Back to the mountains


"Quan el Mongó té capell, pica espart i fes cordell". (Cuando el Mongó está encapotado, pica esparto y fabrica cordel) De camino hacia Denia, saliendo de Oliva, intentaba traducirle a mi compañero de correrías Sean el significado de una expresión popular que ejemplifica a la perfección la ancestral relación del paisaje y sus habitantes. El Seat Ibiza que fue el orgullo de mi padre cabalgaba por la nacional 332 camino al Mongó. Cerca de Casa Clara subieron Martin y Nick, los otros dos compinches del día y entre carcajadas de humor inglés seguimos hacia el sur. Pasando ya los perfiles de Segària vimos el contraluz recortado entre nubes del Mongó haciendo honor al dicho popular.

Para todo aquel que haya nacido en estas tierras el horizonte siempre se cierra por el sur con esta montaña emblemática que penetra impetuosamente el mar hasta cortarse abruptamente en el cabo de San Antonio. Si exceptuamos una ocasión en que fui con mis compañeros de Pego a una excursión a ver plantas en la parte baja, éste era un reto que me quedaba pendiente desde hacía años. 

La noche anterior gran parte de la Comunidad Valenciana se había visto sacudida por una tormenta eléctrica con miles de rayos. Nada parecía presagiar una mañana de principios de otoño con suaves nubes, una ligera niebla que empañaba los contornos de las cadenas montañosas lejanas y un sol muy agradable que se acabó imponiendo.

El Parque Natural del Mongó ha aprovechado las estructuras que se realizaron para colonizar sus laderas a principios del siglo XX y hoy forman parte del recorrido de muchos caminantes. Tras una corta subida en un camino zigzagueando entre pinares, llegamos hasta el corto camino que sube a la llamada "Cova de l'Aigua" (Cueva del Agua). La cueva, visitada y ocupada desde la antigüedad más remota, siempre fue un lugar donde abastecerse de agua. Una inscripción romana, protegida por una reja del vandalismo, así da testimonio. Lo que fuera el depósito que recogía el agua hoy es una sala con paredes llenas de grafittis de los miles de visitantes que debe haber tenido a lo largo de los siglos. Abajo, en las faldas de la montaña miles de casas de verano han destrozado el tradicional paisaje agrícola convirtiéndose así en un subproducto de la naturaleza que manifiesta su voluntad de estar en comunión con ésta pero que a la vez es el motivo de que no lo esté.

Los impresionantes acantilados de caliza blanca miran al norte y, por ello, esta vertiente es verde y frondosa frente a las secas paredes del lado sur. Se dice que la variedad de plantas que existe en este parque natural supera al de las existentes, por ejemplo, en el Reino Unido y por ello hay varias microreservas en las zonas más frescas. El Mongó, como sucede en muchas de nuestras sierras, hace de barrera contra las nubes que llegan de Levante y por ello recoge toda la lluvia en el lado de Denia y es mucho más árido en Jesús Pobre.

Hacia arriba, aprovechando los pasos disponibles, el camino llega hasta la meseta superior del macizo y serpentea entre vegetación baja con el Mar por un lado y todas las sierras desde Cullera hasta el Peñón de Ifach por el otro. Como si de un desplegable didáctico se tratara, se puede ver La Serra de Corbera, El Monduver, La Serra Grossa, La Safor, Segària, las montañas de la Gallinera, la Vall de Laguart, Bernia o el Puig Campana. La sensación de euforia se acrecienta al ver la suave línea de costa y las nubes que llegan y, casi a la altura de la vista, flotan frente al Golfo de Valencia. 

El camino no es, ciertamente, muy cómodo. Los estratos, por capricho de la geología, se plegaron en vertical y todo el camino está sembrado de espolones de piedra que obstaculizan el paso de los senderistas. Entretenido con mi cámara, fascinado por las imágenes, me quedé algo atrasado respecto a mis compañeros. En la soledad del camino la mente vaga libre en el pensamiento. Desde que tuve la oportunidad de volver a las montañas he tenido ocasión de percibir mi propia escala en un paisaje tan hermoso como enorme en este diminuto rincón del planeta. Los ingleses que han adoptado su nuevo hogar han venido explorando durante quince años cada rincón de nuestras sierras y valles. Finalmente el nativo fue el que tuvo que aprender con la guia de alguién que llegó después.

La cumbre, un calvero lleno de piedras sueltas con su correspondiente vértice geodésico, fue el lugar donde ellos hicieron su temprano lunch o, en mi caso, mi tardío almuezo. Varios grupos de senderistas llegaron y se  marcharon mientras disfrutábamos de la comida y la vista. Decidieron que bajaríamos por la incómoda cresta que desciende entre rocas pulidas por el paso de caminantes, que resbalan y que siempre adoptan la posición más incómoda y agresiva para el senderista. En el llano los campos de colores terrosos contrastaban con el verde artificioso de un campo de Golf.

Los ingleses hablaban de uno de sus temas favoritos, las pensiones y los impuestos. Sean me confesaba que desea vivir aquí definitivamente, que no desea olvidar el español que habla con bastante soltura pero que por motivos de jubilación se veía obligado, si esa era la palabra, a vivir en Gran Bretaña. El Brexit tiene inquieta a toda la colonia británica y cada uno está viendo cómo gestionar su futuro en un país del cual ya no formarán parte como ciudadanos de pleno derecho al abandonar la Unión Europea. La mayoría de ellos son gente de clase media que ha viajado y tiene una visión del mundo mucho más abierta que sus conciudadanos del Reino Unido que jamás salieron de su pueblo. Con fastidio admiten que ignoran qué va a pasar y que les han quebrado su futuro placentero en una tierra que aman como si siempre hubieran vivido en ella.

El camino desciende entre cañadas hasta la pista forestal bien balizada con mojones de piedra que se hizo en la colonización. Martin se quejaba de la rodilla al haber caído en una de las miles de trampas con las que el Mongó burla a sus visitantes. Arriba, otra vez, la masa de piedra blanca y las laderas tapizadas de verde surcado por torrenteras de piedra que se convertían en barrancos de camino al mar. Las Rotas, a nuestra derecha, estaban cubiertas por pinadas y decenas de chalets, algunos de un lujo escandaloso. El mar, presencia eterna contra la piedra, paisaje eterno que nos sobrevivirá por más que, por un momento, lo sintamos nuestro.

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