Te ha tocado


La reunión pasada de líderes europeos le puso a nuestro Zapatero ante la realidad. Con paños calientes no se cura un cáncer y o se hacía una amputación de urgencia o había peligro que la gangrena se extendiera a todo el cuerpo.
Recuerdo en la sala de profesores el día en que cayó la noticia como una maza. Nos iban a recortar el sueldo un cinco por ciento. Entre el humor negro, las críticas inevitables a los políticos y el estoicismo nos comimos el marrón. Me imagino tantos otros millones de personas haciendo sus cálculos de dónde repercutir esa bajada. Que si gastar menos luz, que si recortar salidas de ocio o si comprar pechuga y no ternera. Hablar de funcionarios es como cuando se generaliza sobre los españoles. Muy poco tiene que ver un vigilante forestal que un administrativo de oficina, alguien que atiende en un mostrador al público, un médico o como en mi caso un profesor. Somos empleos diferentes y sueldos distintos que llevamos el sambenito de la hostilidad que el resto de los españoles cargan sobre la palabra funcionario.
La estabilidad del empleo fue un regalo, es cierto, pero no un regalo hecho sin razones. En la administración del siglo XIX, léase a Benito Pérez Galdós, se repetía la figura del cesante como alma en pena a la busca de un cargo tras la caída del gobierno de turno. La estabilidad se estableció en base a oposiciones donde demostrar el valor propio frente al de los otros candidatos y muchos de nosotros hemos pasado por el calvario de varios años aprendiendo como hormigas un temario para no depender de la suerte y sí del conocimiento. No es un procedimiento absolutamente justo pero de momento es el mejor que se nos ha ocurrido.
Este país es de muy mala memoria. Recuerdo hace unos pocos años un compañero que se nos había incorporado a la plantilla ese año. Me hablaba que todos sus amigos, obreros y trabajadores manuales, ya hacía años que tenían coche, casa y vida propia y él apenas empezaba a recuperar la inversión de la carrera. Eran los años del ladrillo y los chavales de dieciséis años que no querían estudiar se burlaban a la cara del profesor porque el año siguiente iba a estar ganando más que él.
Recuerdo hace algunos más, por allá los noventa, cuando era buen momento para que yo hubiera acabado de pagar mi primera casa que el gobierno de los populares, el de aquí y el central, nos congeló el salario años y años. En realidad cuando empezó a subir de nuevo siempre era por debajo de la inflación con lo que nos tocó pasar los años de la bonanza perdiendo capacidad adquisitiva mientras todo el mundo brindaba con cava frente a una magnífica urbanización de nueva planta.
Yo no sé los demás. Si se que en mi casa se trabaja mucho para tener lo que tenemos y que cuando nos hemos endeudado ha sido porque hemos hecho un cálculo sobre nuestras posibilidades de resistir el tirón de los pagos. Nos compramos una casa y raramente, salvo herencias o loterías, podremos tener en la vida algo más.
Llegados a este punto me planteo cómo asumir la parte de la amputación del gobierno de Zapatero. Bien, la asumo, me la trago. De hecho, antes de que llegara, ya había dicho que cuando el barco se hunde hay que ponerse a sacar agua y tirar lastre. Eso sí, ya está bien de oír tanta demagogia por parte de gobierno y oposición.
Se habla de proteger a los parados, muchos de ellos autónomos que en su día se compraron varios pisos alguna casa y un buen coche. Muchos de ellos, tal vez, fueron aquellos obreros que ganaban sueldos de juez. ¿Dónde metieron el dinero entonces? ¿Lo repartían conmigo?
Se habla por otro lado de los pensionistas y no se distingue de los que cobran 400 euros de mínima y los que tienen pensiones generosas o rentas alternativas. ¿Son como marcan las encuestas siempre las víctimas desfavorecidas? Hablar de pensionistas no es decir nada. Incluye al millonario jubilado como a la pobre señora que vive en un pisito racaneando donde puede para no pasar hambre.
La gente señala con el dedo a los funcionarios. Somos a su juicio la plaga. ¿Fuimos nosotros?
¿Todos aquellos especuladores dónde metieron las ganancias? ¿Alguien les va a quitar el cinco por ciento de las propiedades que acumularon en los años de bonanza que nos han llevado a esta crisis? Los bancos y el sistema financiero ahora reclaman recortes cuando durante años han jugado con nuestro dinero. Llega el momento de reclamarles a ellos el pago de su parte. ¿Pedimos el cinco por ciento de sus beneficios?
No quiero seguir. En un país donde ser político se ha convertido en un negocio, donde derechas e izquierdas se han repartido el pastel de la corrupción, donde el que más especulaba era el más listo no podemos ni debemos ponernos a discutir no porque la discusión no sea una parte importante de la política, sino porque a estas alturas no nos lo podemos permitir. Es momento de que a todos, desde el bebé de la cuna hasta el anciano del banco paguemos nuestra parte de la factura por los días de fiesta y desmelene. Nos jugamos el seguir viviendo en un país del primer mundo o ir bajando más y más a los infiernos.
Si algo hay que hacer es empezar a pensar en un país donde el trabajo, el esfuerzo y el mérito sean los criterios del éxito y menos el pelotazo y la especulación. Los políticos que piensen menos en los votos y más en arremangarse y trabajar por vocación. Si su voluntad es la de servicio que se quiten todos los privilegios que los diferencian y si no que se vayan. Si se quieren comparar con los ejecutivos que se vayan a la empresa privada. Para que este país funcionen, y esto vale para PSOE y PP, debemos empezar con acabar con las tarjetas de crédito a cargo de la administración, a las cenas en restaurantes de postín, a los viajes y comisiones cualquier destino a gastos pagados y a los retiros y jubilaciones de oro que se han preparado.
Todo ello no debe ser porque ahorremos mucho, sino porque el político es el que debe marcar la moral de aquellos a quienes representa y no por lo que se pueda economizar. El país debe empezar a recortar tantos reinos taifas que hemos creado. Las autonomías se crearon para acercar la administración a la sensibilidad del ciudadano, pero se han convertido en una máquina de duplicar y triplicar el gasto. Es momento de ver dónde meter tijera.
La obra pública es necesaria, pero no que tengamos una piscina cubierta o un polígono industrial en cada pueblo o que autovías, autopistas y nacionales se solapen porque la constructora de turno gana con ello. Los criterios racionales se deberían de imponer. Los trabajadores deberemos aprender que los derechos y las riquezas se obtienen siendo productivo y no con una hipoteca a más años. Tenemos que tener derechos, pero no vivir del cuento ni abusar de los mecanismos creados para que no nos demos el batacazo si algo falla.
Los empresarios deberían renunciar a la riqueza rápida y acostumbrarse a que la sociedad les da la posibilidad de ganar más pero no de forma ilícita, exagerada o comprando voluntades.
Hay millones de medidas a tomar para que la nave no zozobre. No sé, me da la sensación de que en este país ya perdimos el norte y creo que pido más de lo que es realista pedir. Pero o entre todos cambiamos y aceptamos nuestra parte del sacrificio o entre todos nos hundimos.
El ser humano tiene la memoria corta y esto es una situación que se repite a lo largo de la historia. Hace cien años estábamos emigrando a Argentina y tal vez en poco tiempo estemos sirviendo cafés en una ciudad de China como emigrantes. Los imperios y las potencias son fuertes o débiles en función de la fuerza de sus habitantes. Es momento de arrimar el hombro y asumir la parte que nos toque. No es cosa sólo de los funcionarios.

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