la página sus horas frente al ordenador eran búsquedas obsesivas, google, yahoo, altavista o cualquiera de todos los sistemas de recuperar información. Buceó impenitente en la web del colegio hasta que se hizo con unas cuantas fotos donde su amor platónico posaba en la nieve, sobre las murallas de Tarraco o con ropa deportiva en algún encuentro de vóley. Descubrió entre miles de bits auténticos tesoros que daban sentido a su particular búsqueda del grial. La impresora imprimía fotos a la misma velocidad angular de la vida de Manuel siempre rodeando el eje central de su obsesión.
Carlota Sánchez no vivía curiosamente lejos de Manuel. Contando las probabilidades de un número que los uniera, un idioma común y una sóla página web en el universo de internet que cumpliera con todas las premisas la posibilidad de que viviera cerca era otro elemento extrañamente casual. Manuel así lo vio y con la sinrazón de la endorfina consideró que el destino los unía.
Manuel empezó por primera vez a sentirse coqueto después de muchos años de fondo de armario desfasado. Con discreción y vergüenza pasaba por las cercanías del centro educativo o del bloque de viviendas de su enamorada soñando finales felices en su particular película. La testarudez le hizo romper más de una barrera para extraer información confidencial que el mundo universitario disponía. Vivir enamorado es vivir en una ceguera permanente a todo aquello que suponga una barrera a la turbada inercia y Manuel fue ignorando las señales de frenada que le indicaban que aquella acelerada carrera sólo podía llevarle a salirse en la primera curva.
Su mundo se forraba día a día de hojas impresas con todas las imágenes robadas del ciberespacio o tomadas con su pequeña cámara digital. En su estudio sustituía las serigrafías de arte contemporáneo por la omnipresente Karlita. Todas las edades recorridas por la adolescente y su mundo tenían una extensión ortopédica en aquella habitación convertida en un santuario. Manuel ya no tenía más margen que el del contacto final con Karlita. El ataque se planeó con fría premeditación militar. Aprovechando sus conocimientos profesionales elaboró un cuidado estudio del dialecto adolescente y sus variantes ortográficas. Pensó cuidadosamente el nick que describiera la imagen que él deseaba dar de sí mismo.
Manumolamazo2222@hotmail.com. Ese iba a ser su nombre de guerra. Eligió día y hora y se lanzó a la piscina. ola k tal? Bn y tu?. Bien entrenado montó la fantasía que había soñado durante semanas, joven de veinte años, universitario, buenas notas, moto, moreno, ojos azules y 1,80. Karlita se enamoró del sobrino de Manuel, que era el que realmente se veía en la foto, apenas vio la fotografía de contacto. Segura en su papel, se abstuvo de dejar claros sus sentimientos, agazapada tras la ventana del Messenger. Días de chat y rosas virtuales enviadas como adjunto a los correos. Manuel vivía su personaje olvidando su propio yo, Carlota embelesada entre postales virtuales llenas de ñoños corazoncitos. Una buena carpeta de fotos de su sobrino le permitió ir construyendo viajes, amistades y momentos con los que ir construyendo el castillo de naipes. Carlota sentía una comezón que explotó un día con cien iconos de un corazón copiados y pegados sobre la ventana. Cuando un mensajero le trajo un espectacular ramo de flores via interflora sus últimas barreras se desmoronaron y rendida ofreció a su amado un jpg íntimo con su cuerpo como ofrenda de amor eterno.
Manuel abrió el correo y los ojos temblando de amor y pasión. Su impresora lanzó a toda velocidad en papel glossy el descolorido desnudo que fue situado con pasión en el centro del altar. Durante las horas en la facultad la imagen recurrente le turbaba y le hacía trastabillar en sus habitualmente perfectas disertaciones.
Carlota sentía más y más la necesidad del encuentro directo y no podía entender su resistencia a verse en persona. De la insistencia, al ruego y de ahí a la determinación. Haciendo uso de sus propias estrategias informáticas intentó e intentó ir más allá de la pantalla de fotos que Manuel elaboraba. Las mañas de una mente preparada para las herramientas abstractas le permitieron averiguar que la dirección ip era de algún lugar cercano a pesar de que él siempre se había ubicado en la otra punta del estado. Con tenacidad de amante fue cercando más y más la posición hasta que un día descubrió el origen de las señales de humo. El centro universitario no quedaba demasiado lejos de su domicilio. En su imaginario de diecisiete años Manuel aparecía como el maravilloso estudiante de filología tan inteligente como tímido. Segura de su amor aparecía día sí, día también descuidando clases y por ello montando paranoicas versiones de sus actividades delante de unos padres cada vez más preocupados por la inquietud de su hija.
Manuel había empezado la retirada hacía semanas. La obsesión de Carlota empezaba a ser más que agobiante y la campana de alarma sonaba cada vez más a menudo. No sabía realmente cómo terminar con aquello. Gran parte del material del que disponía se podía considerar delictivo por tratarse de una menor y su sola tenencia era ya en si motivo de cárcel. Carla en su desesperación se acercaba más a su mundo en principio a distancia de diez servidores y finalmente a la puerta de su facultad, donde alcanzó a verla un día. Avergonzado por su aspecto, su edad y su engaño decidió romper súbitamente. Ese día ella le amenazó con el suicidio. Borró cuentas, rasgó fotos, escudriñó discos y carpetas borrando bits al pairo del miedo.
Aquella mañana de sábado salió a la puerta a recibir a dos agentes de paisano. Convaleciente de su sobredosis de barbitúricos había confesado el origen de sus sufrimientos. A la brigada de delitos informáticos no le costó demasiado dar con el contacto en cuestión.
Aliviado vio cómo el camión de la basura cargaba el contenedor con los últimos restos de su pasión prohibida. Los últimos restos. ¿O no?

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