Frankenstein

Acabo de encontrar una noticia de esas que probablemente no saldrán más que en un lugar secundario en las noticias de la noche. Por primera vez, al parecer, se ha sintetizado el ADN completo de una célula y se ha implantado en un nuevo organismo que ha empezado a funcionar con un código de instrucciones fabricado desde la cocina de un laboratorio.

Siempre que la ciencia ha dado un paso al frente han habido agoreros proclamando los peligros del progreso. Pues bien, el invento es mucho más que inquietante. El ser humano tiene en sus manos las llaves del reino hasta ahora reservado a Dios. ¿Qué debería de opinar un tipo como yo de un invento tan potente?

La verdad es que siempre he sido un optimista que ha creído en las ventajas del progreso y ha optado por asumir lo bueno y dejar que la ética, ese mecanismo de autoregulación que nos hemos dado, sea la que tome cartas en el asunto.

Tal vez sea hoy el inicio del fin de la era humana. Tal vez nuestra tecnología, el poder de la ciencia ya está a años luz de nuestro sistema de autocontroles, frenos y valores. Tal vez inventemos una bacteria que coma petroleo y en una mutación empieze a comer oxígeno sin control. Tal vez un grupo terrorista de cualquier banda de fanáticos considere que nuestra salvación está en la extinción de los humanos.

Es complicado ni siquiera intuir hacia donde va este barco. Igual soy simplemente un cenizo empeñado en ver el lado oscuro y se abre una época de progreso sin límites bajo el paraguas de la vida artificial. La torre de Babel vuelve a aparecer como el mito recurrente de un ser humano que quiere ser Dios y acaba siendo castigado por su osadía. Cuando un cavernícola inventó el primer fuego se debió quemar las manos, pero ahora hablamos de fuegos de gran calibre. Viendo esta sociedad avariciosa y corta de miras no quiero sino mirar con aprensión esos juegos malabares.

¿Cómo acabará esto? ¡Quien sabe!

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