Todos a una



Ayer caminaba por las calles en fiesta de Gandía en el momento en que las comisiones volvían a los casales acompañadas por  las bandas y el sonido de los pasacalles. En el Prado cientos de personas pegaban vueltas por la plaza y otros estaban sentados en las terrazas, más por pose  que por otra cosa ya que "el caloret" de Rita era una rasca insufrible que se convertía en el inevitable tema de conversación. A todo esto había un grupo de gente de edad entre veinte y treinta viendo pasar a los falleros de una comisión. Uno de ellos soltó sin vergüenza y con voz suficientemente alta "putos falleros". Afortunadamente los aludidos iban centrados en sus cosas y no se dieron cuenta, ya que se hubiera podido armar la típica gresca en unos días en que las emociones y el alcohol van a flor de piel.

¿Qué nos pasa a los valencianos?

Debo decir que no me siento muy nacionalista y para elegir una calificación preferiría definirme como internacionalista, humanista o ciudadano del mundo. No puedo evitar, por otro lado, la pertenencia y la estima por un pueblo, por  una sociedad como la nuestra partida y dividida. Soy consciente de que debemos ser militantes en la defensa de nuestro idioma, paisaje, patrimonio arquitectónico o los dejaremos morir con todo lo que conlleva.

Nos podemos quejar, algunos más que otros, de los gobernantes que tenemos, pero estos son siempre el resultado de nuestros votos. Somos una sociedad que la historia y la circunstancia han dividido en bandas y facciones que finalmente nos hacen balcánicos. Por suerte, en esta ocasión, somos meninfots ya que de otra manera siempre andaríamos a la gresca violentamente.

Para empezar estamos divididos de norte a sur en sentimiento de personalidad. Si hablamos de Castellón norte miran con bastante naturalidad hacia Cataluña igual que los de Burriana miran a Valencia como cap i casal y son falleros a muerte. Muchos de ellos se consideran castellonenses más que valencianos. Valencia es una isla de rechazo a la lengua y cultura histórica valenciana y desde hace años, si no siempre, miran a los pueblos con los mismos ojos que el séptimo de caballería al verse rodeado por los indios en medio de un desierto.

Si hablamos de la Marina hacia abajo el sentimiento de ser valencianos se disuelve más rápidamente que un terrón de azúcar en agua. Ellos son alicantinos. Todo por no hablar de las comarcas y tierras del interior de habla castellana.

Los intelectuales siempre han mirado a Cataluña como referente sintiéndose avergonzados de las fallas y los nombres que otros tendrían como honor. Los catalanes hablan con orgullo del Principado de Cataluña y nosotros olvidamos el nombre de Reino de Valencia en manos de los grupos de ultraderecha. Por no ser sólo nos hemos puesto de acuerdo en ser llamados como "Comunidad Valenciana" cuando no ese ridículo "Levante" con que los hombres del tiempo hablan de la lluvia en nuestra zona, como si no hubiera existido aquí ninguna entidad política independiente.

¿Qué nombre tenemos?

Debamos ser los únicos que no hacen de la fiesta un elemento de unión. Las fallas han caído demasiadas veces en manos de los peores elementos contrarios a cualquier muestra de identidad, pero también habríamos necesitado el contrapunto de gente con conciencia de la situación.

Hemos sufrido veinte años de gobierno del PP que ha sido apoyado por los votos mayoritarios de la población. Esto dice ya mucho de quienes somos. Ahora en plena angustia de muerte, cuando el barco se hunde vuelven a sacar la defensa del valenciano, en el que no creen, y mezclan en espera de que la confusión llegue el voto partidario.

¿Quiénes son los valencianos si es que existen?

Todo ser consciente se hace, al menos, las típicas preguntas de quién soy y donde voy que en nuestro caso no encuentran respuesta. Somos el producto bipolar de una historia de opresión de nuestras señas personales, tanto es así, que finalmente nos comportamos como el paciente amnésico que no recuerda ni quién es ni qué hace en el mundo.

Soy de una generación de gandienses que vivió sus primeros años de vida hablando en castellano. La situación era fruto de una voluntad de los padres de ayudar a los hijos a ser parte de lo que se consideraban las clases sociales dominantes y cultas. Era una situación lógica ya que, como se dice, el principal logro del demonio es conseguir que no creamos que el infierno existe de verdad. Pensaban los padres que su lengua, el valenciano, no era digna de ser transmitida. De niño era curioso ver a tu padre ya tu madre hablando entre ellos en valenciano y cambiando al castellano al dirigirse a nosotros. No solo sufríamos los niños. Todavía recuerdo a mi abuela haciendo una mezcla de los dos, porque si el nieto sólo hablaba castellano ella sólo lo hacía en valenciano. Si en casa podía ser una cuestión casera y casi cómica, en la escuela podía ser más dramática ya que los niños de los pueblos eran censurados si hablaban el valenciano o padecían la burla de los compañeros exagerando el acento cerrado y las espardenyades que podían soltar. En realidad éramos nosotros los ignorantes, ya que vanagloriarse de no saber una lengua o de maltratarla es cosa de inconscientes.

Afortunadamente las cosas cambiaron en los últimos años en la escuela y empecé a aprender el valenciano en unos manuales de tapa amarilla y hojas escritas a máquina que se llamaban "Els vents del món" de la editorial Riutort. Eran más cuestiones voluntaristas que un proyecto real de introducción de la lengua en la enseñanza.

Confieso que empecé a hablar el valenciano ya con casi 15 años ya que entenderlo formaba parte de mi experiencia vital en casa. Tengo que agradecer la presencia de especímenes de la raza canina ya que en casa siempre les hemos hablado en valenciano. No me pregunten por qué. Yo diría como hipótesis que los valencianos siempre hemos tenido en el corazón el valenciano como la lengua para hablar con aprecio intimo a los más pequeños de casa y, todos los que tiene un perro lo saben, ellos son como los niños que nunca crecen.

No quiero alargarme pero diré que al hacerme profesor, a caballo entre los ochenta y los noventa, tuve que reciclarme y estudiarlo para poder hacer un uso correcto del mismo en mis clases. Cuesta, no piensen que no. Convencer a alguien que tiene que utilizar otro idioma cuando el lenguaje en el que ha estudiado y ha adquirido cultura es el castellano requiere de esfuerzo y convicción. Soy víctima de la diglosia ya que, si bien puedo hablar fluidamente en valenciano, me siento más cómodo si mis ideas las plasmo en castellano en lugar de en valenciano.

Hace un tiempo se publicó un estudio de la Universidad Politécnica que decía que el valenciano está en franca regresión y que, se piensa, que sólo va a ser hablado por un 10% de la población 2050 si no cambian las políticas lingüísticas radicalmente.

Es una lástima ser víctimas finalmente de las contradicciones a que nos ha llevado la historia. El discurso de la Crida de este año 2015 fue una patada en la boca, nunca mejor dicho, a todos los valencianos que tienen su lengua como parte de su identidad. Tan imbéciles somos que hemos hecho una chapita vanagloriándonos del desaguisado de la alcaldesa. Parece que somos una familia desestructurada que su madre se dedica, por miseria, a vender su cuerpo y el resto nos lo reímos y hacemos publicidad.

No sé, cada vez soy menos optimista. Aunque hay iniciativas bienintencionadas me parece difícil, si no imposible, que tengan éxito en detener la gran ola. Parecemos el hombre ese que se quedó esperando la acometida del mar el día del tsunami que llegó a las costas del Índico. ¿Recuerdan su final?

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